César Correa, de 27 años, se despide de su madre, que está llorando mientras lo abraza. Es la segunda vez en seis años que este joven abandona Venezuela.
En 2016 “salió corriendo” del país, después de que los servicios de inteligencia lo vincularon al ala más radical de las protestas que entonces sacudían el país.
Estuvo en Costa Rica, de donde retornó a Caracas en diciembre de 2021 ante la posibilidad de vivir en España y la necesidad de renovar documentos.
También estaba curioso, amigos le decían que el país comenzaba a salir de la profunda crisis, que podía regresar y probar suerte.
“Regresé a Venezuela y me encontré una realidad muy distinta a la que muchas veces me contaron amigos que están aquí”, dijo Correa a la Voz de América.
“¿Qué Venezuela mejoró? No, no ha mejorado. Hay ciertos beneficios … porque hay circulación de divisas, de otra moneda, y con eso que la gente se ha podido mantener, porque el sueldo mínimo no alcanza para nada”, añadió.
Pasaron 11 meses y decidió partir nuevamente. Ahora, a Asturias.
“Dios lo acompañe siempre y me lo proteja”, le dice su madre con la voz entrecortada, consciente de que es incierto cuándo podrá abrazarlo de nuevo. Lo mira conteniendo el llanto, mientras César se despide del resto de sus familiares.
“Es joven, aquí las oportunidades para los jóvenes son fuertes (difíciles), que luche por allá”, dice la mujer.
Están todos en el taller de su familia, en el centro de Caracas, donde estuvo trabajando los meses en Venezuela.
Su padre le da palmadas en el hombro mientras lo aconseja. Al lado, una joven tiene la mirada baja, también llora.
Video VOA
Más allá del dolor, coinciden en que “es lo mejor” para su futuro.
Unos 7 millones de venezolanos han dejado el país desde 2014, según Naciones Unidas, huyendo de la crisis que disolvió el poder adquisitivo de los trabajadores.
Pero en los últimos dos años, algunos miles han regresado, tras la pandemia de COVID-19, que disparó el desempleo en los países de acogida.
Y en las últimas semanas, centenares volvieron a Venezuela desde Panamá y México, tras fracasar en su intento por llegar a pie a Estados Unidos, que implementó un protocolo para deportar a todo venezolano que ingrese ilegalmente por la frontera terrestre.
En Venezuela, la dolarización informal, el fin de los controles de precios y una oleada de importaciones contribuyeron a acabar con la profunda escasez en los establecimientos. Al mismo tiempo, restaurantes, bares y otros comercios abrieron para una minoría acomodada.
César no consiguió entrar en esa burbuja. Y volver significó además revivir el miedo del 2016 a una detención.
Ese año, “hubo un caso de una protesta, no tuve nada que ver y por referencia de una persona que yo recomendé en la misma institución (pública donde trabajaba) me dijeron que yo estaba involucrado también en ese problema”, explicó.
“Entonces (el servicio de inteligencia) fue a buscarme al mismo banco (donde trabajaba), a llevarme para una sede en Plaza Venezuela, a interrogarme. Decían que me iban a meter preso, que me iban a matar”.
Y salió del país, abandonando además sus estudios de ingeniería.
Primero llegó a Panamá, donde estuvo seis meses: viajó a Costa Rica para reingresar como turista cuando le vetaron la entrada. Decidió entonces instalarse allí.
Y ahora un familiar le dijo que había oportunidad de vivir en España. Empacó una pequeña maleta marrón y una mochila y partió al terminal de autobuses: viajará a Colombia y de ahí tomará el vuelo a Europa.
Antes de irse, una última escala: su abuela, que en la puerta de su casa lo recibe con un abrazo, un beso y una caricia en la cabeza. “Dios me lo bendiga, y me llamas oíste por WhatsApp”.