Glovo es un servicio de encomienda que se ha ganado la preferencia de los españoles, no solo por su puntualidad sino por el carisma y acento de sus lanceros criollos…
Sí, Glovo con ‘v’ de Venezuela. Una aplicación de servicios de entrega catalana. Resulta que el ejército de ciclistas de este proveedor está integrado por una gran mayoría de compatriotas. Si queremos sentir la buena vibra de lo que es nuestra diáspora, venga a España y contemplará en cada esquina un pelotón de bicis cabalgadas por sus veloces jinetes de Caracas, Mérida o Valencia. Digno carácter de como un bregador (venezolano) puede terminar siendo gerente o propietario de un negocio al que alguna vez le prestó el servicio…
¡Buenos días, los panas están por llegar!
Glovo es un servicio de encomienda que se ha ganado la preferencia de los españoles, no solo por su puntualidad sino por el carisma y acento de sus lanceros criollos… Mis hijas me ponen la tarea de esperar el despacho. Planto queja. Les digo que no sé cómo darles seguimiento a esos pedidos.
−Papá no te preocupes, nosotros le hacemos tracking. ¡Tú baja, que el primero llega en 4 minutos!” (…)
−¿El primero? ¿Cuántos vienen? ¿Qué han pedido? Me habían dejado a solas con la angustia de esperar un ejército de desconocidos, sin saber qué, cómo y cuándo entregarán. Con exactitud suiza, llega el primero de ellos en 4 minutos.
−Hola, soy Juan Carlos. ¿Eres Gabi? (¿Por qué me llama por el nombre de mi esposa?)
−No soy Gabi, soy Orlando…
−¡Ah vale, vale!, me responde el ciclista ataviado de casco, coderas y pasamontañas, al tiempo que verifica su móvil.
−He traído su primer pedido señor. El resto estará aquí en 2 minutos y el otro en siete… De inmediato le pregunto:
−¿Cómo así Ricardo, es que acaso no viene todo junto?
−No Señor. Por cierto, me llamo Juan Carlos… me corrige amablemente. Noto algo familiar en su tono. -Mis compañeros traen el resto del encargo, me dice.
−Es que para llegar a tiempo nos reparten el pedido. Pero no se preocupe, ya los panas están por llegar…
−¿Los panas están por llegar? A pesar de combinar muletillas hispanas, al pronunciar sin seseo y con esa expresión, me digo: ¡es venezolano! Comienzo a derribar mis miedos. Si por alguna razón faltó la leche, el pan o el café, le podré decir, ¡chamo porfa ve y me repones el café y −de ñapa− pasas y te traes un paquete de harina Pan ¡que seguro consigues encontrarla!
−¿De dónde eres Ricardo? Pregunto con nostálgica curiosidad.
−Soy de Caracas, de Los Palos Grandes señor. ¡Y me llamo Juan Carlos!
−Claro, disculpa Ricardo…
−Juan Carlos Señor. Como el Rey Juan Carlos I de Borbón… Tengo dos años en España… No esperaba menos revire y urbanidad acompañada de historia comparable, de un caraqueño.
−La verdad nos han tratado muy bien. España quiere mucho a sus hijos iberoamericanos y lo demuestra en la calle o en la casa cuando levantan su puño por ser venezolanos. A la gente le gusta nuestra actitud, nuestra forma de responder y nuestra melodía isleña… Sí va, le dije una vez a una señora andaluza, que me contestó: “pero qué simpático y cariñoso sois, qué maravilla, qué energía hijo mío, oleé…” Pero más le gustó cuando le dije: No se me emocione mi doña, ¡que el día es largo! Y contestó la doña “Venga, no pasa nada. ¡Sí va, vale…!”
Se armó la fiesta
A las dos y a los siete minutos, llegaron los otros dos pedidos.
−Hola, ¿Gabi?
-No es Gabi, responde Ricardo (perdón, Juan Carlos)… Gabi es su esposa, que no está, que se ha ido, que ha salido con sus hijas y le ha dejado a cargo… En segundos ya sabía toda mi vida, ruta y circunstancia. ¡Y la compartía!
−Ah, chévere…responde su compañero. Al escuchar aquella expresión, digo “es otro quijote de los nuestros”.
−Y tú también eres venezolano?
−Si, soy de La Pastora, patrón. Me llamo José Miguel. Tengo casi tres años aquí. Yo le conseguí la chamba a Juan Carlos…
−¿Quién es Juan Carlos? pregunto con recelo, para ver la reacción de mi profesor de historia…
−Usted, de pana, tiene el Alzheimer, me dice Juan Carlos.
José Miguel es un poco más tímido. Merideño de Tabay. Y me dice: “Nací a las orillas del río Chama… Usted también luce como compatriota ¿no?”, me pregunta.
−Pues sí, de Caracas, pero vivo en Canadá.
−En Canadá? Chucha madre, ahí sí hace frío duro. Tengo un pariente allá en Montreal. ¡Me dice que es difícil porque hay que aprender francés o morir congelado…! ¡Pero nada, hay que echar pa’ lante en español, portugués o francés…!
Llega el último pedido. Es una joven. Rápidamente se une “a la fiesta”.
−¡!Hola!! ¿Eres Gabi?…
-No es Gabi… es Orlando, dice José Miguel, perdiendo su timidez andina. ¡Lo dejaron a cargo, vive en Canadá, pero es de Caracas!
−Soy de Valencia (responde) Llevo en Madrid solo dos años. Me consiguió el trabajo Juan Carlos.
−¿Y quién es Juan Carlos? Todos ríen sin que ella entienda el jaleo.
−Chiste interno Lucía… le comenta José Miguel, con su gracia y melodía de Tabay…
−Estudio de noche diseño de modas, continúa Lucía. En Valencia tenía un pequeño taller de costura. Aquí hago repartos y a veces ayudo a coser para mandar dinero a mis padres y hermanos… Llegué gracias a una señora venezolana con quien mamá trabajó muchos años. Una bendición… Ya a una señora, a quien le despaché, le gustaron mis prendas y quiere que hagamos cosas juntas.
Orgullo patrio
Juan Carlos tomó su bici con carácter y dijo. ¡Plomo! Se nos hace tarde… Pero antes un selfi con Roberto, que vive en el congelador, perdón en Canadá.
−Me llamo Orlando, le corrijo, como Orlando el furioso… (risas). Subí las bolsas. Las revisé… ¡Faltó la leche! Bajé la aplicación de Glovo, pero antes le escribí a Ricardo (¡!) En minutos llegó con la leche, el pan de canilla y la harina Pan…
Nota bene, me escribe el quijote venezolano: ¡Me llamo Juan Carlos! Escribió con un meme haciendo un guiño…
* Embajador de Venezuela en Canadá
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