Beijing busca disminuir la autonomía de las comunidades minoritarias que habitan el país y lograr una población cada vez mas homogénea en la que la “influencia extranjera” sea ínfima.
Por rt.com
China está eliminando las cúpulas y los minaretes de miles de mezquitas a lo largo y ancho del país en tanto estas son, para las autoridades del régimen, una prueba de la influencia religiosa extranjera y parte de la arquitectura abiertamente islámica que buscan eliminar del paisaje de sus ciudades. Esta ofensiva forma parte de una iniciativa en busca de que los distintos grupos étnicos que habitan el territorio se asimilen a la población y se vuelvan cada vez más parecidos a los “chinos tradicionales”.
Esta estrategia adquirió una mayor importancia con la llegada de Xi Jinping al poder en 2013. Previamente existía una calificación de los ciudadanos en 55 grupos étnicos minoritarios distintos, a los cuales se les permitía una determinada autonomía cultural dentro de su territorio. Pero esto cambio con la llegada del nuevo presidente del partido y se paso a un enfoque que busca la asimilación y la integración de las minorías. Este proceso es denominado por las autoridades chinas como “proceso de sinicización”.
Un ejemplo de esta asimilación es el de la comunidad musulmana Hui, que viven en territorio chino hace más de 1300 años y son al rededor de 10,5 millones de personas. Estos se han adaptado tanto cultural como lingüísticamente y hasta han modificado su versión del islam para hacerla accesible a los confucianos y a los taoístas -dos doctrinas especialmente fuertes en China- a través de la adopción de conceptos y términos espirituales de la antigua filosofía china para explicar el islam. Ademas, muchos grupos hui han adoptado practicas religiosas chinas a su culto.
Pero para Beijing el concepto de lo que significa ser “chino” es mucho mas acotado que simplemente parecerse a los chinos e incorporar algunas practicas de las religiones dominantes a los cultos minoritarios. Para quienes gobiernan hace falta adherirse a los valores del Partido Comunista, rechazar toda influencia extranjera y hablar únicamente chino mandarín.
El derribo de cúpulas y minaretes de las mezquitas esta enmarcado en esta clave de eliminar influencia extranjera. En este caso particular se trata de influencia árabe y saudí. Bajo esta premisa, las autoridades chinas han quitado las cúpulas de la mayoría de las mezquitas del noroeste del país.
En 2016, Xi Jinping pronuncio un discurso en el que hizo referencia por primera vez a la sinicización y explico que los grupos étnicos y religiosos minoritarios debían anteponer la cultura china a las diferencias étnicas y “mantener en alto la bandera de la unidad china”.
Si bien hubo en un principio cierta resistencia a la retirada de las cúpulas, esta fue rápidamente sofocada. Los habitantes de la ciudad de Xining afirman que tanto el director de la mezquita de Dongguan y el Imán de la ciudad fueron detenidos y obligados a firmar en favor de la quita de la cúpula. Así, la campaña en contra de las cúpulas y minaretes ha permitido al régimen justificar el encarcelamiento de ciudadanos pertenecientes a estas minorías, la confiscación de bienes de las mezquitas y el cierre de instituciones religiosas.
También se ha avanzado en una campaña de restricción de las lenguas no chinas y se obligo a las escuelas a que redujeran el tiempo dedicado a estas en favor del tiempo dedicado a la enseñanza del chino mandarín.
La situación de los Uigures en Xinjiang
Los esfuerzos de China por controlar la cultura son más contundentes en la región occidental de Xinjiang, donde las autoridades han detenido a cientos de miles de personas de la etnia uigur en centros de detención que, según el gobierno, funcionan como campos de educación en los que se enseña la lengua china y la historia del partido comunista. Se ha documentado en estos múltiples violaciones a los derechos humanos y condiciones de hacinamiento que entran dentro de la categoría de tortura.
De acuerdo a Amnistía Internacional, durante las primeras semanas o meses de internamiento los detenidos son obligados a permanecer en su celda sentados o arrodillados sin moverse, sin que se les permita hablar, acostarse o dormir. Pasado este periodo inicial comienza el proceso de “educación” forzosa que se centra en lograr que renieguen del islam y renuncien a hablar su idioma natal, adoptando el chino mandarín, y se los adoctrina con propaganda del Partido Comunista Chino (PCC).
En la región de Xinjiang, donde habita la mayoría de los uigures, el Estado también ha dañado y demolido miles de mezquitas y lugares religiosos.