Alberto Azuna frenó en la esquina de la calle 125 y la Tercera avenida en Manhattan una mañana reciente y se ajustó la gorra de béisbol. Se estremeció dentro de una chaqueta de invierno ajustada, y luego se reincorporó. “Bueno, vamos por ahí”, dijo.
Su primera parada fue El Barrista, una cafetería de aspecto moderno con un letrero que decía: “Se cancela el día de hoy”. Un minuto después salió, negando con la cabeza. “No hablaban español y yo no hablo inglés”, contó.
En la siguiente cuadra, se cruzó con un hombre que llevaba un casco de seguridad y transportaba material de construcción en una carretilla. “¡Disculpe, señor!”, le gritó en español. Azuna le explicó que había llegado hace poco de Venezuela y estaba buscando empleo. El trabajador, José Santos, asintió con empatía y luego negó con la cabeza.
“Soy boricua, nací y crecí aquí, e incluso para mí a veces es difícil conseguir empleo”, afirmó. “Cualquier cosa que sepa, te la haré saber”. Azuna suspiró y volvió a acomodarse la gorra.