Demasiado joven, demasiado débil, demasiado inexperto. Desde que tomó el poder tras la súbita muerte de su padre, hace exactamente diez años, Kim Jong-un despejó esas dudas generalizadas que suscitaron sus primeros intentos por prolongar el brutal gobierno de su dinastía familiar en Corea del Norte.
Por La Nación
Las predicciones iniciales hablaban de una regencia, de un gobierno colegiado o de un golpe militar, pero esas hipótesis quedaron sepultadas bajo centenares de ejecuciones sumarias y purgas de miembros de la vieja guardia y de su propia familia. Esa despiadada acumulación de poder, sumada a una personalidad avasallante fabricada y envasada cuidadosamente como arma de propaganda televisiva, le permitieron dejar en claro que su autoridad era absoluta.
Pero el próximo viernes, cuando el dictador “millennial” de Corea del Norte cumpla una década en el poder, tal vez lo haga en el peor momento desde que asumió, por una convergencia de asfixiantes sanciones económicas internacionales, el auge de la pandemia y crecientes problemas económicos. Lo cierto es que si Kim no logra cumplir sus promesas públicas de construir armas nucleares y al mismo tiempo resucitar la economía moribunda de su país -algo que muchos expertos consideran imposible- su prolongado gobierno puede tambalearse.
El magro crecimiento económico que logró Kim durante varios años gracias a las exportaciones y a sus reformas promercado quedó trunco en 2016 por el recrudecimiento de las sanciones internacionales, cuando Kim aceleró su programa de armas nucleares y de misiles que apuntan a Estados Unidos y sus aliados en Asia.
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