El tesoro natural Sarisariñama es un curioso tepuy que figura como una de las formaciones geológicas más antiguas en el extremo sureste del estado Bolívar. Sus agujeros, los más grandes que existen hasta ahora, son un abismo que desborda belleza y misterio indescriptible. Es imposible saber a simple vista lo que hay en su interior. Las imponentes paredes son tan altas como el rascacielos Empire State, en Nueva York, rodeadas de una infinita selva que solo despierta el anhelo por descubrir qué existe más allá del pasadizo. Un descenso al precipicio es la ventana a lo inimaginable.
Nadie se atrevió a pisar aquel lugar hasta que el explorador venezolano Charles Brewer-Carías fijó su atención en estas simas. Pasaron varios años para completar su hazaña. Su fascinación por la naturaleza lo llevó junto a un gran equipo a emprender una de las expediciones más desafiantes de su vida al permanecer dos semanas atrapado en su interior. Entre amenazas mortales, espectros y gritos inquietantes, una ruta complicada junto a nuevas especies, la intuición y sus conocimientos fueron el mejor GPS. ¿Será que el hallazgo podría contener pistas sobre los orígenes de la vida en nuestro planeta? Comprobarlo significó un gran reto que valió la pena asumir.
Por: Elizabeth Gutiérrez | lapatilla.com
“Llegar a ese lugar a través de nubes, de una distancia enorme, era muy complicado y había que memorizar muchas cosas por el camino ya que no había GPS, ni imágenes satelitales. Por lo tanto, las referencias que hacía iban avanzando cada vez que uno progresaba en viajes sucesivos. Pero al pasar sobre esa meseta, vimos una gran depresión, un gran hueco enorme que tampoco tenemos idea de qué dimensión era, porque no había nada para que lo midiera a escala”, recordó.
En 1964, su instinto de explorador y espíritu de conquista lo hizo regresar nuevamente hacia la parte más elevada de la sima y permitieron que otra aeronave se acercara para deducir la extensión del enigmático pasadizo. “Pudimos, en una fotografía que le hicimos al avión, medir el largo de las alas y esa medida la utilizamos como escala para multiplicarla y saber de qué tamaño aproximado, con bastante aproximación, era la boca gigantesca, la más grande del mundo, que se hundía en la cumbre de esa montaña. Calculamos en ese momento cerca de medio kilómetro de ancho”.
Desde ese momento, para el explorador venezolano quedó la intriga por descubrir qué misterios se ocultaban en esos abismos. Intentó persuadir a los indígenas para subir a la meseta, pero sus creencias los limitaban.
“Decían que había ‘suamos’, los protectores de las plantas y animales que habitaban ahí, y debíamos pedirles permiso para subir allá y no lo había. Ni los Maquiritare, ni los Sanema tenían idea de que existiese en la cumbre ningún tipo de cosas, porque no se atrevían a subir a esa montaña“, contó.
Ante la falta de convocatoria que tenía entonces el joven Charles, decidió esperar un tiempo. Pasaron 10 años cuando a través de imágenes de radar de visión lateral pudieron distinguir cómo eran aquellos huecos y sus distribuciones. Fue cuando, ya como director de Expediciones de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales decidió conformar un equipo para adentrarse por vez primera al interior de aquellas simas.
“Logré conseguir que varios científicos vinieran conmigo a hacer esa exploración. Ya había hecho una en 1970 y 1971, y descubrí las cuevas del Cerro Autana y tenía más o menos un pequeño prestigio de explorador, por lo cual, sumado a ser el director de Expediciones Científicas de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, permitió que científicos como William Phelps, Kathy Phelps, que son ornitólogos, además del gran botánico Julian Steyermark, me acompañaran“, acotó.
El hallazgo en este espectacular paraíso va más allá de lo que la biología podría explicar y a pesar de ser enorme, se queda pequeño con respecto al resto de la Tierra. La biodiversidad en constante evolución y la transformación de las especies son ejemplo del proceso, tal como lo explicó Charles. Luego de ser pionero en la sima de Sarisariñama, volvió en 2002 con el apoyo de su hija Karen, el herpetólogo César Barrios Amorós y el experto en hormigas Mark Moffet del National Geographic y quedaron asombrados.
“Logramos presenciar que la cantidad de ranas y plantas que habíamos encontrado en 1974 dentro de esta caverna y volvimos a recoger ahora, era totalmente diferente a las plantas que había anteriormente. La cumbre de la meseta está más o menos a 1300 metros, y el fondo de la meseta que está 350 metros más abajo, en una cota altitudinal de 300 metros era suficiente para determinar que en el fondo hubiese plantas totalmente distintas en un gran porcentaje, ya que ocurría en casi su totalidad a las que había en la cumbre. Tanto que encontramos muchas especies diferentes y esos resultados lo publicamos, obviamente con el doctor Julian Steyermark, que es el botánico que más plantas ha colectado en el mundo. Y de las ranas que encontramos, César Barrio Amorós describió seis especies nuevas en el fondo de la cumbre”, manifestó.
El botánico venezolano detalló que se encontraban frente a un proceso actual, momentáneo e instantáneo de especiación. Las ranas halladas en la sima, mutaban en nuevas especies, elegidas principalmente por el entorno y sus condiciones adversas, incluso para la vida humana.
“Estábamos entrando a una sima donde no se veía ningún escape, por lo tanto, el anhídrido carbónico que producían todas esas plantas a lo largo de toda la noche podrían generar una acumulación que fuera limitante para el desarrollo de las plantas, como era obvio que no era limitante para el desarrollo de las plantas, podría serlo para formas de vida, incluso para nosotros mismos que estábamos bajando y teníamos verdaderamente un temor de empezar a sentir los efectos del anhídrido carbónico, como ocurre en las minas de carbón y en muchos lugares donde la gente pierde el sentido“.
Sin importar las décadas que transcurran, las simas de Sarisariñamas permanecerán envueltas en un gran misterio que seguirá atrapado como todo lo que intente salir de la superficie. El autor de esta travesía confirmó que hasta el momento no se han hecho estudios sobre las aves ni insectos encontrados y por esta razón, cada expedición arrojaría nuevos indicios sobre plantas, animales y mucho más. “Los pájaros e insectos están por descubrirse, se deben hacer expediciones científicas que traigan más información al mundo de lo que hay en el fondo de Sarisariñama, porque el fondo es más ancho que la boca. Por lo tanto, son como un cono y todo lo que trate de emerger está en cierta forma aferrado adentro”.
Cuando tuvo el primer acercamiento a Sarisariñama, Charles y su equipo subieron en escalada por una de las paredes del lado sur de la meseta. Sin embargo, señaló que actualmente es más sencillo llegar a lo alto del tepuy a través de helicópteros, ya que al realizar un ascenso sin transporte aéreo se trata de un acto de aventura.
Asimismo, las expediciones conllevan el traslado de un equipo multidisciplinario para no poner en riesgo su vida. En el primer ascenso, el grupo lo integraban 25 profesionales de diferentes áreas, que incluían, además de científicos de distintas ramas, médicos, utileros, cinematógrafos, entre otros.
“Definitivamente nos cambió la vida, a todos los que entramos, que fuimos pocos, fuimos tres en esa oportunidad, tres personas para poder estar adentro. El helicóptero no podía bajar, era muy grande y no había la experiencia para hacerlo ni tampoco había en el fondo de Sarisariñama, un lugar sin bosque, sin selva donde pudiera aterrizar. Por lo tanto, bajando a Sarisariñama sabíamos que íbamos a estar aislados, que no podíamos subir fácilmente, que teníamos que utilizar toda una tecnología que no existía e inventar para hacer los grandes descensos de rappel para llegar al fondo”.
Bajar fue extenuante y el peligro era latente. Por su mente se cruzaron un sinfín de pensamientos, por lo que el esfuerzo era tanto físico como mental y lo agobiaba el temor ante lo que pudiera ocurrir. “Teníamos la sensación de estar asfixiados por el anhídrido carbónico que se habría acumulado en el fondo de esa sima. Por ello, ese verdor, esa selva distinta en el fondo, era una selva más grande a la que había en la cumbre de la meseta. Entonces, había una mayor actividad en el fondo de esa meseta y pensamos que podría tener anhídrido carbónico. Estábamos muy pendientes de ver si nos sentíamos agobiados, cansados, mientras bajábamos y si sentíamos cierta forma de asfixia, tener la oportunidad de detenernos y detener el descenso nuestro porque de lo contrario hubiera sido un suicidio”.
El objetivo de la misión era documentar todo lo que encontraran a su paso. Justo así la desarrollaron sin abandonar la sensación mística ante tal espectáculo de la naturaleza. “Nosotros no éramos aventureros. Estábamos para recopilar información que permitiera traducir la emoción de llegar a este lugar de una forma consistente, concreta para la ciencia. En respuesta botánica, de ranas, temperatura, de lo que encontráramos en el fondo. Ingresar a este lugar resultó, no solamente una experiencia científica satisfactoria, sabíamos que estábamos expandiendo el conocimiento humano en un área que no se había visto nunca con esas condiciones, pero también era una suerte de encuentro espiritual, extraño, de lo desconocido, muy interno. Los que entienden de este tipo de cosas dirían que era una experiencia religiosa, de comunicación con algo extraño, con los elementos que dan lugar a la vida”.
El célebre investigador reveló que se toparon con una vegetación diversa y animales que nunca imaginó. Cada una de las nuevas plantas recolectadas fueron descritas en su libro titulado con el mismo nombre del tepuy “Sarisariñama”. “Había plantas muy abundantes que eran únicas en el mundo y que solo existen en el fondo de esa sima (…) había muchísimas ranas de las cuales no pudimos recoger, pero seis resultaron especies nuevas. En esta primera expedición, no tomamos ranas en el fondo, porque estábamos más bien tratando de ver de dónde tomábamos agua, porque no había. El agua de la lluvia que caía algunas veces hacia adentro la recogíamos en una lona para meterla en una olla que llevábamos para cocinar”.
Las palabras no alcanzan a relatar lo complicado de la ruta de descenso, pues Brewer aseguró que intentaban entender cómo es que llegarían hasta el final del abismo sin fracasar en el intento, mientras advirtió que se aproximaban a una “trampa” porque todo a su paso era muy distinto a lo que planificó. Ya era muy tarde, se encontraba en el aire y solo unas cuantas ramas lo acercaban a la pared, mientras cada vez se hacía más frecuente una interrogante: ¿Cómo regresarían?
“Como no teníamos yumar para subir porque no se habían descubierto en ese momento, quizá podríamos utilizar los nudos prusik, pero subir con nudos a lo largo de casi 400 metros era una labor casi imposible. Pensamos que quizás podíamos subir por la polea con la cual se subían las plantas. Teníamos colocada esa polea arriba con un pequeño motor y pensamos que podríamos ser rescatados de esa manera, pero ese tipo de problema en su forma más grave lo encontraríamos ya al llegar abajo”.
Les tomó un día completo bajar desde la sima hasta tocar fondo, se hizo de noche y rápidamente armaron un campamento inicial. “Teníamos que desplazarnos en rapel y conectarnos a las otras cuerdas que llevábamos con nosotros, porque ya una cuerda de 400 metros pesa muchísimo y para hacer rapel ahí era muy complicado y era muy difícil descender. Por lo tanto, hicimos el descenso no en una sola cuerda, sino en cuerdas fraccionadas”.
El botánico venezolano contó cómo la primera noche que pernoctaron en el interior de la sima despertó temores que nunca esperaron sentir. Extasiados por el recorrido que habían hecho a través de enormes rocas, vegetación espesa y musgo resbaloso, decidieron que ya era momento de descansar y tratar de dormir. Aunque, ruidos extrañísimos comenzaron a inquietarlos y a perturbar su estadía.
“No pudimos determinar en qué consistía ni qué era, pero unos ruidos muy fuertes generados por algo que pasaba volando. No era ningún pájaro conocido para nosotros“, contó.
Con la penumbra sobre ellos, fue cuando la imaginación empezó a jugar con sus mentes. La idea de estar cerca de una animal prehistórico como un pterodáctilo era una sensación difícil de asimilar. “Pasaba cerca de nosotros, nos agachábamos y sentíamos el viento de las alas. El animal era muy grande, haciendo un ruido espantoso y recordamos a los pterosaurios que fueron descritos en la novela de ‘El Mundo Perdido’ de Sir Arthur Conan Doyle“.
En la madrugada pudieron determinar de qué se trataba: Resultó que eran guácharos. “Como de un metro de largo al desplegar sus alas. Aquellos guácharos pasaban y estaban curiosos de ver también animales muy extraños, que éramos nosotros. Nos pasaban volando cerca, quizás para disuadirnos, haciendo ruidos muy fuertes. Fue la primera colonia de guácharos que se reportó entonces, fuera de la que ya se conocía en la Cueva del Guácharo, en Caripe, estado Monagas que la registró Humboldt“, explicó.
Transcurrió una semana dentro de Sarisariñama y posteriormente, esperaron una semana más mientras lograban establecer comunicación hasta la cumbre y de allí hasta Caracas para el rescate. “De manera que un avión nos trajera hasta Kanarakuni unas escaleras electrode. Luego, un helicóptero subía las escaleras a la cumbre y bajarlas por la polea. Con esas escaleras pudimos subir. Requerían mucha fuerza, habilidad, resistencia para subir a través de ella, porque estás colgando al aire como si estuvieras en el tope de la azotea del Empire State Building, en Nueva York”.
Por su parte, Karen, quien ha recorrido toda Venezuela, en esta segunda expedición se encontraba pequeña y frágil ante el grandioso tepuy y evidenció cómo quedó asombrada en medio de la maravilla de la selva mientras acompañaba a los experimentados científicos en el registro de nuevas especies.
“Mi trabajo en las expediciones desde ese momento era básicamente encontrar animales, señalarlos, tomarles fotos y mostrárselos a ellos para que dijeran: ‘Wow, sí, qué interesante’, y hacer una descripción sobre ellos para proceder al registro de ese animal. Todo ese tiempo de arriba me la pasé así y de repente, uno de esos días nos toca bajar hasta el fondo de la sima porque nos quedamos a dormir en la parte de arriba, y para esto, nos montamos en un helicóptero y el helicóptero sube. Recuerdo que de los bordes de la pared de la boca mayor salían más de 120, 130, guacamayas que empezaron a volar en círculos (…) yo decía: ‘Esto es mágico‘”.
Adentrarse en una depresión tan imponente fue completamente alucinante para Karen, pues logró captar cada centímetro del espacio, cada planta, liquen o musgo a su alrededor, sin olvidar los riesgos de un paso en falso.
A medida que caía la noche, Sarisariñama comenzaba a seducir a Karen con su espectacular belleza. “En la selva se hace oscuro muy rápido. Ya a las 4:00 de la tarde se empieza a hacer de noche. El cielo estaba completamente despejado y se veían todas las estrellas que podían caber en ese círculo, en esa abertura. Veía para arriba, veía ese círculo nada más donde aparecían las estrellas y del resto era todo negro. Eso me impresionaba muchísimo“.
Pero nuevamente, los ruidos que una vez aterrorizaron a su novel padre, despertaron temores en Karen. “De repente veías unas sombras pasando por ahí, en tu cielo estrellado (…) era tanto que las estrellas parecía que estaban como parpadeando porque pasaban y pasaban, y de pronto salía una estrellita y la podías ver. Pero eran demasiados“. Los inofensivos guácharos, anfitriones para este grupo de exploradores, así les daba la bienvenida.
La madrugada no resultó ser tan plácida cuando la lluvia se hizo presente. Sin tiempo para mover de posición el campamento, Karen junto al grupo, optaron por tomar sus sacos de dormir y colocarlos sobre una enorme montaña de semillas que estaba protegida por el techo abovedado de la sima.
“Nos acostamos ahí y recuerdo que el olor de las semillas era como a cacao, era como a chocolate con humedad, pero era rico. Era muy rico ese olor, porque además me llevaba a todas esas veces que mi papá regresaba de expediciones y abría su maleta y olía a eso (…) nos traía una cantidad de historias, de fotografías, y anécdotas que me gusta mucho ese olor a tierra mojada y a chocolate húmedo. No sé cómo describirlo, es muy raro porque además también olía un poquito como a fermentado“.
Y así describió la mejor noche de su vida, con un grupo de expedicionarios admirables que hizo la experiencia más amena. “Vas con amigos para allá que tienen el mismo interés que tú, la misma fascinación por descubrir cosas y estamos todo el tiempo echándonos bromas. Es muy bonito“.
Dicen que en estas montañas sagradas también habitan seres mitológicos como los ‘suamos’ y ‘ewaipanomas’ que la protegen. Se ha especulado que les han perdido el rastro a algunos viajeros durante el camino. ¿Será que esta presencia aterradora tiene algo que ver? Siempre será una gran incógnita.
Muchos aseguran que el nombre del tepuy Sarisariñama proviene de una leyenda del pueblo indígena de Yekuana. Tenían la convicción que existía un espíritu maligno en el corazón de la cumbre y podía ser escuchado mientras devoraba carne humana. Cerraba su terrible acto con un fuerte sonido: “Sari… sari…”.
“Cuando mi papá fue estaban tratando de subir y había algo que los estaba llamando, que los siseaba. Se devolvieron y no pudieron subir esa vez. De hecho, he participado en expediciones en las que espíritus malignos, estando con Yekuanas también, nos han llamado, y yo: ¡No puede ser! Nos imitan para llamarnos, para que te vayas con ellos, te llevan encima y desapareces”, dijo Karen.
Pero el misticismo que impregna este inhóspito paraje, va más allá de leyendas y fábulas cuando se tiene la oportunidad de vivirlo. La experiencia de Karen, su primer acercamiento a Sarisariñama gracias a su padre, es una que no olvida con facilidad. Los aromas, colores, y vibraciones del entorno se funden en lo más recóndito de su ser como si formara parte de ella.
Por otro lado, Cherles Brewer-Carías aclaró que actualmente no está prohibido el ingreso al tepuy. Muchas personas han logrado ir, incluso se han lanzado en paracaídas desde el borde hacia adentro. Sin embargo, es un viaje que requiere preparación y, sobre todo, presupuesto. “No hay combustible para hacer un tipo de viaje de este tipo y tampoco helicóptero que alguien pueda prestar o alquilar para hacerlo porque resulta demasiado costoso. Pero no es por prohibición, sino por la dificultad de reunir la logística necesaria para poder llegar a un lugar así”.
Charles estima que se han completado al menos seis expediciones a Sarisariñama. El descubrimiento de especies únicas en este lugar nunca llegará a su fin y no existe la manera de predecir cuántas veces más podría ser explorado. Lo único seguro, es que cada viaje arrojará hallazgos que deslumbrarán al mundo. Y tú, ¿tendrías el valor de visitar este lugar?