A Yuri Gil se le cayó la casa que construyó su marido hace poco más de un año en Petare, la mayor barriada de Venezuela, que también ha sido golpeada por las intensas lluvias de estos días.
“Se empezó a desprender la acera y las casas comenzaron a ceder”, dijo a la Voz de América esta mujer de 37 años.
Junto al esqueleto de la casa de Yuri están los escombros de la vivienda de Jennifer Freites y de otras 10 familias que resultaron damnificadas.
Algunos bloques quedaron intactos, pero otros están completamente destruidos.
Un auto destartalado está atravesado en el medio de la vía para evitar el tránsito por esta zona inestable. Hay miedo a más derrumbes y a que colapse la carretera por más peso. Sin embargo, niños y adultos caminan por el debilitado terreno: se detienen, miran y siguen.
“Ese día llovió demasiado y empezó a despegarse la carretera de la acera. Y ahí fue donde empezó a caer la casa”, relató Jennifer, de 40 años, que mira hacia abajo para señalar donde estaba su vivienda.
Como el derrumbe en esta zona fue paulatino las familias huyeron a tiempo, y como pudieron sacaron sus enseres.
Pocos días después, en la popular barriada “23 de Enero”, al otro lado de Caracas, 19 viviendas se vinieron abajo por las lluvias.
Estas casas, de ladrillo expuesto y techo de lata, son conocidas en Venezuela como “ranchos”, y cubren buena parte de los cerros de la capital, donde las barriadas crecieron de forma anárquica.
Y por definición, son vulnerables.
Venezuela atraviesa un año particularmente lluvioso, que ha dejado decenas de muertos en varios estados, principalmente en Aragua (centro-norte), donde un aluvión arrasó con el pueblo de Las Tejerías, con 54 fallecidos, y poco después, otra crecida mató a cuatro en un barrio acomodado de Maracay.
“Construimos nuestra casa en 6 meses”. Yuri explica que su esposo es albañil y la construyó con ayuda de su hermano y un vecino.
“Nosotros teníamos el terreno. Era un estacionamiento donde guardamos el carro. Compramos un material y construimos allí la casa”.
Pero se desvaneció y ahora “va a ser muy difícil” … construir otra, “pasará mucho tiempo”.
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“Ahorita nosotros trabajamos es para sobrevivir, trabajamos es para comer, para tener a los niños bien. Puede ser que en alguna historia tengamos una casa, pero va a ser muy difícil que sea pronto”, dijo con resignación.
Y Jennifer, que hace seis años pudo comprar la suya, no se detiene hoy a sacar cuentas. Los números, de entrada, no le dan.
Una casa en esta zona, asegura, cuesta entre 3.000 y 15.000 dólares.
“Nosotros no lo tenemos, de verdad no tengo para comprar. No tenemos recursos para comprar una casa ni de tres ni de cuatro mil dólares”, añade esta mujer que es madre de tres: dos niños y un adolescente.
Entonces, la opción que tienen es esperar por la ayuda del gobierno, mientras duermen de casa en casa.