Una vez conocidos los resultados de las elecciones regionales de Venezuela, donde la coalición de Gobierno, Gran Polo Patriótico (GPP), consiguió al menos 19 de las 23 gobernaciones (faltan los resultados definitivos del estado Barinas) y al menos 205 de las 335 alcaldías (quedan por resolver una decena), surgen varias interpretaciones que habría que ir procesando.
Todos los actores políticos podrían ofrecer una lectura positiva sobre los resultados conseguidos, aunque en realidad todos ellos deberían sentirse angustiados.
El primer dato importante a tener en cuenta es la alta abstención, que llegó al 60%, el porcentaje más alto de unos comicios regionales (20% más que en los de 2017).
Si bien la abstención ha sido aplicada como estrategia política en ambos bandos, en uno para ganar espacios de representación sin competencia y en el otro para intentar deslegitimar al Gobierno, lo cierto es que en esta ocasión tuvo un efecto boomerang.
Por un lado, contra la oposición, ya que evidenció su escasa capacidad de convocatoria, lo que la llevó a perder muchas gobernaciones; y al mismo tiempo, contra el chavismo, porque le torpedeó su piso electoral, que se cifraba entre 4 y 5 millones de votos. En definitiva, es un factor que afectó a todos los actores que participaron en los comicios, ya que la alta abstención es sinónimo de hartazgo en la política.
El oficialismo
El chavismo cayó alrededor de 500.000 votos en relación a su votación histórica más baja, que fue en las parlamentarias de 2020, y ya no llega a los 4 millones de votos a escala nacional —si tenemos en cuenta las regionales de 2017, estaría perdiendo casi dos millones de votos—. Es decir, los votos conseguidos se sitúan por debajo de lo que se consideraba hasta ahora su piso electoral.
Estas cifras muestran que la dirigencia del chavismo debería reevaluar su última estrategia en la que trata de desplazar la figura, símbolos y las ideas del expresidente Hugo Chávez para apostar por nuevos electores. El chavismo, pensando que su voto duro estaba asegurado, intentó ganar nuevos públicos. El resultado: no solo no pudo ganarlos, sino que su nicho sólido continuó su tendencia de debilitamiento.
Un ejemplo de ello es lo sucedido en Cojedes, un estado tradicionalmente chavista donde la oposición ganó los comicios. También en Apure la oposición recortó terreno, aunque el chavismo consiguió alzarse con la gobernación.
En cifras globales, en 2017 el chavismo sacó más del 50% de los votos en 17 gobernaciones, mientras que en 2021 lo logra en tres. Ese mismo año logró sacar mas de 60% en cuatro gobernaciones, pero en 2021 en ninguna sacó ese porcentaje.
Puede resultar lógico pensar que la aplicación de la apertura económica y sus efectos le están produciendo una desafiliación continuada en sus bases de apoyo.
Por otro lado, el chavismo consiguió reoxigenarse al lograr ganar en dos estados clave que podrían implicar un remozamiento de sus dirigentes: la reelección en Miranda con Héctor Rodríguez, un líder de las canteras chavistas con perfil público nacional; y en Carabobo, donde obtuvo su victoria más significativa con Rafael Lacava, un líder bastante atípico para el chavismo que podría ser un puente del movimiento hacia nuevos electores.
La oposición
La oposición también podría ofrecer una visión optimista de los resultados a pesar de haber obtenido apenas tres gobernaciones. Por un lado, la suma de todos los partidos opositores superó en votos nacionales al chavismo. En este sentido, varias gobernaciones podrían haber sido ganadas por la oposición si esta hubiera participado unida en torno a un solo candidato.
Pero, además, según el segundo boletín del Consejo Nacional Electoral (CNE), estaría triunfando en más de 117 alcaldías (de las 335), lo que es un récord propio en elecciones locales. En su mejor momento, en 2013, ganó 76 alcaldías; en 2017, apenas 26.
Desde esta perspectiva, la oposición va en acelerado ascenso a pesar de la división del voto, sacando al chavismo de espacios que consideraba su zona de confort.
El problema de esta visión optimista es que, de las alcaldías ganadas por la oposición, 59 pertenecen a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD; la oposición institucional, por decirlo de alguna manera) y 58 a otras agrupaciones opositoras disidentes con las que no pudieron llegar a acuerdos. De esta manera, a la MUD se le presenta un nuevo dilema, que ya no se debate entre participar o no, sino el de buscar la unidad con factores a los que ha considerado “alacranes” o entreguistas al Gobierno.
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