Luz Delgadillo, esposa del líder de una banda dedicada a la extorsión y cobro de vacunas, fue asesinada en el complejo Villa Camelia: recibió dos disparos en el cráneo. Murió de inmediato. La occisa estaba con su hijo de 5 años de edad; él también resultó gravemente herido y fue trasladado a Maracaibo para ser atendido.
Corresponsalía lapatilla.com
Se conoció de manera extraoficial que el asesinato de la mujer de 34 años de edad responde a una venganza entre mafias.
Desolación, desesperanza, angustia y tristeza se observa en los rostros de quienes transitan por las calles del municipio La Cañada de Urdaneta, ubicado al centro-norte del estado Zulia. Las infraestructuras comerciales y residenciales lucen deterioradas, descuidadas y abandonadas.
El miedo reina entre los moradores. Las personas susurran su mayor problema: la inseguridad. Vivir atrapados en el miedo al no tener cómo pagar la extorsión a grupos organizados de delincuentes.
“Si esto sale en La Patilla, a usted la matan”, fue la advertencia de un adulto mayor cuando fue consultado por los enviados especiales de La Patilla para conocer en el sitio sobre este flagelo.
Desde hace cinco años, las bandas delictivas dedicadas al sicariato y a la extorsión tomaron el control de este municipio, donde la mayoría de los habitantes se dedican a la pesca y a la venta de diversos productos extraídos del mar. En ese entonces, el alcalde de la localidad, afecto al régimen de Maduro, poco hizo para hacerle frente a los grupos delictivos.
La tranquilidad de los cañaderos fue arrebatada por quienes se dedican a extorsionar y al cobro de vacunas (pago a las mafias para no matar a los miembros de una familia o dueños de establecimientos comerciales).
Estas bandas sembraron el terror en la población: robos y sicariatos por no pagar la extorsión, se volvieron el pan de cada día en esta zona.
Este fue el principal factor de migración en La Cañada de Urdaneta. Igual peso tuvo la crisis económica que generó el cierre y quiebre de empresas y comercios por la presión de los delincuentes.
Sonia Urdaneta, oriunda de La Cañada, migró hace cuatro años hacia Colombia. Contó indignada y con lágrimas en los ojos que a las 7:00 de la noche no se podía estar sentada en el frente de la casa. “Los malandros pasaban en las motos, haciendo tiros al aire, gritando ‘todo mundo para dentro’. Primero, te llamaban por teléfono para pedirte dinero, que debíamos entregar en lapsos no mayor a 10 horas; si no lo hacíamos, le caían a tiros a la casa o al negocio, y en muchos casos al tercer día mataban a alguien para amenazar cara a cara. Yo agarré mis cuatro trapos y me fui”, afirmó.
Durante el año 2018 y 2019 ocurrió un éxodo masivo. Se estima que alrededor de 2.000 personas lo abandonaron todo, embargados por el terror de ser blanco del hampa, lo que hizo que dejaran sus casas, su vida y sus recuerdos.
En un recorrido que realizó el equipo de La Patilla por la parroquia Chiquinquirá y Concepción de La Cañada de Urdaneta, luego de caminar un kilómetro, no se consiguió ni una bodega, panadería o supermercado para comprar algo para hidratarnos.
En el trayecto un adulto mayor, que pidió no revelar su identidad, dijo que no hay en la zona ningún local que venda nada, porque serían blanco de los delincuentes. La actividad comercial es mínima, y por tal razón deben acudir a los municipios Maracaibo y San Francisco para comprar.
El señor contó que, al escuchar el fuerte pito de una moto, sienten miedo. “La desgracia nos arropó”.
“Ahorita, como no hay nadie aquí, están pidiendo 100 dólares quincenal. De dónde vamos a pagar eso, aquí nadie gana eso. Aquí las fuentes de empleo son pelar camarones, medio pescar y trabajar en la alcaldía, del resto no hay vida. Tener un negocio acá sería trabajar para los malandros”, acotó.
El temor ha llegado a niveles tales, que las familias no pintan sus casas, porque al hacerlo corren peligro de entrar en la lista negra de las bandas organizadas. Esta es la razón del deterioro de las casas en este municipio. Prefieren pasar desapercibidos y que la desgracia no toque su puerta.
Ana Meleán dijo a La Patilla que ella quedó sola en La Cañada. Toda su familia se fue a otro municipio, y los que tenían dinero, se fueron del país. “Tengo 21 casas al cuido de mis familiares más cercanos en toda La Cañada. Las casas están feas, aquí nadie compra y menos alquila. Mi familia fue extorsionada y cuando ya no tuvieron para pagar, se fueron porque no querían morir”.
Meleán pidió a las autoridades, con lágrimas en los ojos, voltear la mirada a La Cañada de Urdaneta. Reveló que mucha gente ha muerto por tristeza y por hambre, porque no hay fuentes de empleo. Comparó el municipio con lo que ha podido ver es el Lejano Oeste en las películas.
La actividad económica cayó en ese municipio en su totalidad, según lo que cuentas sus moradores. No hay restaurantes ni centros de atracción ni diversión para ninguna edad. Las plazas lucen desoladas a cualquier hora del día.
Según las estadísticas que maneja la alcaldía de la jurisdicción, hoy conducida por la oposición, alrededor de 7.000 personas habitan en La Cañada de casi 13.000 que residían allí en su mejor momento.
Muchos han huido solo con la ropa que traían puesta para salvar su vida. La falta de empleo y la crisis económica del país hundió aún más a este pequeño municipio.
Rosa González de 65 años -nombre ficticio, pues pidió mantenerse en el anonimato por miedo a perder su vida- imploró a las autoridades “militarizar al municipio. Esto es como la Cota 905 de Caracas”.
“Aquí al Gobierno nacional lo vemos es por VTV, porque ni cuando gobernaron los últimos 4 años, se le veía la cara al alcalde”.
En la actualidad, continúan los sicariatos en la zona. En agosto fue asesinado en manos del hampa el concejal del partido Un Nuevo Tiempo, Ronald Soto, lo que deja claro que ni el poder político escapa de las manos inescrupulosas que aún comandan en la zona.
Ramón Díaz es el seudónimo que daremos a un pescador nacido en La Cañada de Urdaneta. Hace tres años huyó, luego de que recuperó su salud al recibir más de diez impactos de bala.
La razón, según reveló, fue el negarse a entregar su lancha pesquera e implementos de trabajo a la mafia. Aclaró que no son mafias colombianas, sino venezolanas y provenientes del mismo estado Zulia.
“Al momento de salir a pescar, siempre nos llegaban amenazando y golpeando para obligarnos a ceder las lanchas o lo que pescábamos. Yo me resistía. Más de 100 pescadores fueron despojados de todo. Yo accedí por meses a venderles el buche de la corvina, que es muy bien pagado. Aguanté hasta donde pude. Saqué a mi mujer e hijos de La Cañada. Luego me cocieron a tiros”, contó.
Díaz actualmente está en Colombia, con una pierna que le fue amputada por las complicaciones de salud que le ocasionaron los disparos. Como él, hay muchos cañaderos rodando por el mundo, mientras los delincuentes se apoderan del municipio.