Es responsabilidad opositora preguntarse cuál es la Venezuela que necesitamos para que Jacinta viva mejor hoy, y Venezuela enfrente con éxito los desafíos globales del año 2040
Jacinta plancha a domicilio para comer. Lo hace cantando o silbando. Lo hace desde siempre. Siempre es mucho tiempo.
Canta cuando está alegre, silva cuando le pega la tristeza. Plancha un día en cada casa para que su familia se acueste sin hambre. Por lograrlo cada día el canto había alegrado su oficio.
Pero Jacinta, la cantarina, la que planchaba con maestría y eficiencia fue dejando que poco a poco, primero durante semanas, luego meses, finalmente durante años, el silbido se apropiara de su alma; inundara su espacio y gravitara sobre la casa donde le tocaba ese día.
Quién podía cantar si, a pesar de tanto esfuerzo cotidiano, los monstruos dolorosos de su barriga vacía hacían coro con las de su mamá y tres hijos para recordarle que ya no solo se habían quedado sin futuro, sino que pronto serían solo pasado.
Desde hace unos meses, Jacinta ha comenzado a combinar de nuevo silbidos con canciones, pocas canciones al principio. Al pasar del tiempo cada vez menos silbidos.
La moneda con que se le remunera ahora está comenzando a acallar las garras del hambre que retorcían su estómago y estrujaban su corazón.
A Jacinta no le ha interesado nunca la política, sin saber que sus silbidos y cantos dependían no solo de su esfuerzo, que no cambió nunca, sino de decisiones políticas que se tomaban en sitios inimaginables para ella. Su pago cotidiano con billetes que eran sal y agua, nada compraban de lo poco que se conseguía.
Desde hace algún tiempo cada vez más casas le iban agregando dólares a su retribución, al principio eran propinas; poco a poco remplazaron por completo a un bolívar que se extinguió
La realidad de la vida venció al dogmatismo oficial. Lo único más poderoso que el Estado es la sociedad.
La terca sociedad venció al dogmatismo de las recetas marxistas. Fue imponiendo como lechugas clandestinas al principio y luego como circulación abierta al dólar como moneda de intercambio y ahorro. Al final tuvieron que modificar leyes para que no fuese ilegal la vida real. Tuvieron que quitarse algunas de las gríngolas ideológicas que nos asfixiaban.
Esa desobediencia civil espontánea, fundamentada no en la subversión insurreccional, sino en la necesidad de respirar, comer y vivir, obligó a un cambio mínimo que hoy se recoge en una ligera pero esperanzadora mejoría para Jacinta, para los hogares que Jacinta atiende, para los comercios donde Jacinta compra, para el transporte que Jacinta usa, para la industria que suple esa agobiada demanda.
La colectividad con su quehacer cotidiano dio una lección a toda la clase política. Mientras las dirigencias estén en confrontación permanente, por muy legítima que pueda ser, pero sin poner a Jacinta en el centro de su política, toda sociedad irá encontrando sus caminos.
Serán crecientes los oídos sordos a las convocatorias de confrontaciones existenciales que no atienden lo que Jacinta necesita.
Jacinta no está feliz, pero ahora canta más. Tal vez no lo sabe, pero decisiones de políticos, con decisión o influencia, pueden hacer que ella viva aun mejor, que recupere futuro.
La elección del 21N es una elección importante, pero no existencial, ninguna lo es ni debe ser vista como tal. Nadie debe jugarse la vida, la libertad, la existencia o el para siempre como resultado de una elección. Una elección es la posibilidad del ciudadano de influir en las políticas públicas eligiendo a quien mejor crea que represente sus intereses, para quitarle apoyo a quien no ha respondido a sus expectativas. Ese es único y real valor.
La importancia de esta, la del 21N, además de elegir a las autoridades más cercanas a los problemas de los millones de Jacintas, es que permite a la oposición, que ganó las parlamentarias 2015, superar una táctica probadamente ineficaz de tratar de generar cambios a partir de la abstención. Eso jamás ha funcionado, ni en Venezuela ni en el mundo. Ya lo vivimos en 2005, y lo hemos vivido de 2017 hasta hoy. También lo vivió Chávez cuando tuvo un descomunal fracaso al pasar de golpista a abstencionista; y lo vivió la izquierda insurreccional hasta que abandonaron esa política “autosuicida”.
Los resultados del 21N son importantes. El voto popular indicará un creciente descontento con la impresentable gestión de Maduro; la cantidad de cargos en poder del PSUV será muy importante, resultado de su accionar como partido, pero sobre todo de los llamados a abstención de algunos, y la incapacidad de algunas direcciones opositoras de no jugar al juego divisionista que diseñó el Psuv al intervenir judicialmente en los partidos más importantes de la oposición.
Pero el 21N no es tan importante por los resultados, sino lo que vale como proceso. Prácticamente todos los partidos significativos del espectro electoral están participando; las movilizaciones de campaña indican un creciente despertar de la población en el ejercicio de no dejarse quitar al voto como su principal herramienta de protesta y cambio.
Hasta la comunidad internacional, a través de la ONU y la Unión Europea, está apoyando que los venezolanos volvamos a dirimir nuestras diferencias en paz por la vía de elecciones y negociaciones.
El 21N es tan importante como las presidenciales de 2006. En ese momento, de la mano de Manuel Rosales, Julio Borges y Teodoro Petkoff, la oposición se reencontró con el voto. Y justo un año después derrotó al gobierno de Chávez en el referendo de la reforma constitucional que suspendía de hecho el pluralismo político. Ese primer paso fue el que posibilitó ganar el parlamento en el 2015.
Por eso voy a votar el 21N, por el proceso en sí mismo, obviamente apuntando a que se fortalezcan las opciones no autoritarias.
Y después del 21N, ¿qué?
Trabajar por Jacinta, trabajar con Jacinta.
Jacinta ahora recibe su retribución de planchado en dólares, pero sigue sobreviviendo. La vida de Jacinta aun no puede llamarse vida, necesita más para seguir cantando.
Jacinta tiene que caminar kilómetros porque el transporte público es una calamidad, Jacinta tiene que llegar temprano a cargar agua, cuando hay suerte; buscar leña para cocinar, pelear porque la bolsa clap que en ocasiones le llega viene con puras harinas y en ocasiones sin algunos productos, que se los van quedando algunos vivos e indolentes de esa esa estructura. A Jacinta las FAES le mató a su esposo, y los malandros a su papá.
Y hay millones de Jacintas y Jacintos. No están pendientes ni de las cadenas de Maduro, ni de la suerte de Álex Saab, ni del destino de Monómeros, ni de si continúa o cesa la presidencia interina, la negociación en México, o hay cese de la usurpación. Temas que son parte de la agenda política. Pero si esa agenda no pone en el centro a Jacinta, la oposición no logrará construir un referente político, social y moral que desplace al del chavismo.
Ahora vienen tres años de desierto electoral, que son los momentos en los cuales menos convocatoria tienen los dirigentes políticos. Pero eso no es fatal, ha suficientes necesidades y diversas herramientas como para construir una estrategia de acción política a favor de Jacinta.
Hay que mejorar el servicio eléctrico, el abastecimiento agrícola y sanitario, el acceso al gas doméstico, la remuneración de los trabajadores, y pare de contar…
Eso es responsabilidad de quien ejerce el gobierno.
Pero es responsabilidad opositora organizar a la gente y apoyarla en sus demandas sociales y reivindicativas, en proponer soluciones, en activar referendos anuales que persigan darles más potestades y competencias a quienes están más cerca de los problemas de Jacinta. En demostrar una referencia moral superior democratizando el poder al interior de sus partidos, y en diseñar una estrategia común que unifique a todos los venezolanos en torno a preguntarnos cuál es la Venezuela que necesitamos para que Jacinta viva mejor hoy, y Venezuela enfrente con éxito los desafíos globales del año 2040, cuando el planeta no se parecerá para nada a lo que tenemos hoy.
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