Hay unos pocos privilegiados por contratos millonarios y masas empobrecidas. Todo bajo la égida de un movimiento político que se presentó como el redentor de los humildes y el terror de la ‘avaricia’ capitalista
No es muy difícil de entender por qué se necesita un VPN para acceder desde Venezuela al portal de periodismo de investigación Armando Info. Tampoco por qué sus reporteros son criminalizados por el Estado chavista, y hostigados en redes sociales por troles que les inventan identidades como extorsionadores, agentes de la CIA y… homosexuales (ah, la “ilustración” revolucionaria).
Alex Saab, el personaje del momento, es por supuesto el objeto de los reportajes del portal que más interesa a la elite gobernante. Pero hay más. Mucho más. Leer disciplinadamente sus investigaciones todas las semanas es una inmersión profunda en un mundo antitético de cara a la imagen generalizada de una Venezuela azotada por la miseria más desesperante y humillante. Es un cosmos de fortunas exorbitantes, muchas de ellas hechas en pocos años y al calor de negocios con el Estado en las últimas dos décadas.
Contrataciones para obras de infraestructura mal hechas o nunca levantadas. Provisión de materiales para el mantenimiento o mejora de servicios públicos cuyo desempeño más bien se volvió paupérrimo. Importación de productos de baja calidad para satisfacer necesidades básicas de la población. La lista es larga y diversa, pero con un factor común: unos pocos privilegiados por los contratos millonarios fueron los ganadores, y las masas empobrecidas fueron las perdedoras.
Todo esto ocurrió bajo la égida de un movimiento político que se presentó al país como el redentor de los humildes y el terror de la “avaricia capitalista”. Que pontificó ad nauseam contra las supuestas depravaciones de la riqueza, a las que culpó por la peor suerte de otros, y prometió una sociedad igualitaria y verdaderamente inclusiva.
Pero detrás de toda esa retórica, copiada de los textos de Karl Kautsky y Eduardo Galeano y mezclada caóticamente con la prosa bolivariana y otros elementos del patriotismo venezolano, estaban aquellos contratos. Y algo más. El movimiento de los fondos y el estilo de vida devenidos de los contratos. Ambos documentados igualmente por Armando Info y otros periodistas de investigación.
Veamos primero las transacciones, por ser los mecanismos intermediarios entre la generación de capital en los negocios con el Estado y el delicioso consumo posterior de los recursos. Abordemos el tema con una aseveración a primera vista digresiva: somos el país más caribeño de Suramérica. Veneramos nuestros viajes a Cuyagua o Margarita en Carnaval y Semana Santa. Bebemos ron y lo hacemos del bueno. Nuestro deporte tradicional es el béisbol. Nos encanta la salsa. Nuestra gastronomía es similar a la de las Antillas. En fin, ustedes me entienden.
Pero, a cierto grupo de venezolanos pudientes hay otra cosa del Caribe que le fascina: paraísos fiscales. Por alguna razón, así como Henry Morgan, Edward “Barbanegra” Teach y otros filibusteros recorrieron estas costas en busca de botín y sitios donde ocultarlo, hoy el Caribe tiene una concentración inusualmente alta de lugares donde se puede guardar mucho dinero sin que nadie se entere. Solo que ahora no son huecos en la arena, sino compañías huecas. Empresas fantasmas sin personal ni actividad, con el único propósito de conservar o mover plata. Adentrarse en el mundillo de fortunas venezolanas hechas en revolución es pasar por redes complejas de compañías de maletín registradas en las Islas Vírgenes Británicas o Barbados, así como por los bufetes de abogados en Panamá con prácticas éticamente dudosas que las registran.
A veces, los registros de esos escritorios jurídicos se filtran. Nunca faltan venezolanos ahí. De hecho, en la última de ellas, los llamados Pandora Papers, Venezuela está entre los diez países con más ciudadanos que registraron empresas en paraísos fiscales.
Las únicas naciones que la superan tienen poblaciones mucho más grandes, lo que significa que el porcentaje de venezolanos escondiendo su dinero es relativamente bárbaro. Imaginen lo que eso dice en el contexto de uno de los Estados de todo el mundo con la peor transparencia en sus finanzas públicas.
Por último, tenemos el lifestyle de los señores. En el argot marxista de sus socios, pudiera decirse que es totalmente “burgués”. Y en su jerga farsescamente nacionalista, “apátrida”. Porque resulta que estos individuos tienen una inclinación fuerte hacia el asentamiento en Europa y Estados Unidos. Aunque algunos hoy justifiquen sus tratos con el régimen apelando a un pretendido amor por Venezuela que no distingue entre gobiernos o ideologías, no se quedaron para ver el fruto de esa colaboración. Es de suponer que tantas cosas, digamos, feas los desalentaron. Como dice Arendt, el mal es banal y quienes obran de muy mala manera son personas bastante ordinarias. No debe sorprendernos entonces que los individuos en cuestión tengan las mismas aspiraciones de comodidad y dolce vita que todos albergamos. Prefirieron la tranquilidad y confort de los países desarrollados, dejando atrás otro que, más que empobrecerse, experimentó una catástrofe humanitaria muy difícil de igualar.
Y así, la riqueza de los susodichos fue trasplantada a las zonas más exclusivas de Madrid y Miami. Apartamentos en Chamberí, Salamanca, Brickell y Sunny Isles Beach. Mansiones en La Moraleja y Wellington. Este es, a propósito, otro aspecto de la rusificación postsoviética de la política venezolana, a la par de la perestroika bananera: una nueva casta oligárquica con predilección por ciudades más chic y lujosas que las de su país. Londres, en el caso de los eslavos. Las urbes en el corazón de Castilla y el sur de Florida, en el caso de los venezolanos.
Agreguen a eso los caballos de carrera, los carros deportivos, los yates y las obras de arte seleccionadas con la atención más puesta en sus abultados precios que en las mismas obras. Ah, y las esposas trofeo. Porque, dicho sea de paso, casi todos estos individuos son hombres, con preferencias maritales por las modelos de concurso y las animadoras de televisión. De nuevo, la ostentación ante todo, con no poco de machismo en este caso.
En fin, son arquetipos junguianos del nouveau riche, predispuestos a adquirir todos los elementos del estilo de vida de las elites socioeconómicas venezolanas, a menudo con excesos y anacronismos estéticos que delatan el mal gusto subyacente.
Este arquetipo es expuesto a cabalidad por Antonio Llerandi en su película Adiós, Miami (1984), protagonizada por Tatiana Capote y Gustavo Rodríguez. Este último hace el papel del empresario corrupto que, luego de lucrarse a costa de la República, intenta gozar al máximo de los beneficios como un playboy latinoamericano en Florida. Hoy los deseos aristocráticos no han cambiado. Pero al menos entonces su realización no era incubada por una gallina de plumaje rojo que cacarea un discurso de socialismo revolucionario.
Nada de lo referido en esta columna lo sabríamos de no ser por el valiente periodismo de investigación venezolano, que bastante acoso del poder ha recibido. Respondamos con nuestro apoyo, porque seguramente queda mucho por contar en esta historia de revolución y fortunas.
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