En el señorial barrio Woodley Park, en Washington DC, la capital de los Estados Unidos, vivían ricos y poderosos. Era un vecindario elegante y plagado de seguridad. No en vano, en esas calles, tenía su residencia el entonces vicepresidente de los Estados Unidos Joe Biden (casualmente hoy presidente). También estaba allí la importante catedral griega Santa Sofía.
Por infobae.com
Quienes vivían en el lugar sentían que podían dormir absolutamente tranquilos, sin temor a nada ni a nadie. ¿Dónde estarían mejor protegidos que en esa zona donde residían embajadores, políticos y megaempresarios?
Esa creencia sería desmentida por la realidad el 14 de mayo de 2015, cuando el empresario Savvas Philip Savopoulos (46), su mujer Amy Claire Martin (47), su hijo Philip (10) y el ama de llaves Veralicia Figueroa (57) fueron asesinados de una manera brutal en la mansión familiar de dos pisos.
La fachada de ladrillos en el número 3201 de Woodland Drive, en este exclusivo barrio, estaba rodeada por jardines escalonados y de un exuberante verde, tenía altos portones de hierro color negro, cinco dormitorios, seis baños, un escritorio, una sala de música y un garaje con varios autos de lujo.
Ese jueves de mayo, el idílico hogar de la familia se convirtió en un escenario en el que el espanto bailó, durante veintidós interminables horas, con la tortura y con la muerte.
Hubo tres personas que se salvaron de protagonizar la tragedia y de convertirse en víctimas: las dos hijas mayores del matrimonio, Abigail Marie (19) y Katerina María (17), que estaban en sus respectivos lugares de estudio, y la empleada de los Savopoulos desde hacía dos décadas, Nelitzia “Nelly” Gutiérrez, que justo ese día no fue a trabajar.
La fatalidad de estar en casa
La mañana del miércoles 13 de mayo de 2015, Philip Savopoulos, de 10 años, faltó al colegio. Se estaba recuperando de unos golpes menores que había tenido, unos días antes, cuando chocó en una carrera de kartings en el estado de Arizona. Que estuviera en casa implicaría una fatalidad mayor. Sus hermanas, en cambio, estaban en sus internados en Nueva Jersey.
Era un día normal en la impresionante casona valuada en 4,5 millones de dólares. El padre de familia, el empresario de la construcción Savvas Savopoulos, se había ido temprano a las dos empresas donde trabajaba como CEO. La empleada de la familia, Veralicia Figueroa, se ocuparía de cuidar a Philip durante la mañana. En general trabajaba hasta las tres de la tarde. Amy salió a caminar. Estuvo charlando con algunos vecinos, y alrededor de las 15:30 volvió a su casa para reemplazar a Veralicia en el cuidado de su hijo.
Sería en ese momento (el potencial es necesario porque no hay testigos vivos que puedan relatar con detalle los sucesos más allá del propio asesino) que Amy se habría enfrentado con el secuestro intramuros.
Veralicia y Philip estaban en poder de Daron Wint, un hombre de 34 años que había trabajado en una de las empresas de Savopoulos.
Wint conocía los movimientos de la adinerada familia y tenía planeado el secuestro extorsivo. Antes de colarse en la casa había cortado la línea telefónica y anulado el servicio de las cámaras de seguridad. El sistema había sido instalado seis meses antes y no estaba funcionando a pleno. Como varias veces la alarma se había disparado por tonterías, el dueño de casa la había puesto en un modo menos sensible. Y, de hecho, era bastante sencilla de desactivar.
Quién sabe qué habrá dicho o hecho Amy cuando se encontró con tan grave situación dentro de su propia casa. El caso es que terminó atada y silenciada con cinta adhesiva, al igual que su empleada y su hijo.
La historia sobre cómo se desencadenaron los hechos pudo rearmarse a medias por las llamadas y mensajes que se hicieron y mandaron desde los celulares en las horas siguientes.
A las 17:30 el secuestrador obligó a Amy a llamar a su marido Savvas. Ella, a instancias del delincuente, le pidió que fuera a su casa temprano para cuidar a Philip, ya que ella tenía un compromiso impostergable.
Savvas dejó lo que estaba haciendo y se dirigió hacia su hogar, donde se encontró con la horrible sorpresa: su familia mantenida como rehén y maniatada.
Ahora, el nuevo secuestrado era él. Wint le exigía 40 mil dólares en efectivo, que el empresario no tenía a mano.
Una amiga de Amy, Ghaya Almi, estaba llamando a la línea fija porque quería hablar con ella, pero el teléfono no parecía funcionar. La consiguió ubicar llamando a su celular. Amy hablaba de una manera extraña y parecía apurada por cortar la llamada.
Daron Wint ató a los adultos a unas sillas en el cuarto de una de las hijas adolescentes de la familia.
Para conseguir lo que pretendía hizo de todo. Los golpeó salvajemente con un bate de baseball, los estranguló y recurrió a uno de los filosos sables samurái de la colección de Savvas, fanático de todo lo japonés. Con el arma los lastimó y la sangre fue manchándolo todo. Incluso, el asesino habría recurrido a la bajeza de torturar al menor de la familia para conseguir su propósito: dinero. Mucho dinero.
Esa noche Daron Wint cedió al hambre. Hizo a Savvas ordenar por teléfono dos pizzas con pepperoni y una botella de gaseosa Sprite en la pizzería Domino ‘s. Savvas pagó con tarjeta de crédito 25,62 dólares. Por lo visto la comida era solo para el victimario. El pedido fue dejado, tal como se exigió, en el porche de la casa.
El voraz apetito de Daron Wint sería lo que lo llevaría tras los barrotes: sus dedos golosos dejaron estampados su ADN en los bordes de la pizza que no llegó a engullir.
A las 21:30, Nelly Gutiérrez recibió un mensaje de voz de su patrón. Se escuchaba a Savvas confuso y agitado. Le decía que no fuera al día siguiente a trabajar: Veralicia se quedaría esa noche a dormir en la casa porque su mujer estaba muy enferma. Le dijo, además, que Veralicia no respondía sus mensajes porque se había quedado sin batería y no tenía con ella el cargador de su celular. Nelly escuchó los mensajes recién a la mañana siguiente y los encontró rarísimos.
Por medio de los horrorosos apremios Daron Wint consiguió que Savvas llamara a su asistente personal para que fuera, al día siguiente, a ver al gerente financiero de la empresa y sacaran dinero del banco. Dijo que lo necesitaba para el centro de artes marciales que estaba por inaugurar en unos días.
Un martirio de 22 horas
Mientras el horror tenía lugar en ese hogar de ensueño, Bernardo Alfaro, el marido de Veralicia, entró en pánico cuando volvió de su trabajo nocturno la mañana del jueves 14 de mayo y vio que su mujer no estaba en casa. Jamás había pasado algo así. Ante la imposibilidad de comunicarse con ella o con los patrones de Veralicia, decidió ir personalmente, con su hija Claudia (36), hasta la casona de dos pisos de ladrillo de los Savopoulos. Llegaron a las 9:30 en punto de la mañana. La enorme casa estaba en absoluto silencio. Parecía desierta. Alfaro pensó que el lugar estaba demasiado tranquilo, sentía que algo no andaba bien. Claudia se quedó sentada en el auto mientras él bajó a tocar la puerta. Nadie respondió. Volvió al vehículo y le dijo a Claudia, preocupado: “Nadie responde. ¡Siento que alguien está allí adentro, pero que no me quieren responder!”. Decidió intentar ingresar por la puerta trasera de la propiedad, pero justo cuando empezó a caminar por el jardín lateral sonó su teléfono celular. En la pantalla leyó: Savvas Savopoulos.
“Lo siento mucho, lo siento mucho”, le decía el dueño de casa para disculparse por la ausencia de Veralicia, quien dijo había tenido que acompañar a su mujer al hospital. Prometió volverlo a llamar para contarle cómo seguía todo.
Los Alfaro se fueron, y Savvas no pudo cumplir su promesa de volverlos a llamar. Un rato después estaba muerto.
Más temprano esa mañana, alrededor de las 7, Savvas había llamado a su asistente Wallace para recordarle lo del dinero y luego, obligado siempre por su captor, había llamado a Pellak, el hombre que manejaba sus sistemas de seguridad. Le preguntó dónde se guardaban los videos y si estos quedaban almacenados en la nube. Pellak se sorprendió por la pregunta y le repitió que se guardaban en la laptop Dell que tenía Savvas en el piso superior, y le aseguró que nada quedaba archivado en la nube.
Obviamente, esa computadora nunca fue encontrada.
Los llamados siguieron. Savvas avisó a una importante ejecutiva del Bank of America que irían dos hombres de su empresa a buscar una suma importante de efectivo de su cuenta: 40 mil dólares.
A las 9:40 Nelly Gutiérrez recibió un mensaje de texto de su patrona Amy: “Quiero asegurarme de que no vengas hoy”. A Nelly le pareció tan extraño que la llamó inmediatamente, pero Amy no respondió. Le mandó mensajes de texto, pero tampoco hubo respuesta.
A las 10:15 Savvas mandó otro mensaje de texto a su asistente personal para que dejara los 40 mil dólares en un paquete sobre el asiento del conductor del Porsche de Amy, que estaba en el garaje. Y le pidió que luego de hacerlo se fuera. Aunque era extraño, Wallace así lo hizo, y a las 10:26 le escribió a su jefe: “Paquete entregado”. Le pareció ver que Savvas estaba respondiéndole, pero luego no hubo tal respuesta.
Un poco más tarde, el Porsche azul modelo 2008 de Amy salió de la casa. Al volante no iba nadie de la familia. El que condujo, seguramente Wint o un cómplice desconocido e improbable, lo disfrutó muy poco. Lo quemó a 20 kilómetros de la mansión, en el estacionamiento de la iglesia episcopal St Christopher’s.
La última llamada del teléfono de Amy fue a la 13:09 del 14 de mayo. Llamó a David Arbon para cancelar una cita de un técnico para los regadores del jardín (en realidad el técnico había sido citado a las 9 y cuando tocó el timbre nadie le había abierto la puerta). Arbon testificó que Amy parecía muy nerviosa y que le dijo que tenía que suspender la visita porque su hijo estaba herido y tenía que llevarlo al hospital.
Quince minutos después de ese llamado comenzó el incendio. Porque el impiadoso Daron Wint siguió con su siniestro plan: roció a todos con nafta y los prendió fuego. El incendio se propagó con rapidez y apenas las llamaradas naranjas asomaron por las ventanas y el techo, los vecinos llamaron a los bomberos alertando sobre lo que estaba pasando en la casona del empresario Savopoulos.
Cuando llegaron, la sorpresa fue total: descubrieron dos cadáveres de adultos tirados en el suelo de un dormitorio del primer piso y a Veralicia gravemente herida. A Philip lo encontraron carbonizado. Había muerto quemado mientras estaba con vida. Su autopsia demostraría que también había sido apuñalado como el resto.
Era la una y media del mediodía. Habían pasado unas veintidós horas desde el inicio del secuestro.
Veralicia fue trasladada a un hospital luego de que la intentaran revivir haciéndole resucitación cardiopulmonar. Al llegar, fue declarada muerta.
Katerina fue informada de lo ocurrido por la directora de su colegio. Abigail, la hija mayor, se enteró porque la llamó su abuela. Lo primero que supieron las jóvenes fue que había habido un voraz incendio y que tanto sus padres como su hermano y una de las empleadas habían muerto.
Los detalles del horror vendrían después.
Asesino con prontuario
Daron Dylon Wint nació el 27 de noviembre de 1980 en Guyana. Llegó a los Estados Unidos como inmigrante en el año 2000. Increíblemente fue recluta del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos, pero lo dieron de baja por razones médicas. Antes de estos homicidios ya había ingresado en el mundo del delito: había sido condenado, en 2009, por asalto; se había declarado culpable de un crimen por destrucción de una propiedad; había sido acusado de robo, de ofensa sexual y de posesión de armas. En el mismo año 2015, había sido arrestado afuera de la empresa de Savvas mientras llevaba un enorme machete y una pistola.
Solo le restaba matar para tener su prontuario completo.
Daron Wint había trabajado como soldador en la compañía American Iron Works, una de las empresas de Savopoulos, de donde había sido despedido años antes.
Los detectives de homicidios llegaron hasta él básicamente por tres pruebas:
-Uno: su huella dactilar fue encontrada en la corteza de una de las pizzas que la empresa Domino ‘s envió a la casa el 13 de mayo. Luego fueron halladas dos huellas suyas más en la escena: en una cama y en un cuchillo.
-Dos: Daron había sido visto por personal de seguridad de la residencia diplomática del embajador australiano que quedaba justo enfrente de la casona. A ese guardia le llamó la atención el personaje y su actitud al introducirse en la casa.
-Tres: hallaron sangre de una de las víctimas en un zapato de Daron Wint.
El 18 de mayo la huella coincidió ciento por ciento con la de él, y el custodio testificó ante la policía.
No había más dudas. Daron Wint fue detenido el 21 de mayo bajo el cargo de homicidio en primer grado. Tenía 7.000 dólares encima, y los números de esos billetes coincidían con los retirados de la cuenta de Savvas.
Los fiscales creen que Wint actuó solo, pero su defensa sorprendió al sostener que los dos hermanos menores de Daron habían sido quienes habían planeado y cometido los crímenes en el piso de arriba mientras que Daron se había quedado solo en el piso de abajo.
Los hermanos menores se defendieron y brindaron sus coartadas. Darrell Wint, además, declaró en contra de Daron. Ellos nunca fueron imputados.
El ex abogado de Daron Wint, Robin Ficker, dijo que su cliente no parecía ser violento cuando lo representó en los casos anteriores: “Mi impresión era que no podía lastimar ni a una mosca”. Ficker también dijo que la familia de Wint le había asegurado que a su cliente no le gustaba la pizza. Estas estrategias no modificarían la íntima convicción del jurado sobre la maldad de Wint, quien, a pesar de haber conseguido el dinero, hirió y asesinó con crueldad a la familia e intentó borrar con fuego sus rastros. Aun si alguien lo hubiese ayudado, Wint sería culpable. En los días en los que estuvo fugado, antes de su detención, sus búsquedas por Internet fueron también comprometedoras: “cómo ganarle al detector de mentiras”; “diez ciudades para que los fugitivos se escondan” y “cinco países que no tienen extradición con los Estados Unidos”.
Los expertos en evidencia forense determinaron que el incendio comenzó en el cuarto de Philip. Las sillas y el suelo del cuarto donde estuvieron cautivos los adultos estaban cubiertos de sangre, así como el bate y la espada. El líquido rojo había goteado también por la enorme escalera. Coincidieron en que la familia fue torturada antes de ser masacrada: los cuerpos tenían heridas cortantes y claras señales de estrangulamiento. Savvas, además, tenía la cara golpeada de una manera feroz. Una de las fiscales, Laura Bach dijo: “Fueron torturados, mental y físicamente, durante casi 24 horas… está claro que las víctimas oyeron y vieron morir a sus seres queridos, y se dieron cuenta de que iban hacia el mismo destino y que no había nada que pudieran hacer para salvarlos… La muerte no fue rápida para estas víctimas, tampoco fue sin dolor”.
Durante el juicio se supo, por un testimonio clave, que el día 13 de mayo a las 15:14 minutos el teléfono de la casa ya estaba desconectado. Por eso se cree que Daron Wint ingresó justo a esa hora, luego de haber cortado la línea.
El juicio se realizó en septiembre de 2018, y el 25 de octubre, un jurado halló culpable a Wint de secuestro, extorsión y homicidio. En febrero de 2019 obtuvo su condena: cuatro cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional.
La felicidad antes de la tragedia
Los Savopoulos eran felices y vivían la exclusiva vida de la clase alta norteamericana. Savvas Savopoulos era el CEO y presidente de American Iron Works (AIW), una empresa de la construcción, y de Sigma Investment Strategies. Su familia venía de generaciones de empresarios poderosos y había nacido en Cheverly, no demasiado lejos de la capital de los Estados Unidos, el 25 de septiembre de 1968. Estudió Negocios y Filosofía analítica, en la Universidad de Maryland, y Derecho, en la American University, y era un fanático de la ingeniería y de las ideas innovadoras. Al punto que su compañía AIW recibió encargos de la Secretaría de Defensa de los Estados Unidos para restaurar el Pentágono luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Además, hacía poco que había concretado otro sueño: construir un centro de artes marciales de espíritu japonés. Eran 2000 metros cuadrados donde los alumnos podían, además de estudiar artes marciales, alojarse. Incluía también dos librerías y una cocina japonesa.
Amy, su mujer, había nacido en Brighton, Massachusetts, el 8 de abril de 1968. Sus padres eran el coronel -ya retirado- James Ashworth Martin de la Armada norteamericana y Rhona Claire Martin. Después de estudiar en colegios alemanes en Europa, Amy terminó asistiendo al mismo secundario y a la misma universidad que Savvas.
Fue con mucha insistencia que Savvas consiguió su primera cita con ella. Todo terminó en casamiento en la catedral ortodoxa griega St. Sophia el 4 de junio de 1994. La fiesta fue eterna y a la usanza de las costumbres griegas. Tuvieron tres hijos. La primera fue Abigail, que nació en 1996; la segunda, Katerina, que llegó a la familia en 1998 y, el tercero, Philip, arribó en el 2005. “Flip”, así le decían, estaba cursando cuarto grado en el colegio de varones St. Alban’s y era, como su padre, fanático de la velocidad. Su verdadero sueño era ser piloto de la Fórmula Uno.
En el año 2001, la familia se mudó a una enorme casona de ladrillos en Woodley Park. Dos perros de la raza Chesapeake Bay Retrievers, Bear y Ginger, completaban la perfecta y próspera postal familiar.
En el año 2012, Savvas y Amy decidieron tomarse un año sabático y vivir en las Islas Vírgenes, en una propiedad que tenían en la casi desierta Hassel Island, muy cerca de St. Thomas. El único que partió a vivir con ellos fue el menor, Philip. Las chicas se quedaron en sus respectivos colegios. Pasaron el año disfrutando de la náutica, del clima y de las visitas de sus hijas. Philip concurrió al colegio local. Era un cambio de vida temporal, pero radical, en una isla casi vacía y en puro contacto con la naturaleza. Amy tuvo que aprender a manejarse con un bote a motor para cruzar la franja de agua que la separaba de St. Thomas. Todo era un desafío.
Katerina y Abigail, las hijas que sobrevivieron a la masacre por estar estudiando en un internado, salen de la misa que se ofició en la Iglesia Santa Sofía, la misma en donde sus padres se habían casado (Foto: Mark Wilson/ Getty Images)
En mayo de 2015, unos diez días antes del final de esta historia, Philip chocó con su karting en Arizona. Fue un gran susto. Terminó en el hospital por golpes menores, y por eso, aquel 13 de mayo, como ya lo relatamos, estaba en casa.
El funeral se hizo el 1 de junio de 2015 en la iglesia Saint Sophia Greek Orthodox Cathedral, la misma en donde se habían casado también en el mes de junio y a tres días del 21 aniversario de la boda.
En 2019, Katerina escribió en Facebook, cuando su hermana se graduó: “Cuatro años atrás fuiste aceptada en un montón de universidades. Cuando te estabas por graduar del secundario y por entrar a la facultad, mamá y papá estaban tan orgullosos (…). Me rompió el corazón que no te vieran recibir (…) Pero vos pusiste una sonrisa y decidiste seguir adelante con el nuevo desafío. Recuerdo el verano de 2015 como si fuera ayer, y el shock de todo el mundo porque seguías con la idea de ir a Texas a estudiar en el otoño. Yo tenía miedo por vos, me preocupaba que fuera demasiado pronto y demasiado para soportar. (…) Pero vos, nuestro pequeño rayo de sol, lo hiciste. Hiciste lo imposible por graduarte, a pesar de la mierda que te rodeaba. Cada vez que la vida te noqueó y te golpeó en el estómago te paraste y seguiste adelante. Sos la definición de la resiliencia.(…) Estoy tan orgullosa de vos. Te merecés el mundo y tomar un lindo baño de champagne luego de esto”. Hoy Abigail está casada con Norman Cordova, un constructor e inversor como su padre, y tiene una hija llamada Amalia María.
La impresionante casa, donde alguna vez una familia vivió feliz, fue vendida meses después de los crímenes por 3 millones de dólares. Al cumplirse dos años de los hechos, en abril de 2017, fue demolida.
Nadie quiere siquiera imaginar lo que allí dentro ocurrió.