Muchos memes políticos tienen lamentablemente una finalidad despectiva. Añada a este ya ponzoñoso cóctel el desarrollo de islas de opinión a manos de los algoritmos de redes sociales
Dijo en una ocasión Umberto Eco que es más importante para quien quiera ser todopoderoso en un país controlar los medios de comunicación que la policía. Dijo en otra ocasión Elon Musk, el excéntrico millonario al frente de Tesla, que “quien controla los memes, controla el universo”. Aunque exagera, hay algo de cierto en la afirmación de Musk, que bien pudiera ser un colofón a la proclama del pensador italiano.
Sé que lo que voy a decir en esta columna no aplica mucho en Venezuela, donde el acceso a internet es limitado y los que usamos las redes sociales para fines relacionados con la política somos pocos. Pero allende nuestras fronteras hay un mundo que sigue cambiando, donde la tecnología online ocupa un espacio cada vez mayor en la vida de las personas, tendencia a la que la pandemia de covid-19 le pisó durísimo el acelerador. Creo que no sería descabellado hablar de una “filosofía del internet”, y si no lo creen, revisen la obra del filósofo Byung Chul-han.
La política no es excepción. Desde el streaming en vivo de discursos de dirigentes hasta las peticiones por correo electrónico de donaciones a campañas electorales. Y, por supuesto, Twitter, el ágora del siglo XXI. Ahí, políticos y ciudadanos comunes intercambian opiniones y hasta ofensas.
Solo era cuestión de tiempo para que los memes, el humor digital por antonomasia, irrumpieran en el terreno de la política. Así, tenemos memes de uso genérico que entre sus miles de manifestaciones tienen algunas abocadas a la política, y memes que solo sirven para hacer humor político, como el del political compass.
Ahora bien, el meme, como toda expresión jocosa, tiene dos posibles objetivos, dependiendo de la intención del emisor hacia la persona objeto de la broma. Puede ser un chiste para mover a risa sin pretensión de perjudicar al objeto, con la expectativa incluso de que el objeto mismo lo halle hilarante. Como dando a entender que hay algo gracioso en él, sin ser negativo. Es lo que, en jerga coloquial venezolana, se denomina “chalequeo”. En cambio, el chiste puede pretender que terceros se rían a costa del objeto, produciendo además furia o aversión. Al objeto se le humilla y se le desprecia. Se le hace notar que es considerado vil, inferior o repulsivo. Indigno de compartir espacios con el emisor de la chanza y quienes la celebran. Un rechazado, pues.
Muchos memes políticos tienen lamentablemente esta última finalidad despectiva. Excepto cuando el objeto son aquellas posturas que por su menosprecio absoluto a la dignidad humana son irremediablemente abominables (en cuyo caso estaríamos ante una invocación de la Paradoja de la tolerancia de Popper), el uso de este tipo de memes indica que el emisor es alguien de mentalidad autoritaria. En quienes degrada de esa manera no ve a adversarios legítimos con ideas contrarias, sino enemigos a los que apartar por “perversos y degenerados”.
Añada a este ya ponzoñoso cóctel el desarrollo de islas de opinión a manos de los algoritmos de redes sociales y el resultado es el siguiente: comunidades digitales fanatizadas por ideologías extremistas cuyos miembros se comunican, entre ellos para adularse o con otros para burlarse, casi exclusivamente mediante memes y shitpost. Aunque risible, este hábito dice mucho sobre lo que hay detrás.
Precisamente porque sus posturas suelen ser injustificables, ni se molestan en usar argumentos. Responden con el meme de «Yes Chad», que es una variedad jocosa de las falacias ad baculum o ad verecundiam. O con algún absurdo como «Postea físico, pues”. Una invitación increíblemente primitiva a dejarse de palabras e intercambiar imágenes de bíceps y pectorales para ver quién prevalecería en una pelea, a falta del altercado físico real (curiosamente, los que invitan y “postean físico” siempre son unos Hércules o Sansones con el rostro tapado).
El objetivo de todas estas sandeces es descarrilar la discusión fuera de la vía argumentativa, porque por ellos les es imposible prevalecer. Reducirlo todo a ofensas y burlas. Solo así ven un logro. Parafraseando a Unamuno, no les interesa convencer. Solo vencer. Como sea.
Esta gente no solo es terriblemente ignorante. Se enorgullece de serlo. No creen en el intelecto, ni en la persuasión argumentativa que idealmente guía la política, diría Hannah Arendt, sino en la violencia para imponerse. En su defecto, recurren a lo más cercano: la ofensa verbal. Sujetos a los que no les interesan los hechos empíricos y están más que listos para omitirlos si chocan con sus ideas. Se creen superhombres nietzscheanos facultados para imponer a la humanidad su visión del mundo. Como ya dije, la mentalidad autoritaria.
No se puede razonar con esta gente. Ni lo intenten. Se van a estrellar siempre con el mismo muro de necedades. Ignórenlos o expongan ante terceros su desinformación y distorsiones teóricas, pero sin esperar que ellos reconozcan el error. No lo harán.
No me opongo a los memes en el discurso político. Creo que son una buena forma de interesar a las masas y alentar la participación. Pero los memes son humorísticos, mientras que la política, llegado un punto, hay que tratarla con seriedad. No abusen de los memes políticos.
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