Nuevos tiempos han visto a mujeres imponer sus derechos y hacerlo con empeño y lucimiento
Inmortalizado por William Shakespeare en su obra Ricardo III, rey de Inglaterra y señor de Irlanda, hasta su muerte en la batalla de Bosworth, en el último acto de la guerra de las Dos Rosas, conflicto que, durante tres decenios, enfrentó a los miembros y partidarios de la casa de Lancaster contra los de la de York.
Retrata la tragedia de su majestad, polémico soberano, enterrado 5 siglos después, cargado de odio, cruel verdugo, que no dudó en adueñarse del trono y hacer asesinar a sus dos sobrinos en la Torre de Londres. El que, muerto su caballo en plena batalla, desesperado y acorralado, grita ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo! Grito similar al lanzado por dirigentes que se asumen nacionales en esta Venezuela desolada por la batalla entre la corrupción, ineficiencia, promesas vagas de bienestar, libertad y democracia.
Alarido de varios cuando esperábamos el rugido de una dirigencia unida hacia la conquista de una nación decorosa, digna, admirable, justa, próspera. Y solo escuchamos el llamado de auxilio para rogarle de rodillas al opresor la adjudicación de pequeños cargos, limosnas humillantes que permiten beneficio y privilegio de continuar señalando: no podemos resolver los graves problemas porque el responsable es otro que los traba e impide actuar. Legitimando lo ilegítimo, culpando a las sanciones y encubriendo la responsabilidad del único culpable; socialismo bolivariano del siglo XXI.
Sin embargo, no resultó el engaño y la respuesta a los perjuros fue clara, contundente, obvia. Por encima de palabras huecas, tan habituales y no cumplidas ya sin capacidad de ruido. Lo que ha resonado atronadoramente es la indiferencia ciudadana, el rechazo que deslegitimó a quienes pretendieron de nuevo burlarse. Para el régimen y partidos cooperantes de oposición oficialista lo de los porcentajes es importante; pero en realidad es el mensaje de apatía y desgano el que cuenta y evidenció la ciudadanía.
Generaciones actuales, que nacieron en plena decadencia por el desgaste y egoísmo de los grandes partidos que forjaron la democracia y después se esforzaron en perderla, han crecido, convertidos en hombres y mujeres que huyen despavoridos para ganarse la existencia y obtener mejor calidad vida para sus familias. El mejor ejemplo del espectacular, doloroso y vergonzoso fracaso tanto de una revolución que alardeó de cambios, ahogándose en corrupción, como de quienes proclamaron oponerse a contubernios jamás cumplidos convertidos en confabulación y errores.
Han fracasado, la Venezuela rodeada de tecnología, adelantos y poderíos enfrascados en sus propios enfrentamientos, es solo un desierto de prosperidad marchita, que jóvenes cruzan a su leal saber y entender convencidos de que solo cuentan con ellos mismos.
No sienten que valga la pena entregar caballos a los que alardean de triunfos futuros mientras chapotean en el charquero de sus fracasos. Esos venezolanos hartos, desilusionados por picardías, ni por equivocación echan un vistazo a dirigentes que se empequeñecen más cada vez que hablan. Solo se miran a sí mismos y al largo camino que les espera cruzando el desierto hacia la tierra prometida, tierra de gracia, que deberán sembrar y cuidar.
Los grandes del mundo lo saben, nos ven desde afuera. No se interesan en venir a un territorio desolado de esperanza y fe, que ni es de ellos ni les concierne, sólo esperan que logre crecer por sí mismo, y nos indican cuál es su Moisés, un muchacho que nada o poco logra convencer, irrelevante, carajeado por un G4 que lo traiciona reconociendo al régimen investigado por la Corte Penal Internacional por crímenes de Lesa humanidad, como legítimo, pero del cual nos dicen “¡es el enviado!” que ha demostrado, desconocer la magnitud de la misión que se le ha encomendado.
Nuevos tiempos han visto a mujeres imponer sus derechos y hacerlo con empeño, lucimiento, éxito. Llegó la hora en que sean los mismos ciudadanos los que, en acción profundamente democrática, decidan quiénes son los dirigentes en los cuales creer. Un reto formidable para la ciudadanía; una idea clara de quien se empeña en ser conciencia con todo lo que ello implica, que no cede a tentaciones, que tiene la honestidad y autoridad de dar la cara.
Ahora, como designio bíblico, aparece quien aplastará la cabeza de la serpiente infame y propone un desafío maravilloso a quienes van a cruzar el desierto; escojan sus guías, porque hace tiempo, los que teníamos, se quedaron sin caballos.
El desierto exige beduinos avezados, valientes, coherentes, de mirada larga para ser confiables y guiar adecuadamente. Los que cayeron de sus caballos deben ser abandonados, que busquen sus propios oasis, si los consiguen, recuerden que el desierto los secará hasta los huesos.
Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es