En tiempos en que el fundamentalismo, la mercantilización y la trivialización se han sustituido por la tecnología, la innovación, el conocimiento y el derecho de los pueblos a ser felices, el comunismo es obsolescencia
Estuvimos en Europa momentos en que se celebró el Día Internacional de la Justicia. Nunca la humanidad enfrentó tantos desafíos como hoy. En pleno siglo XXI –cúspide de la Declaración de los Derechos del Hombre cuando la humanidad reconoce el valor superior de la vida, la libertad y la dignidad– la democracia dejó de ser un sueño ateniense para convertirse en el modelo de poder del mundo civilizado.
Mientras tanto, Cuba y Venezuela siguen arrastradas y atrapadas por el opio del comunismo y del odio, nacido del dogma anacrónico de la lucha de clases.
Ya lo había dicho Alexis De Tocqueville: “El socialismo es una nueva forma de esclavitud”.
El mito de la igualdad
La igualdad es un eslogan sobre la base de la envidia… alertaba Tocqueville. Antivalor (envidia) que explota con éxito la perspectiva colectivista. En la historia del debate de las ideas, la igualdad tomó un peligroso terreno gracias a la retórica. Dictadores se montaron en ella para vivir más en la igualdad de la esclavitud que en la desigualdad de la libertad. La igualdad de los socialistas los hace a ellos más iguales y al pueblo más desiguales, porque en el socialismo la igualdad es sinónimo de dominio.
¿Qué podemos decir hoy de la revolución cubana, rusa o venezolana, si es cierto que lo fueron en un estricto sentido de forjadoras de libertades? Sobre la base de la igualdad construyeron la teoría del poder absoluto, sangriento y letal, donde quedaron liquidadas las libertades de pensamiento, creación, imaginación, investigación, tránsito, innovación o desarrollo de cualquier forma cultural que no sea la cultura del Estado; sin principios, sin costumbres, sin amor y felicidad, que es el estado primitivo, primario, sin identidad, sin apego y sin virtudes. Pues sabido es que sin virtudes no existe el hombre porque no concibe el valor por la vida, ni el respeto por el ser decente, creyente, inteligente y honorable.
La igualdad inspiró la máxima “patria, socialismo o muerte”. Todos iguales sometidos al sable del Estado. Son iguales los que quedan en la miseria, la muerte y la oscuridad. Sin luz ni vida. Y desiguales los que esclavizan y vejan… Tocqueville sin reparo sentenció: “la democracia y el socialismo no tienen nada en común excepto una palabra, igualdad (…) pero nótese la diferencia: mientras que la democracia busca la igualdad en la libertad, el socialismo busca la igualdad en la restricción y la servidumbre”.
Después de más de 60 años de autoritarismo y pretendidas igualdades revolucionarias, el grito ¡Viva Cuba Venezuela! lo que ha traído es retroceso y servidumbre. Después de 23 años de “socialismo del siglo XXI” Venezuela –el país más rico de Latinoamérica– lo que ha recibido es la igualdad de los esclavos, del asalto, del timo y la pobreza. Mujeres y niños sin leche ni placenta. Un populismo que iguala a unos a la vida Gucci, Canaima y Louis Vuitton y desiguala a otros cruzando fronteras entre pestes, sangre, sudor, lágrimas, hambre y coyotes.
La igualdad revolucionaria acabó con los sueños de Martí. Él creía que “hacer es la mejor manera de decir”. Pero lo que hicieron los hombres de oliva y fusil fue deshacer al grito de “patria, socialismo o muerte”.
Odio al capital. Tamaña apostasía…
En el Día Internacional de la Justicia hemos vuelto a las calles de Madrid, París y de La Haya. Participamos en la Conferencia Mundial de Juristas en honor a Ruth Bader Ginsburg donde hablamos del holocausto ambiental que se ejecuta en el lugar más antiguo del planeta: el masivo guayanés.
Desde La Haya Karim Khan, el nuevo fiscal de la Corte Penal Internacional, recibió a víctimas de crímenes de lesa humanidad en Venezuela. Y envió un claro mensaje al mundo: “Esta corte (la Corte Penal Internacional) representa la libertad, la paz y la justicia; los ideales de todas las religiones, de todos los valores del hombre contra el odio, la opresión y los crímenes de lesa humanidad”. Y en París el pueblo cubano reunido en la calle de la federación clamó “Patria y vida”. Un hito y un reto de la modernidad. El ser actual.
El filósofo Regis Debray (padre de la venezolana Laurence Debray) nos recuerda: “un pueblo es algo más que una población de narradores”, haciendo referencia que los pueblos son mucho más que cuentos de charlatanes. Por eso defiende las fronteras en términos identitarios y rescata el debate universal por encima de la polarización radical.
“Las capas más antiguas suelen ser las más sólidas” nos recuerda Debray. Y por eso Europa eleva su voz por Cuba y Venezuela. “Creo que hemos pasado de una época en la que se podía concebir otro mundo a una en la que descubrimos que hay que salvar las mejores cosas de nuestro mundo, sentencia Debray.
Cuba y Venezuela son hoy un absurdo insoslayable de dominación.
En tiempos que el fundamentalismo, la mercantilización universal y la trivialización han sido sustituidos por la tecnología, la innovación, el conocimiento y el derecho de los pueblos a ser felices, el comunismo es obsolescencia.
Dijo Martí: “El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital, sino la armonía, la conciliación, el acercamiento común de uno y del otro”. Es el llamado al nuevo orden al decir de Daniel Lindenberg (Le Rappel à l’ordre) por mandato de Pierre Rosanvallon… Como lo vi en París. No es libertad, fraternidad e igualdad sino liberté, fraternité et actualité…
Actualidad de la vida intelectual honesta, global, demócrata; de la política razonable, diría Habermas; del lenguaje universal… de la patria, de la vida y el derecho a ser feliz.
* Embajador de Venezuela en Canadá.
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