“Como comunicador visual he creado piezas gráficas para incentivar el cuidado y uso responsable de la naturaleza», alienta Domingo Oropeza Bello
Conocí a Domingo hace más de veinticinco años, cuando ambos formamos parte de la junta directiva de la Sociedad de Padres y Representantes del Instituto de Educación Integral de Maracay. Desde el primer día se nos hicieron obvias a todos los miembros de la junta su inteligencia, su rectitud, su responsabilidad y su asertividad. Trabajamos juntos en muchos proyectos educativos que todavía muchos de los niños de aquella época hoy recuerdan –como adultos– con nostalgia, cariño y aprecio por lo que aprendieron.
Un ilustrador insigne, siempre sentí que estaba subvalorado por quienes lo contrataban. Domingo era y sigue siendo una fuente de buenas ideas, de un trabajo impecable, ingenioso, con un gran bagaje cultural. Ha sido el autor de las portadas de mis cinco libros y de una cantidad de libros más, entre ellos Lovescaping, de mi hija Irene. En mi casa todas somos miembros del club de fans de Domingo.
Domingo Oropeza es un agudo observador, gran lector y tiene un sentido del humor que raya en la ironía fina, cualidades imprescindibles para ser un buen caricaturista. Desde marzo de este año se destaca con sus caricaturas dominicales para el portal Termómetro Nacional.
Domingo asegura que el amor por la Naturaleza es su religión y lleva diseñadas preciosas, interesantes y atractivas campañas para el cuido y prevención de los recursos naturales. Siente que, a pesar de todo, Venezuela es una tierra bendita. Y yo le respondo que lo será cuando la mayoría de nuestra gente sea como él: trabajador, decente, brillante, emprendedor y valiente.
–¿Cómo se acerca al arte Domingo Oropeza Bello?
–Desde niño, el dibujo me permitía ver lo que imaginaba, ¡era mi mejor juguete! Recuerdo que lo mío era inventar y todo eso lo ponía en el cuaderno. La primera vez que vi el Moisés de Miguel Ángel fue en una estampa de cajita de fósforo y eso me dejó impactado… el pensar cómo lo había hecho. Mi papá también dibujaba y pintaba ocasionalmente, aunque nunca lo desarrolló como arte. Me sorprendía que él pudiera reproducir un pájaro con tanta fidelidad. Luego desde el liceo comencé a participar en concursos de dibujo y pintura y a familiarizarme con la historia del arte, que (todavía) es de mis lecturas favoritas. El diseño gráfico, la ilustración, la fotografía, el ecodiseño, la escritura, todos ellos son campos donde he podido expresar mi creatividad y hacer lo que me apasiona. Hoy por hoy no me queda otro calificativo para el arte que ¡liberador!
–Hay diseñadores que son artistas, pero no todos los diseñadores lo son. Yo pienso que tú eres artista por encima de todo. ¿Cómo te consideras?
–No es fácil responder eso. Yo comencé por los medios tradicionales del dibujo y la pintura al óleo en un taller de pintura en Los Teques. Al llegar a Maracay, ofrecí mis servicios como dibujante y entré en contacto con las artes gráficas, que es como se conocía al Diseño Gráfico en esa época.
Intenté hacer estudios en la Escuela de Arte Rafael Monasterios, pero no los concluí. Me fui dedicando más al trabajo de diseño para agencias de publicidad, y el contacto con gente muy profesional y exigente me obligó a hacerme de una formación que se repartía entre mucha lectura técnica, ejercicios en casa y el trabajo diario.
La práctica del dibujo con pretensiones artísticas siempre la desarrollé en paralelo al diseño y me dio ventajas al abordar más adelante el campo de la ilustración editorial. Esta formación autodidacta me permitió la suficiente libertad creativa y multiexpresiva que se deja ver en las diferentes técnicas que aplico al trabajo, según sea el requerimiento. Pienso que, como diseñador e ilustrador, he dejado que esa sensibilidad del artista, que late dentro de mí, se haga permeable para poder comunicar ideas y conceptos. Pero mejor que hablar, es mostrar el portafolio.
–Tu aproximación al humor es sencillamente genial. Tus caricaturas son lapidarias. Es mucho más difícil hacer reír, que hacer llorar. ¿Tienes una técnica o es algo que te sale natural?
–Comencé a hacer caricaturas en el liceo, para reírnos de los profesores; eso me hizo muy popular. Fue un género que estudié y practiqué mucho porque es difícil. Intenté entrar en los diarios para ofrecer mis servicios pero no había vacantes en ese entonces, todos ya tenían su caricaturista; era la época de Eneko, Pardo, Ras, Peli, Fonseca… y el eterno Zapata, imagínate, ¡puros monstruos del humorismo gráfico!
Luego, cuando se hizo normal la represión militar a las marchas de protesta, donde fui activista, para drenar mi rabia e impotencia, seguí haciendo mis dibujos y mostraba mis sátiras políticas entre grupos de amigos. Hacer humor gráfico en Venezuela puede ser fácil y difícil a la vez, porque somos un país de absurdos, cosa que es base del buen humor; somos un país surrealista, un país que no cabe en ninguna estadística seria. Somos un país con muchos problemas y contradicciones, y esa es materia prima para el humor gráfico.
Digamos que la técnica se centra en tener la sensibilidad para sacar con pinza cuál es la médula del problema y exponerla de manera simple, para que la gente capte la denuncia o la reflexión y le haga un clic. O que, al menos, lo deje pensando. El trabajo que estoy dando a conocer ahora a través de la plataforma digital Termómetro Nacional va sustentado sobre mi reflexión de país, es una posición crítica ante lo que me preocupa y de las ganas que le tengo al poder para desenmascararle sus patrañas bien maquilladas.
–Recuerdo con nostalgia tus clases de arte efímero a los muchachos del IEI en Maracay. ¿Qué te dejó esa cercanía con los más jóvenes y con el proceso educativo?
–El Encuentro de Arte Efímero del colegio IEI, en Maracay, del cual fuiste gran promotora y colaboradora, fue una tremenda experiencia para mí. Tantos niños, tanta creatividad a flor de piel, tanto entusiasmo de trabajo en equipo para desplegarlo en una mañana, eso sí que era un reto, un vórtice de energía. Y también una lección de cuánto se puede aprender, tanto el estudiante como el docente, sacando el aula al patio. Para que tome el aire fresco de la experiencia inmediata, de poner al alumno en contacto con sus cinco sentidos frente al enriquecedor acto de crear con lo que se tiene a la mano y luego soltar, sin apegos.
–Te autodefines como ecologista –entre otras cosas más– y en este preciso momento estamos viviendo, además de la pandemia, enormes catástrofes naturales en todo el mundo, que son solo un anticipo de lo que puede venir y vendrá si no hacemos nada. ¿Qué estás haciendo en ese sentido?
–Podría decirte que mi religión es “El amor a la Naturaleza”: allí tenemos todo lo que necesitamos: materia, farmacia, sabiduría y conexión con la divinidad. La relación del Hombre con la Naturaleza –desde la revolución industrial hasta hoy– ha sido de irresponsabilidad e inconciencia depredadora y por eso tenemos estos resultados.
Como comunicador visual he creado piezas gráficas para incentivar la toma de conciencia hacia el cuidado y uso responsable de la naturaleza. Paralelamente, tengo una marca personal, @oroverdi, donde cobijo mi trabajo de ecodiseño, con producción de piezas utilitarias a partir de material reciclado, e información acerca de prácticas amigables con el ambiente.
Como senderista y fotógrafo aficionado, divulgo los hallazgos de mis paseos y motivo para que otros se unan a esta actividad saludable de aprendizaje, amor y respeto. Creo que cada uno puede aportar algo positivo desde su propio espacio. No serán las soluciones tecnológicas las que salvarán al planeta de la autodestrucción, sino la toma de conciencia, que creará presión suficiente para que se establezcan las políticas correctivas que restauren el equilibrio ambiental. La pandemia podría ser un buen punto de quiebra para revisarnos.
–¿En cuáles valores de los que le has transmitido a tu hijo has insistido más?
–Para mí lo más importante es que hayamos cultivado una conexión afectuosa entre ambos, pues es a través de ella que podemos transmitir valores. Ante todo, le insisto en la importancia de edificar la confianza en sí mismo, respetarse y creer en su potencial y en su singularidad como ser, de ahí saldrá lo que él tenga para dar a otros. Hacerse responsable por sus actos, ser constante y disciplinado en lo que se proponga y aportar valor con su desempeño.
–¿Qué significa Venezuela para Domingo Oropeza?
–Venezuela es una tierra bendita, de eso no me caben dudas. Es hermosa, fértil, rica en todas sus manifestaciones. Me duele ver que mucha gente no aprecie estas bendiciones, no valore el sentido de pertenencia, ignora su historia. Y no solo me refiero a la historia militar de la independencia.
Tenemos tantos ejemplos de talento, de bondad, de ingenio, de creatividad, de civilidad, de valor y coraje en nuestra historia, que me cuesta creer que hayamos permitido que se instaurara este presente tan oscuro y vergonzoso.
Apelo a ese sustrato de nuestra cultura para retomar, a través de la educación en valores y la conciencia colectiva, el trato justo y amoroso que la restaure a su condición de país digno, pleno y ejemplar. Hay mucho trabajo por delante y eso debería ser un aliciente nacional.