El oficialismo ha sabido aminorar, manipular y, en algunos casos, tarifar a la oposición enrojecida
La diferencia entre el liderazgo político del 58 y el actual es insondable. La integridad de aquellos y su ausencia en estos. La oposición rosada participa en la pantomima, dividida entre ambiciones, egos y codicias por “espacios”. Sin importar cuánto se extorsiona con el espectro unitario, el partido piensa conquistar para sí un mercado apetitoso, atiborrado de privilegios, repleto de contratos y abundantes cargos, oportunidad para compañeros, parientes y amigos, con ansias de burocracia y, a través de ellos, alcancías para vaciar, con la incivil omisión de rendir cuenta.
El oficialismo ha sabido aminorar, manipular y, en algunos casos, tarifar a actores de la oposición enrojecida, pero la responsabilidad de su división y falta de éxito recae únicamente en ella. Ese fracaso se debe, entre otros factores, a que se lo juegan todo no para defender la democracia y libertad, sino por intereses particulares y partidistas. No se ponen de acuerdo sobre cómo salir del infractor de los derechos humanos. Están quienes desean pactar y cohabitar; los apegados a la norma democrática y los que no descartan el camino de la fuerza institucional, del poderío judicial, de la Corte Penal Internacional y de tribunales estadounidenses.
El interinato logró una convocatoria popular que se precipitó con premura. La ruindad e impudicia por figurar, y el oportunismo, profundiza las brechas en la desintegración con demostraciones absurdas de mesianismo. Se alejaron del ciudadano, lo ridiculizaron, se burlaron, mintieron e incumplieron la palabra empeñada. Y como siempre, la iniciativa ciudadana es la esperanza. La sociedad civil es trascendental para un cambio serio y responsable.
Comprender la condición del régimen permitirá entender que el permiso de hacer política no es porque se oponen, sino porque conviven, obedecen, disfrutan de las mismas prebendas. Y mientras la oposición no deje de ser combinación de rojo con blanco, supere sus tonterías y pendejadas, representa la mejor garantía para la perduración del régimen en el poder.
El planeta rojo también sufre fragmentación por cogobiernos de diferentes niveles, enmarañados compromisos, aliados de dudosa reputación y precaria probidad. Tienen mucho de secta religiosa, predican el libro azul, que agitan para júbilo de simpatizantes. Se invoca la sabiduría inagotable de su autor, constituido en deidad. Sin embargo, el oficialismo admite debilidad, el chavismo esta frágil. Son sus grietas las que producen cambios. Se acentúa la purga, eliminando disidencias para disuadir imitadores. Pero para emprenderla, se requiere concentración de poder y éxito económico. La presidencia tiene un déficit hereditario de autoridad y pérdida de legitimidad, no tiene carisma y padece un proceso acelerado de desgaste, llegando a mínimos históricos de aceptación.
Obligado a la cohesión del otrora partido hegemónico, la desavenencia no se calma. Se propagan críticas y desencantados.
Para el dogmatismo autoritario es difícil comprender que en política el pecado mortal de la traición a veces, por fuerza del pragmatismo, se transforma en virtud. Todo indica que la dictadura despótica, injusta y arbitraria se desmiembra lentamente, pero sin pausa.
Divergencia irreconciliable entre los que acompañaron a Chávez en su largo Gobierno y quienes fueron cómplices en la destrucción de la iniciativa privada, hundimiento de PDVSA cuyo poder deslumbró, llevándola a sobrecargarla de responsabilidades que no tienen nada que ver con su objetivo. Se consideran “chavismo original”, y mantienen su recuerdo como católicos a la señal de la cruz; símbolo que no impide ver la realidad, dedicando halagos al sucesor.
Otra fractura, que no por numérica se considera menos importante, es entre el PSUV obediente, sumiso y los partidos de menor grosor que no creen se hace lo debido, y resisten. Comunistas marxistas, huérfanos con el cambio de Unión Soviética a Rusia. Terroristas urbanos de los primeros tiempos que confundieron su condición al servicio de la revolución bolivariana e integrantes del comunismo flexible.
Están los que añoran al “comandante eterno”, algunos exiliados, otros perseguidos judicialmente, y los que por conveniencia necesaria se convirtieron en castro-maduristas. Sin olvidar, el oficialismo civil, los partidos políticos, individualidades, enchufados y bolichicos deshonestos, putrefactos, con cuotas de poder; igualmente el poder judicial que da legalidad a la ignominia y el poderío militar que por sustentarlo goza de franquicias e inmunidades.
Por último, los irregulares de la Venezuela profunda y fronteras, con la pérdida de soberanía por la invasión cubana y de otras lejanías tienen fuerte presencia e influencia. Todos participan de la orgía corrupta, recolectando honorarios por su silencio, complicidad y sostenimiento.
Son grupos diferentes, con ambiciones comunes, pero visiones distintas de un régimen que aunque se coloque un militarizado gabán a la cubana, y esté en rediseño de identidad, solo tiene una salida: seguir mientras pueda; es parte de un rompecabezas que en vez de unirse para formar figura, se va separando, y evapora sin remedio.
Son demasiadas manos -de lado y lado- para participar en el inmoral desenfreno y repartirse el pastel; en su descrédito, solo hay nombres que llaman la atención del país: quienes dicen la verdad y demuestran coherencia, credibilidad, valentía. Quien conserva el respaldo internacional. Y los que tienen recompensa.
En regímenes opresores, dictaduras y tiranías, lo más subversivo es la verdad. Decirla puede complicar la vida o facilitar un descanso eterno. La sinceridad puede no ser agradable, pero hay que decirla.
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