En el marco de la grave crisis que padece Venezuela, se ha normalizado la presencia de niños y adolescentes trabajando o pidiendo limosna en las calles del país. Muchos de ellos iniciaron el oficio a los tres años en compañía de sus padres, otros comenzaron solos a los 10 años. Cada uno tiene su historia, pero todos coinciden en que trabajan para aportar para el sustento familiar.
Es detenido en la calle por las autoridades, le ordenan subirse a un vehículo y se lo llevan para luego abandonarlo a la suerte en una zona boscosa y apartada de la ciudad. En otra ocasión, una de las peores experiencias hasta ahora, se lo llevan, esta vez no para dejarlo abandonado, sino para golpear su frágil cuerpo ya acostumbrado a los abusos y excesos por parte de funcionarios policiales.
El relato no describe a un criminal, cuenta lo vivido por Raymond, un joven de 15 años que se gana la vida vendiendo caramelos en los autobuses que circulan en las cercanías del terminal terrestre del fronterizo estado Táchira, al oeste de Venezuela.
Raymond parece aguantar todo esto a costa de poder mantener a la familia.
A diferencia de otros jóvenes de su edad, cada mañana se levanta temprano, no con planes de disfrutar el día con juegos, amigos o prácticas deportivas, sino para ir a trabajar. Desde niño ha asumido el rol de proveedor del hogar.
Las manos de Raymond reflejan los años de trabajo, su cuerpo delgado luce ropa desgastada, sus pies calzan zapatos deteriorados, y sobre su espalda escurre el peso de un morral tricolor repleto de huecos.
Con voz sutil ofrece los dulces que lleva depositados en una cesta plástica verde. Es el oficio al que se dedica desde que llegó de Colombia, país en el que vivió y trabajó durante dos años, pero en el que no consiguió lo que esperaba.
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Colombia fue el primer destino escogido por el adolescente venezolano que, como muchos otros, busca aliviar la crisis económica que enfrenta. Ahora planea viajar a Chile, donde la vida es más fácil, según le han contado. Aún no sabe qué hará, aunque le han prometido un empleo al llegar.
El viaje lo emprenderá a pie junto a su mamá y uno de sus hermanos mayores. Teme el recorrido, nunca ha caminado tanto, aunque gran parte de su familia salió de la misma forma.
Poca ropa, comida y agua, es lo único que podrá llevar durante el pesado viaje. Cuando llegue a Chile, espera reunir dinero suficiente y retornar al país para establecer un negocio con el que espera continuar sustentando a la familia.
No piensa permanecer en Chile porque en Venezuela deja a los abuelos, quienes dependen de su cuidado y manutención. No olvida, ni por un instante que es el responsable del hogar.
Igual que Raymond, cientos de niños en Venezuela trabajan en las calles a causa de la crisis que viven en sus hogares. La situación obliga a que todo el que coma, trabaje.
La frontera colombo-Venezolana un lugar de alivio
Mientras algunos niños abandonan Venezuela, otros se desplazan internamente de ciudad en ciudad, junto a sus padres con rumbo a la frontera colombo-venezolana.
Si bien, no existen cifras oficiales referentes a la migración interna, esta se evidencia en la movilización de familias desde el interior de Venezuela hasta las zonas fronterizas con Colombia.
Este fenómeno −indica el abogado y Coordinador General de la organización Cecodap, Carlos Trapani− es reciente y está relacionado con la emergencia humanitaria compleja que golpea al país y que se ha agravado con la llegada del COVID-19.
Las calles de los estados fronterizos con Colombia y Brasil son testigo de esta cruda realidad. Una de las zonas más concurridas por este tipo de desplazamiento interno es la capital del fronterizo estado Táchira, allí un grupo de niños, varones en su mayoría, limpian parabrisas a cambio de algún pago en pesos colombianos, moneda de uso común en esa localidad.
Hace un par de meses llegaron desde La Victoria, estado Aragua, Reyber y Reyner, hermanos de tan solo 12 y 11 años. Los pies descalzos de los jovencitos, evidencian quemaduras producidas por el sol, llevan los pantalones rotos y las franelas desgastadas por el uso.
Llama la atención que son los hijos menores de la familia y los únicos que trabajan para llevar algo de dinero al hogar. Sus hermanas de 18, 16 y 15 años evaden esta responsabilidad. Reyber y Reyner, junto al papá son el sostén del hogar, a pesar de que el más pequeño confiesa que no le gusta trabajar.
A duras penas saben contar, y sin percibir la gravedad de lo que viven, revelan que no saben leer ni escribir. Su derecho a la educación está siendo violentado.
Las abrumadoras necesidades de las familias venezolanas han dejado sin atractivo las escuelas, que han sido reemplazadas por la calle, representando una problemática pluriofensiva, de los niños, niñas y adolescentes, pues cercena múltiples derechos declaró a Frontera Viva Carlos Trapani.
Reyber y Reyner preferirían estar practicando algún deporte: fútbol, voleibol y kickingball, son algunos de sus preferidos, pero la necesidad los obliga a trabajar en la calle. No temen salir solos. Se muestran seguros y fuertes, como si de dos adultos se tratara.
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