Desde que el sol despunta sobre las 6 de la mañana en la selva amazónica, entre Caquetá y Guaviare, más de 150 personas se levantan con una misma meta: hallar a los cuatro niños que desde el primero de mayo están perdidos tras accidentarse en una avioneta en la espesura del monte.
Ya esa incansable búsqueda completa 20 días y, hasta el momento, solo aparecieron la aeronave siniestrada y tres personas adultas, todas muertas.
El pasado primero de mayo a las 7:34 a. m., una avioneta que cubría la ruta Araracuara-San José del Guaviare se declaró en emergencia. La aeronave pertenecía a la empresa Avianline Charter’s y era un Cessna 206 de matrículas HK 2803.
La última ubicación que mandó la señal de la aeronave fue a 175 kilómetros de San José del Guaviare, en la frontera con el Caquetá. Las autoridades se alarmaron, pues a bordo iban siete personas: tres adultos y cuatro menores de edad.
En el primer momento, la Aerocivil indicó que la Fuerza Aérea Colombiana dispuso de un avión AC47 y un helicóptero tipo UH-11 para iniciar la búsqueda, que se limitó a 8 kilómetros desde el último lugar conocido donde se emitió la última señal.
Los desaparecidos en ese momento eran Hernando Murcia Morales, el piloto; los pasajeros, Herman Mendoza Hernández, Magdalena Mucutuy Valencia y sus hijos, Lesly Jacobombaire Mucutuy, de 13 años; Soleiny Jacobombaire Mucutuy, de 9 años; Tien Noriel Ronoque Mucutuy, de 4 años, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, de 11 meses.
Tras 10 días de búsqueda, el 11 de mayo la operación de rescate se amplió a una zona de 30 kilómetros. Para ese entonces, ya en las labores participaban 60 unidades élite de las Fuerzas Especiales del Ejército Nacional, apoyadas por comunidades indígenas y campesinas de la zona.
Sobre la familia que viajaba en la avioneta, se conoció que hacía parte de una comunidad indígena del resguardo Los Monos, en Puerto Zábalo. Pertenecían a la etnia huitoto y habrían sido amenazados por integrantes de las disidencias de las Farc, por lo que el padre de la familia, quien es gobernador del resguardo y había huido semanas antes por las mismas amenazas, les dijo que también se fueran y se reencontraran. Él se quedó esperándolos y ahora también trata de encontrarlos en la selva.
La búsqueda tuvo sus primeros resultados el 15 de mayo en la tarde, cuando rescatistas encontraron finalmente la avioneta accidentada, luego del aviso de un grupo de ocho indígenas de esa comunidad que también estaban en una cruzada particular para hallar a sus conocidos. En la aeronave estaban los cuerpos de los tres adultos, que se cree que habrían fallecido durante el choque, producto de los golpes.
Y en la zona también encontraron pertenencias de los niños, pero no a ellos. Desde entonces, el objetivo del operativo cambió. Así se dio inicio a la operación Esperanza, que busca hallar con vida a los cuatro niños que luego del accidente, hace 20 días, se habrían alejado del sector para buscar quién los ayudara.
“Todo ha sido muy difícil debido a las condiciones climáticas. Ha llovido mucho y las condiciones de esta selva perjudican la comunicación y que nuestras voces lleguen lejos y los niños nos escuchen”, explica Edwin Paky, uno de los líderes indígenas que encabezan la búsqueda, quien desde las 8 a. m. hasta las 6 p. m. no ha hecho otra cosa que internarse más y más en la selva tratando de dar con el paradero de los niños.
Se trata de una selva con árboles de 30 metros de altura que cubren casi toda la luz que viene desde arriba y con una vegetación particular y naturalmente dispuesta que evita que los sonidos lleguen muy lejos. “Hicimos la prueba y a diez metros ya no se escuchan los gritos que uno pega para llamar a los niños”, dice Paky.
Las jornadas de búsqueda son de nueve horas a sol, sombra y lluvia. En el caso de los indígenas, solo paran para comer algún enlatado. “Normalmente es atún, y nosotros lo mezclamos con fariña para cambiarle el sabor, porque nosotros acá siempre comemos pescado fresco, el de lata sabe muy mal”, agrega el líder indígena.
Y es que las extenuantes horas de labores de búsqueda han dado algunos resultados que, aunque pequeños, mantienen encendida la llama de la esperanza de que los niños estén con vida.
Entre el martes y el miércoles, 16 y 17 de mayo, encontraron un tetero vacío a varios kilómetros de la zona del accidente, que sería del bebé de 11 meses; hallaron huellas de pequeños pies descalzos, restos de una fruta llamada juan soco o avichure (similar al maracuyá) y hasta un pequeño resguardo construido con hojas de palma de ‘milpesos’ y camas de hojas de platanillo.
Sin embargo, desde entonces no ha habido más resultados para el grupo de indígenas que busca en el suroriente, en la zona del río Caquetá. Ellos ya llegaron a límites del Parque Nacional Natural Chiribiquete y aseguran que ahí se complica más detectar huellas, pues es casi imposible que queden marcadas.
“En esta zona del Chiribiquete el suelo es más de gravilla y piedras; entonces, ya no hay huellas de nada”, explica Paky.
A su vez, el Ejército realiza la búsqueda al norte de la zona del accidente. Los soldados descienden al área haciendo actividades de rápel desde 200 pies de altura. Y han manifestado que en su zona la selva está inundada y hay muchos desniveles, por lo que su avance ha sido mucho menor que el de los indígenas.
El coronel Juan José López, director de Navegación Aérea de la Aerocivil, explicó que desde el martes fue agregado a la búsqueda un sistema de perifoneo que con altavoces transmiten un mensaje que la abuela de los niños, la señora Fátima, les envió en su idioma nativo para que sepan que los están buscando y no se rindan.
Tanto las autoridades militares como las del Gobierno y las indígenas son enfáticos en que la posibilidad de encontrar vivos a los niños existe y están trabajando sin parar para encontrarlos. El Ejército, por ejemplo, también realiza búsquedas durante la noche con visores nocturnos y perros.
Sin embargo, Edwin Paky, quien conoce el territorio como la palma de su mano, aseguró que el único temor que tiene es el estado del bebé, porque la alimentación que tienen es muy reducida. De hecho, a esa edad, dentro de su resguardo —sigue el hombre— un niño de tan corta edad nunca ha comido frutas de la selva.
“A los 11 meses, ese niño solo toma el pecho de la madre y algún pescado muy suave. No comen frutas los bebés, por eso pensamos que el niño de 11 meses no podría sobrevivir. Pero la niña de 11 años los está guiando y ella sí conoce la selva, por eso los otros sí podrían estar vivos”, afirma el líder indígena.
Además, explicó que en la zona también hay mucha presencia de jaguares, el depredador terrestre más grande y letal de Suramérica, lo que hace temer por el bienestar de los niños. Pero Paky sostiene que no hay indicios de que un jaguar los haya atacado y aclara que es algo muy poco frecuente, pues este animal prefiere otro tipo de presas, como los perros del Ejército. Ya se han perdido do y se cree que fueron víctimas de estos felinos.
“Por lo general, acá los jaguares comen otras cosas. Hemos caminado y hemos encontrado restos de animales que el jaguar ha cazado, pero son restos de otras especies. También hemos hecho seguimiento de las aves carroñeras de la zona y vamos a los lugares donde hemos avistado que se alimentan, pero tampoco hay rastros humanos. Pero el hecho de que haya tanto jaguar sí nos afana mucho”, dice Paky.
Pero la alimentación en el caso de los otros niños sí les podría ser suficiente. El pediatra Ramón de las Salas señaló que sí hay posibilidades de que estén vivos, teniendo en cuenta las frutas que aparentemente han consumido y toda la lluvia que ha habido en la zona.
“De hambre no se van a morir. Con estas frutas que al parecer han consumido, por su alto contenido de azúcar, pueden sobrevivir. Lo que sí sería un gran problema es la deshidratación y sus consecuencias, eso podría llevarlos a la muerte por un desequilibrio hidroeléctrico; pero, como ha llovido tanto, seguro han podido recolectar agua o tomar en algunos lapsos”, explicó el médico.
Además, el mismo Paky, quien conoce a los niños, asegura que la mayor sabe cuál agua puede tomar y eso, sumado al conocimiento que tiene de la selva, sería garantía de que sí estarían vivos y por eso mantienen la fe. Por eso, insiste en que hay que encontrarlos lo más pronto posible, pues cada segundo que pasa disminuye las probabilidades de supervivencia.
Entre tanto, el Ejército sigue la búsqueda, y el padre de los niños los acompaña mientras la abuela espera en Villavicencio.
Los locales han explorado unos 40 kilómetros de terreno, según indicaron; los militares avanzan menos rápido, utilizan perros y van en bloques, pero el objetivo y las ganas son las mismas.
Además, el viernes, por orden del comandante de las Fuerzas Militares, el general Helder Fernán Giraldo Bonilla, salieron desde Antioquia cerca de 50 comandos Fuerzas Especiales con rumbo a San José del Guaviare.
Estos hombres se insertaron de inmediato para apoyar la búsqueda de los cuatro menores de edad desaparecidos.
De igual manera, en las noches, en helicópteros y por tierra, las Fuerzas Militares siguen las labores de perifoneo para orientar a los niños y que sepan que la búsqueda no se ha detenido.
“La operación Esperanza es un esfuerzo humanitario de las Fuerzas Militares y las instituciones que busca localizar y rescatar a estos pequeños”, dijeron en el Ejército Nacional.