Ursulina Guaramato y Claudia Tisoy unen con un pegamento especial una compleja red de tuberías en un edificio de apartamentos que construyen junto a otras mujeres, para vivir con sus familias en Caracas.
En este complejo urbano ubicado en Antímano, una zona popular de Caracas con una vista panorámica de la insigne montaña de El Ávila, 80% de la mano de obra son mujeres, la mayoría madres solteras.
Unas cortan cabillas, otras preparan la mezcla de hormigón y frisan paredes, mientras que otras compañeras se ocupan de la red de tuberías.
Este colectivo se beneficia de un programa estatal de autoconstrucción de viviendas que brinda, sin costo, materiales y orientación técnica.
Que la mayoría de sus integrantes sean mujeres no fue planificado, es una casualidad que ahora celebran, sobre todo porque en Venezuela, un país muy conservador, la construcción está reservada generalmente para los hombres.
“Estamos en una sociedad patriarcal, pero hemos roto paradigmas”, dice Ayari Rojas, una de las voceras del colectivo.
Los primeros apartamentos del total de 95 deben ser entregados este año. Son dos estructuras de seis plantas ya levantadas, aunque aún faltan los acabados.
Las trabajadoras llevan uniformes color pizarra con cascos rojos. Hace ocho años, cuando ubicaron el terreno para construirlo, ninguna de las 75 sabía de plomería o albañilería, mucho menos de lectura de planos y materiales de construcción. Les tocó formarse.
“Lo mío eran las manualidades y la pastelería”, cuenta sonriente Guaramato, de 49 años, viuda de un albañil, sin interés en ese oficio hasta que salió este proyecto.
Ahora mide un pedazo de tubo de PVC antes de aplicarle “soldadura líquida”.
La mayoría de estas familias no tiene casa propia y algunas viven “arrimadas” en viviendas de familiares. El colectivo evalúa a las familias preinscritas para recibir estos apartamentos, así como su involucramiento en la construcción para asignar las unidades.
“Me siento orgullosa de ver aquí tantas mujeres aprendiendo, todos estamos aquí no solamente haciendo viviendas, si no una comunidad”, dice Tisoy, artesana y ama de casa de 43 años, que vivirá allí con sus cuatro hijas y un nieto de un año.
En el grupo hay enfermeras, maestras, esteticistas y oficios que nada tienen que ver con la construcción. Varios de sus hijos también participan.
“Muchas veces nos han dicho: ‘allí vienen las machorras’, hemos sufrido comentarios despectivos horribles”, comenta otra integrante del colectivo, Yrcedia Boada, que durante años trabajó como vendedora en tiendas y siempre andaba “entaconada” y maquillada para atender a los clientes.
Señalan que la construcción ha demorado el desarrollo de su actividad por múltiples “adversidades”, desde la crisis económica marcada en sus años más duros por escasez e hiperinflación, pasando por la pandemia de covid-19, hasta las sanciones internacionales contra el gobierno socialista que afectaron el flujo de recursos.
Aunque en principio se adentraron en el mundo de la construcción para edificar sus casas, muchas no descartan dedicarse a eso a la larga. “Si nos sale algún trabajo de construcción a futuro lo podemos tomar”, apunta Rojas.
Entre los trabajadores hay 20 hombres, entre ellos Luis Pérez, hijo de Ursulina Guaramato, quien es maestra de cabillas.
Comenzó a ayudar en la obra cuando cumplió 17 y en dos años ha aprendido sobre albañilería y carpintería.
“Primera vez que conozco a una mujer que sea maestra de cabillas”, celebra Luis, que espera continuar sus estudios en mecánica automotriz. “Mi mamá es una guerrera”, señala tajante. AFP