(EFE).- La incertidumbre se apoderó de Bolivia cuando un grupo de militares irrumpió este miércoles en la plaza Murillo, en La Paz, sede de los poderes Ejecutivo y Legislativo del país, escenas que no se vivían desde la crisis política y social de 2019.
Al inicio de la tarde de este miércoles, la preocupación se generalizó cuando se reportó la llegada de los primeros uniformados del Ejército al centro político de Bolivia. En cuestión de minutos, los militares comenzaron a dar órdenes para que la gente abandonara el lugar.
La situación empeoró cuando el presidente Luis Arce publicó un mensaje en sus redes sociales en el que alertó sobre acciones no autorizadas del Ejército cerca de la sede del Gobierno.
Al poco tiempo, una mayor cantidad de soldados descendieron de unos camiones militares y se apostaron en las cuatro esquinas de la plaza prohibiendo la circulación de civiles, salvo algunos periodistas, según constató EFE.
Las tanquetas se desplegaron hasta dos cuadras a la redonda, incluso, una se apostó enfrente del nuevo edificio del Parlamento que estaba cerrado y con algunos funcionarios que pedían a las personas que estaban dentro que evacuaran el lugar.
Todos los soldados portaban armamento, municiones de guerra y equipo ‘antimontín’ como gases lacrimógenos, además, de una actitud hostil.
Una tanqueta hizo un par de maniobras y derribó el portón del Palacio de Gobierno, mientras que en los márgenes de la plaza se comenzaron a concentrar funcionarios y sectores que defendían al presidente Luis Arce.
Enfrentamientos y gases
“¡Lucho no está solo! ¡Lucho no está solo!”, “¡fuera golpistas!, ¡militares golpistas!”, eran las arengas de los grupos que pedían respeto al Gobierno electo en las urnas en 2020.
Arce salió hasta el pasillo de la sede del Gobierno y encaró a Juan José Zúñiga, hasta ese momento comandante del Ejército, quien encabezó toda la operación militar y se negó a acatar la orden del mandatario, quien le exigió el inmediato repliegue.
Poco después, EFE constató algunos enfrentamientos en los exteriores ya que algunos civiles comenzaron a exigir con más vehemencia que los militares se fueran, golpeaban las tanquetas y lanzando petardos contra los soldados.
La respuesta inmediata de los uniformados fue arrojar gas lacrimógeno a los manifestantes.
Zúñiga se apostó dentro de una tanqueta frente al palacio presidencial y no paraba de hablar por teléfono, mientras que decenas de militares impedían que alguien se le acercara.
Advertencia y repliegue
El ahora exjefe militar tuvo un breve contacto con los medios para indicar que en realidad lo que buscaba era “reconstruir la democracia” del país y que la primera acción que tomaría sería “liberar” a todos los “presos políticos”.
No pasaron muchos minutos, hasta que Arce, que no había dejado la casa de Gobierno, encabezó un acto en el que relevó y cambió a todos los altos mandos militares, incluido Zúñiga.
Los siguientes momentos fueron de desconcierto, los civiles rebasaron el cerco de los militares alzados en armas, que no opusieron resistencia.
El viceministro de Régimen Interior, Jhony Aguilera, salió de la sede presidencial y se acercó hasta la tanqueta en la que estaba Zuñiga para exigirle que abortara la operación.
El conductor del vehículo blindado prendió el motor y emprendió la retirada. Luego de eso, cada una de las tanquetas salieron del lugar mientras que el grupo de militares también comenzó a abandonar la Plaza Murillo.
Los civiles, en su mayoría funcionarios del Gobierno, insultaron y golpearon a los soldados que habían participado en la operación, los acusaron de “golpistas” y de “traidores a la patria”, y a Zuñiga como principal responsable.
Con los militares replegados, los funcionarios y seguidores del presidente Luis Arce se congregaron frente a la sede presidencial, en donde celebraron que resistieron el “intento de golpe de Estado”.
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