No nos detenemos a pensar, a menos que pases por un episodio de salud, en lo importante que es respirar. Vacúnense, esto no es juego, existe y puede matar
Comienzo a escribir esto un martes a las 13:34 horas de Buenos Aires. Lo hago desde mi cama número 0315 del pabellón para contagiados de covid-19 del Hospital Ramos Mejías. Hoy es 24 de agosto y estoy cumpliendo 9 días internado.
Obviamente he tenido tiempo para pensar y descubrir lo volátil que es todo. Hace dos fines de semana había hecho un show de stand up y al día siguiente visité el cuartel general de Editorial Orsai en Villa Urquiza para recibir el bono que me acreditaba como productor asociado de la película La uruguaya.
Ese sábado estaba contento y no evidenciaba ningún problema de salud, así que luego de recibir el bono me fui a casa y adelanté algunas cosas de trabajo. Ya en la noche comencé a sentir algo de fiebre, pero como el viernes me había mojado con la lluvia pensé que se trataba de un simple resfriado.
Ya para el lunes me sentía bastante mal, y una amiga con la que me vi el jueves al final de la tarde me dio la noticia: “Juanette me voy a hisopar, hazlo tú también porque mi hermana tiene covid y creo que yo también”.
Confieso que tuve mucho miedo, pero traté de no entrar en pánico. Luego me cambié y me fui hasta el centro de testeo ubicado en el Movistar Arena, justo al lado de Atlanta. Simplemente, entré, me hisopé y salí. No me tomó ni 5 minutos.
Fue el martes 10 de agosto a las 14:47 que recibí el resultado: “Positivo por Sar-Cov-2, y ahí si lloré, tuve mucho miedo. Poco después me repuse pues recordé que tenía ya una dosis de Astra y no tenía enfermedades preexistentes, por lo que pensé que la pasaría en casa sin contratiempos.
Pasaron algunos días y por suerte mi familia me acercaba a casa todo lo que necesitaba, por lo que ese fin de semana la pasé muy tranquilo. Anímicamente estaba mal pues justo ese 14 de agosto, mi hijo Roberth cumplió 14 años y por supuesto no lo pude festejar con él.
La noche del 15 de agosto fue terrible, la peor de todas diría yo, creo que me desmayé camino al baño. Como pude regresé a la cama y al medir mi saturación estaba en 94. Pero al día siguiente cuando volví a medirme ya saturaba 91, por lo que me vestí como pude, armé una bolsa con una muda de ropa y tomé un taxi hasta el hospital.
Apenas llegué y me vieron en la UFI me hicieron pasar, y luego de hacerme algunos estudios me dijeron que me internarían. Esperé durante 45 minutos y tras ese tiempo apareció un enfermero con una silla de ruedas y me dijo: “Hola amigo, comenzamos el viaje”. Me sonreí y me subí a la silla.
El pobre hombre era bajito y delgado por lo que le costó empujarme, yo trataba de ayudarlo con mis pies, como quien se desliza en patines o en una patineta, pero el asfalto irregular del estacionamiento no ayudaba; sin embargo, a los pocos minutos cumplimos con la meta y llegué al pabellón.
Ya en mi cubículo conocí a mi primer compañero de internación, su nombre era Mariano, yo lo apodé Capitán Respiración.
El Capitán Respiración
Mariano ocupaba la cama 0313 y era profesor de yoga. Un tipo con grandes rastas que escuchaba rock nacional todo el día. Algo que agradecí porque como me hubiese tocado un compañero reguetonero creo que hubiese pedido la inyección letal. Sin duda pasar la internación escuchando a Charly, Fito, Spinetta, Fabi Cantilo, y Zumo es otra cosa.
El tipo de las rastas fue sin duda mi gurú no solo respiratorio sino que inyectó esa paz y buena energía que hace tanto bien cuando estás en un hospital. “El aire debe entrar en tus pulmones cuando sea el momento preciso. No desesperes, el cuerpo es sabio, tu solo espera” (claro que las primeras veces estaba yo morado, sin oxígeno, pero después aprendí).
Sin duda el encuentro con El Capitán Respiración me ayudó un montón, sobre todo anímicamente.
El abuelo Juan
Otro de mis compañeros en el hospital fue mi tocayo Juan, un jubilado de 78 años que no solo tenía covid, sino que por la pandemia había perdido su trabajo como pintor en una constructora después de décadas.
Poco después Juan me confesaría (y me autorizó a contarlo) que había tratado de quitarse la vida, no solo por la desesperación de la falta de laburo, sino por el miedo de llegar a viejo. Se le tiró a un colectivo, pero afortunadamente solo le golpeó la pierna.
Mientras me lo contaba me dijo “Igual es una boludez Juancito porque todos vamos a parar a viejos, al menos que te mueras antes, obvio. Pero, pensándolo bien, no está tan mal vivir lo que se pueda”.
Pasaron los días y Juan vivió una transformación. Con la ayuda de psicólogos y trabajadores sociales, lo convencieron de irse a un geriátrico, algo que asumió como “una aventura más de las muchas que he vivido”.
“Capaz en el geriátrico me engancho una vieja, y vos hacé lo mismo, aprovecha y ponete de novio con una de estas doctoras, no te quedés solo, no seas tan boludo”.
Antes de irse, me dejó un consejo de oro: che, a la vida hay que bailarla no al ritmo que te tocó, hay que tratar de bailar lo que a uno le guste. Y si te equivocás, cambiá el disco y seguí bailando”.
Cuando la fe asusta
Diría que hubo dos momentos que sentí que estaba a punto de morir. Una fue la noche antes de internarme y la segunda el día que me visitó el cura del hospital. Ocurrió el segundo o tercer día de mi internación, a eso de las 14 horas. Yo estaba durmiendo cuando de repente sentí que me movieron la cama y al abrir los ojos ahí estaba el padre Fernando quien me dijo: “Estoy acá por vos, porque Dios te ha llamado”.
Como un acto reflejo le contesté “Pero yo ahora no puedo ir”. El padre sonrió y me aclaró que venía a visitar a todos los enfermos, que no me estaba muriendo ni nada por el estilo. Quiero darle un consejo a los pastores y religiosos: usen las palabras correctas cuando hablen con un enfermo porque no está bueno decirle a un internado por covid, con oxígeno y saturando 92, “Dios te está llamando”. Eso no se hace.
La soledad
Hay algo innegable cuando estás hospitalizado y más si es por covid: pasas mucho tiempo solo. Los primeros días todo el mundo escribe y está pendiente, pero como la recuperación es lenta, el mundo afuera sigue su camino y ya el contacto con las personas es cada vez menor. Es como que la vida sigue su curso, pero tú estás en la banca por lesión.
La clave para sobreponerse a esto es entender que si la gente no te escribe todo el tiempo no es porque no te quiera o se preocupe, sino porque tiene que seguir con su cotidianidad, cosa que está muy bien.
La soledad siempre se ha estigmatizado, se ve como algo malo, te dicen que está mal estar solo; pero la verdad, a veces la soledad es buena consejera, y te ayuda a pensar y repensar lo que será tu vida de ahora en adelante.
Respirar
Ya finalmente estoy en casa, recuperándome. La doctora me dice que voy a tardar en recuperar mi condición cardiopulmonar pero que en unos meses estaré, como dicen acá, “10 puntos”. La verdad el haber salido ya es suficiente regalo, ahora toca recuperarse.
Es muy loco, pero algo tan importante como respirar es percibido por lo seres humanos mecánicamente, y no nos detenemos a pensar, a menos que pases por un episodio de salud, en lo importante que es.
Poco a poco vamos a ir retomando, es paciencia y tiempo, gracias a todos por leerme siempre y por sus muestras de cariño. Y tal como dije en el video “vacúnense, esto no es juego, existe y puede matar”.
Quiero despedir esta columna con una frase de una canción de Cerati que remite al logro tras el esfuerzo. “Tarda en llegar, y al final, y al final hay recompensa”.
Cuídense, y Dios los bendiga.
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