Hablar con Reuben Morales me tranquilizó, sobre todo cuando me dijo que “hiciera lo que hiciera, el miedo se iría cuando me presentara ante el público… Ahí me desmayé
El domingo pasado regresé al escenario después de tres meses, y cuando estás tanto tiempo alejado sientes como que empezaras de nuevo en el stand up. Es por eso que les quiero compartir el artículo que escribí en el año 2015 cuando me presenté por primera vez en mi vida:
Pocas veces había tenido tanto miedo como aquel martes en el que por primera vez presentaría una rutina humorística ante un público que pagó.
Aunque nos dijeron que llegáramos dos horas antes del show, yo llegué tres, con la esperanza de que si llegaba más temprano saldría de eso rápido y se iría el miedo. Pero eso no fue lo que ocurrió. De hecho, un trabajador del teatro que de verdad fue superamable me preguntó:
–Buenas tardes Sr., ¿en qué le podemos ayudar?
– Es que me presento hoy en el show de stand up…
– Pero pase directo a su camerino, por aquí por favor.
Fue allí cuando caí en cuenta de lo que estaba por hacer. Recuerdo que pensé “este es el momento de correr, total nadie ha llegado aún”. Pero el empleado del teatro prácticamente me empujó a “mi camerino” (que no era solo mío sino también de mis otros 24 compañeros) y una vez dentro me encontré con nuestro profesor y ahora sin duda un buen amigo: Reuben Morales.
Hablar con Reuben me tranquilizó, sobre todo cuando me dijo que hiciera lo que hiciera, el miedo no se iría sino cuando me presentara ante el público… Allí fue cuando me desmayé.
Cuando volví en mí, nadie me ayudó a levantarme. Todos estaban demasiado asustados para darse cuenta de que yo estaba en el piso. Nos encontrábamos en una especie de lobby que hay en el área de camerinos mientras Reuben, en privado, redactaba la lista con el orden de los comediantes que nos presentaríamos esa noche… obviamente para ayudarnos a no estar tan nerviosos, se tardó un mundo. Finalmente salió del camerino y pegó la lista en la pared sin mediar palabra. Todos nos acercamos para descubrir el orden que el azar (más bien Reuben) había decidido.
La suerte quiso que, antes de mí, se presentaran 10 personas, lo que avivó mucho más mi temor. Aunado a eso, el productor del show entró a avisarnos que no podíamos iniciar a la hora prevista pues todavía había varias personas comprando boletos.
Pasada media hora llegó el momento y por fin debutaríamos ante el público. Esa noche descubrí una energía mágica y poderosa que nos envolvió a todos y que nos dio la fuerza para salir al escenario: la fuerza del humor.
Cuando llegó mi turno y comenzó a sonar la música, salí bailando, lo que hizo reír a todos. Pero lo más cumbre del relato es que no estaba bailando en plan cómico, sino que bailo tan mal que doy risa.
Mi premisa para el show era “un hombre no puede confiar en su mejor amiga”, allí argumenté que los hombres que confían en su mejor amiga están condenados (sí, leyó usted bien) a casarse con ella; y también ofrecí algunos trucos para sortear todos esos obstáculos que te ponen esas mujeres que conocen todos tus puntos débiles (las esposas y las hijas). Pero no les digo más, porque si no cuando me presente no van a querer ir a verme.
En resumen, les debo contar que la presentación de todos fue un éxito; de hecho, la noche siguiente nos presentamos y también gustó.
Quiero despedir mi crónica con algo que decía mi amigo el Negro Adrián: “Aunque la cosa vaya mal, y se vea todo cuesta arriba, siempre, siempre hay que sonreír… porque es muy chévere estar alegre, y porque es una de las pocas cosas que todavía es gratis”.
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