A más de 1.000 kilómetros de Bogotá, Colombia, una antigua pista de aterrizaje ubicada en el muncipio de Maicao, en el departamento colombiano La Guajira, tiene ahora otro uso: sirve de albergue a más de 12.000 personas, entre ellos migrantes venezolanos, locales retornados e indígenas de la etnia wayuu.
Se conoce como La Pista, tiene unos 1.200 metros de largo y viven 3.400 familias, según confirmó a la Voz de América el Director de Gestión de Riesgo de la Alcaldía de Maicao, Luis Enrique Ramírez.
El funcionario local afirmó que la llegada de personas al lugar comenzó en 2019, cuando contabilizaron unas 500 familias. Para marzo del 2020, coincidiendo con la fecha en que fue declarada la pandemia de COVID-19, la cifra comenzó a subir.
Esta pista de aterrizaje había dejado de funcionar como tal desde hacía algunos años atrás.
“A través de la improvisación de medios, fueron construyendo uno a uno [estos asentamientos informales]. En ese entonces nos encontrábamos en una emergencia sanitaria, había un cambio legislativo en cuanto al tema tanto presupuestal como legal para que primara la salvaguarda de las vidas humanas”, indicó Ramírez.
Por eso, dijo, se disparó la cifra de familias que se mudaron a este sitio.
Y no es el único de su tipo. Ramírez dijo que existen alrededor de 52 asentamientos informales, similares a La Pista, donde además de migrantes venezolanos viven colombianos que se quedaron sin trabajo y sin viviendas en medio de la pandemia.
“Hemos venido estableciendo una estrategia de inclusión. Es decir, una estrategia de cero xenofobia, somos un municipio de acogida que le ha brindado una mano amiga a los hermanos venezolanos que hoy están necesitando más allá de una respuesta de vivienda, una respuesta de desarrollo a través de medios de vida para toda la comunidad”, expresó Ramírez sin ofrecer detalles.
Panorama desolador
En un recorrido por el lugar, la VOA constató un parorama a todas luces desolador. Residentes dijeron que sus condiciones son precarias para alimentarse y tener lo básico para vivir. Ramírez indicó que las comunidades están organizados en manzanas y estas cuentan con líderes.
La extrema pobreza se expresa en los sitios improvisados donde duermen las familias, muchas de ellas con niños y ancianos, levantados a base de plásticos, tejidos, piezas de nylon o zinc, cartón y otros materiales perecederos.
“Mis niños aquí son siete y este baño lo estamos utilizando para bañarnos, para necesidades en una bolsita y ahí lo botamos en la basura”, dijo el migrante venezolano Juan Fernando Rodríguez, mostrando una choza de palos y telas a su espalda.
Juan Carlos Parodi, uno de los líderes comunitarios, asegura que al comienzo de la llegada de migrantes el panorama era aún peor.
“[Estas personas] dormían en la calle, hacían sus necesidades en la calle, uno se sorprendía de encontrar niños durmiendo en cualquier esquina del municipio. Esto es un caos, una tragedia”, dijo Parodi.
Ausencia de infraestructura y servicios básicos
La mayoría de las personas consultadas para este reportaje reclama acceso a servicios públicos esenciales como electricidad, agua, alcantarillado y gas.
“Que nos saquen de aquí, que nos ayuden si nos van ayudar”, dijo el migrante venezolano José Gregorio Gómez.
La falta de empleos para sostener económicamente a las familias es otro reto para los que residen en La Pista.
La mayoría de los migrantes, por ejemplo, se dedica al reciclaje para poder llevar algo de comida a la mesa.
Algunos venden agua, que ofrecen de casa en casa.
María Suárez, residente en el lugar, dijo a la VOA que como “emprendedora” quisiera poder tener la oportunidad de vender sus productos pero hasta la fecha no ha tenido respuesta de las autoridades colombianas.
“Necesitamos saber qué va a pasar con nosotros”, dijo la mujer que es costurera. “Necesitamos llevar nuestros productos al mercado y hacernos visible”, agregó.