¿Podrá alguien que está en Venezuela, desesperado, buscando medicinas para tratar de salvarle la vida al hijo moribundo, que se detenga a pensar: Qué está pasando? Supongo que en medio del vendaval de acusaciones entre los combatientes de la errática directiva opositora del G4 para entre devorarse, se elevan las interrogantes de gente zarandeada exclamando: ¡Pero esto es asqueroso!
Ante tan deplorable escenario me atrevo a sugerir que es hora de que la ciudadanía vaya buscando la manera de poner orden en la casa porque sin una conducción atinada iremos de mal para peor.
Es evidente que no se ha salido de la dictadura por esas conductas que dejan mucho que desear.
Tal como lo expresaba Rómulo Betancourt cuando se refería la lucha cainita de la que se aprovechaba Pedro Estrada para reducir a los líderes de la resistencia, esos combates fratricidas están a la orden del día. Son las mutuas acusaciones en las que se maltratan unos dirigentes a otros y sacan a la luz el botín al que redujeron lo que ha debido ser siempre un eje de conducción política estratégica y jamás confundirlo con un cofre lleno de alhajas que da lugar a un pleito que nos abochorna a todos.
Pareciera que se dicen entre sí: ¡Dadme un interinato y controlaré el mundo! Pero no fue así. Más bien han perdido todo incluyendo respeto y confianza.
Ante ese oscuro panorama se impone cambiar de timonel. La tragedia no llegó fortuitamente y la solución tampoco surgirá de una casualidad igualmente mágica o súbita. Es indispensable que los ciudadanos tomen decisiones para colocar en las manos de la gente adecuada las riendas de esta lucha emancipadora contra la tiranía que nos sojuzga.
Los trabajadores que han perdido su empleo concluirán que este arrase se queda pequeño ante los descalabros que produjeron en el mundo laboral la aparición de los robots y de las computadoras provistas de esa asombrosa inteligencia artificial. Otros dirán que si Tesla fue capaz de crear autos que se manejan solos, ¿por qué esta dirigencia no ha estado en capacidad de conducir a la ciudadanía a la victoria final? Me imagino a los miles de usuario del transporte público que van preguntándose, como los usuarios del Metro de Caracas que se vieron obligados a salir despavoridos del vagón que se estaba incendiando: ¿No será este el momento propicio para confiar en otros líderes?
Mientras los activistas provincianos que lo han dado todo, en marchas, protestas focalizadas o incursionando, resignados a validar cuanto proceso se invente, llámese plebiscito o consulta popular, no dejan de sentirse como responsables, al concluir que, si en Japón hasta los mesoneros son reemplazados por bandas electrónicas, ¿por qué aquí, en Venezuela, se eternizan en los cogollos los mismos dirigentes que no han dado pie con bola? Eso es como si los equipos obsoletos de la Kodak sobrevivieran a los deslumbrantes avances de la fotografía digital.
Ver a esos directivos apelar a las mismas mañas, siempre armados de sus cartillas, parecidas a un trapo hecho jirones por el uso frecuente, es como ver el abuelo que se quedó paralizado con su casetera en las manos en lugar de estirar el brazo para encender la pantalla y conectarse a Netflix. Y no se trata de esos hábitos ejemplarizantes de honradez, ni de lealtad a principios, nada de eso. Lo que tenemos es una raza degenerada de politiqueros que no toman en cuenta los códigos del honor que deben estar presentes en cada una de sus actuaciones.
Lo único que rescato de esos tiempos es lo que me hace recordar a los vendedores que visitando casa por casa trataban de convencer al vecino de las virtudes de la licuadora que vendía por cuotas. Ahora las ventas se hacen por teléfono y no es menester acudir al supermercado o a la ferretería para comprar el pote de leche o un alicate. Para eso están las redes de Amazon. Sin embargo, en lo que sí persistiría es en preservar ese roce que hace posible el tradicional contacto “person to person”, ese cara a cara, que le pone rostro humano a la política tan pragmatizada de estos días.
@alcaldeledezma
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