La sucesión está asociada, casi siempre, a conflictos entre los herederos, enfrentamientos que tienden a agravarse si el legado es el poder de un régimen tiránico sobre una nación.
A la muerte de Lenin, en 1924, se acentuó la pugna interna incubada en el régimen soviético que estallaría en el Politburó del Partido Bolchevique. Afirma Robert Conquest en El gran terror que “Trotsky, fue el primero, ante los hechos, el más peligroso de los oponentes de Stalin. Sobre él, concentraría Stalin, durante años, la totalidad del poder de su inmensa capacidad para la malicia política”.
Salvando las distancias, a la muerte de Hugo Chávez la lucha no podía ser distinto. Están frescas las tensiones subyacentes en las imágenes de aquella noche decembrina en la que un Chávez meditabundo y triste (con Maduro a su izquierda y Diosdado a su derecha, la ubicación de ambos no parece haber sido casual), informaba al país la gravedad de su estado de salud y su deseo de que fuera Maduro quien le sucediera en el poder.
Los conflictos internos estallaron muy pronto en Venezuela con un ganador moliendo al resto.
Así como Stalin en los años siguientes daría cuenta de Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Bujarin, Rykov, y Tomsky, entre muchos otros; por acá, la purga política alentada por Maduro se rasparía a Rafael Ramírez, Jorge Giordani, Héctor Navarro, Miguel Rodríguez Torres, Cliver Alcalá Cordones y tantos otros.
Pero como la pelea no ha concluido, se mantiene el caso de algunos sobrevivientes políticos siendo el más notorio el de Diosdado Cabello.
Nicolás Maduro ha anunciado este lunes 22 de junio “la creación de una Comisión Especial para la conducción de la Revolución Judicial en todo el Sistema de Justicia venezolano”, pomposo nombre para lo que desde muy lejos hiede a una decisión producto de las diferencias entre las facciones en pugna dentro del régimen.
Parece que estamos ante un capítulo más de la disputa Maduro vs. Diosdado, pues la quimera de un sistema de justicia digno de un país democrático se podría decir que comenzó a desvanecerse con la frustración de las actuaciones bienintencionadas de algunos, durante los primeros esfuerzos de la Constituyente de 1999, por sanear el sistema judicial de la mal llamada cuarta república.
Maduro sabe del poder acumulado por Diosdado en el mundo judicial, sobre todo después de aquel 24 de diciembre de 2015, cuando la Asamblea Nacional, bajo su control, secuestró definitivamente el principio de la separación de poderes con el nombramiento de una ristra de magistrados express.
El móvil exacto del anuncio de Maduro se desconoce, pero obviamente es de naturaleza política. Ora porque se acordó con Diosdado, ora porque necesita someterlo con miras al 2024, antes de que se le vuelva un problema mayor. E incluso hasta porque pueda tener pendiente algún ajuste de cuentas para algún salido del carril el 30 de abril.
De resto no pareciera existir otra motivación en Maduro que justifique semejante decisión de reestructuración del Poder Judicial venezolano. Los ciudadanos sabemos que el objetivo no es mejorar la administración de justicia.
De hacerse realidad el planteamiento, esta sería la quinta reforma que afectaría al Poder Judicial desde la llegada del chavismo en 1998. Todas las anteriores culminaron en “purgas” de cientos de jueces en todo el país, dirigidas a someter la justicia a los designios del ocupante del Palacio de Miraflores o a equilibrar el poder de las fuerzas internas del régimen, sustituyendo unas tribus judiciales por otras.
Mientras tanto, la corrupción judicial se ha multiplicado exponencialmente, los retardos procesales se alargan al infinito y la justicia en general es un tentáculo más de la represión política.
El 31 de enero del año pasado, en el marco de la apertura del año judicial, con falsa autocrítica y mucha mordacidad hacia su adversario al interior del régimen, Maduro dejó caer las siguientes palabras: “Hay cosas que están mal y no es por culpa de Donald Trump (entonces presidente de Estados Unidos), es por culpa de nosotros (…) que nadie se sienta ofendido o triste, pero tenemos que cambiar muchas cosas”.
Para de inmediato añadir: “Por eso me atrevo a proponer a la Asamblea Nacional Constituyente que asuma y nombre una alta comisión para hacer una reforma profunda del Poder Judicial venezolano y llevar a un cambio a todas las estructuras del Poder Judicial”, planteando además que Delcy Rodríguez se encargará de la misma.
El emplazamiento fue directo al presidente de la ANC, Diosdado Cabello, presente en el acto. Pero pasaron los días, semanas y meses sin que el interpelado se diera por enterado del pedido. ¿No quiso? ¿No le convino? ¿No llegaron a un acuerdo? Qué se yo. Lo cierto es que no hubo comisión y si la hubo nadie lo supo y nada hizo por mejorar la justicia en el país.
Así, la ANC desapareció con mucha pena, sin ápice de gloria y con un Diosdado disminuido ante Maduro e incluso ante Jorge y Delcy Rodríguez, que ya es bastante decir.
Aprovechando su ventaja circunstancial, Maduro ha vuelto de nuevo por sus fueros no solo anunciando la creación de la fulana comisión, sino que en vez de emplazar a Diosdado parece haberlo amarrado al designarlo presidente de la misma, ponerle de vicepresidente a la “Primera Combatiente”, cual “grillo lecunero”, a la pata para que no pueda ir muy lejos y al darle 60 días de plazo para realizar una “Revolución Judicial” que espera sea “profunda y acelerada”.
Detrás de toda la jerigonza demagógica espetada por Maduro de “readecuar y actualizar todas las leyes para una justicia eficaz, a tiempo, y que Venezuela tenga un Estado robusto e instituciones que respondan”, subyace la vieja disputa entre él como representante de la “falsa izquierda” y el representante de la “derecha endógena”, como gustan llamarse amablemente unos a otros en la intimidad de sus séquitos.
Ya no está Hugo Chávez para “amarrarlos barriga con barriga” hasta que dejen de pelear y en el horizonte se vislumbra el problema de la candidatura presidencial del chavismo para 2024.
Si por falta de acuerdo -o por exceso del mismo- el candidato es Maduro, necesita tener lo más amarradito posible a Diosdado. Y si por las mismas razones, el candidato es Jorge Rodríguez, este seguramente exigió tenerlo también con la cabuya corta para hacerle más sereno el camino en su aspiración de relevar a Maduro en el mando. La cosa está que arde en el mundo rojo. No andan jugando carrito.
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