Mi Loco, el hombre que no quería morir, se salió con la suya porque sigue vive en cada una de las historias que recuerdo. Y que les iré contando…
La otra noche tuve un sueño: estaba en la calle Panorama, de Catia, donde vivieron por muchos años mi abuela Jacoba y mi abuelo Miguel. Se estaba celebrando una reunión, pero era bastante rara porque había personas ya muertas como la misma Jacoba, mi padre, mi tío Santiago y otros tantos más que ya no están. Lo particular es que yo sabía que estaban muertos, pero ellos no lo sabían.
Había una sensación rara porque estaban absolutamente todos los miembros de mi familia; no era un cumpleaños, no era un matrimonio, no era un bautizo, pero todos estaban ahí. Mi abuelo Miguel iba y venía saludando a todos. Hasta que no me aguanté y le pregunté a mi primo Jonathan qué estábamos celebrando.
–No te puedo decir Juancito, es complicado…
–Dale, dime –insistí.
–Estamos en el velorio de mi abuelo Miguel.
–Pero si lo acabo de ver bailando en la sala, le contesté sorprendido.
La respuesta de mi primo fue impresionante: “es que no se quiere ir, tú sabes cómo es Mi Loco (el apodo de mi abuelo), y nosotros no queremos decirle. Él tiene que darse cuenta solo.
Mi abuelo era un tipo divertidísimo que saludaba a todo el mundo con el grito: “cómo estás, mi loco” y por eso le quedó el apodo. Había nacido en Santa Lucía, una localidad ubicada en los Valles del Tuy en 1926 y fue bautizado como Miguel Correa y Bolívar, segundo apellido al que siempre acompañaba de la frase “igual que el Libertador”.
Mi Loco era maestro de obra de profesión, pero también había sido parrillero, chofer y hasta boxeador. De hecho, esa inclinación por aquel deporte le dio su primer trabajo cuando estaba en la escuela. Así no los contaba siempre:
“Mi primer trabajo fue cuidando al hijo del prefecto del pueblo, creo que teníamos como 10 años. Él era un muchachito muy quedao (tímido) y todo el mundo se metía con ese niño. Hasta que un día el prefecto, que ya me conocía por mis travesuras, me ofreció un medio (25 centavos) para que lo cuidara. Y, por supuesto, acepté”.
Pero luego venía la parte cumbre de la historia. Continuaba mi abuelo: “Pasaron como dos meses y el prefecto un día se me acerca y me dice: “Miguelito ya no te vamos a necesitar más, pues no se meten más con Julio, así que gracias por todo”.
Según relataba Mi Loco, esto le dio mucha rabia porque le gustaba el trabajo de guardaespaldas, por lo que ideó un plan para no quedar desempleado: le ofreció a los que se metían con Julio un medio para que se volvieran a meter con el niño. Así que esta vez, cuando el prefecto vino a solicitar de sus servicios, le cobró 50 centavos (así por un tiempo se ganó sus 25 centavos e invirtió la otra mitad en los truhanes).
Bueno volviendo al sueño, recuerdo que lo perseguí por toda la casa durante esa extraña fiesta, pero él huía de mí, pues sabía que lo que tenía para decirle no le iba a gustar. Hasta que caminó por un pasillo donde había un espejo y no se vio reflejado, entonces volteó, me vio y una lagrima recorrió su mejilla.
Me acerqué, le di un abrazo y me dijo:
“Juancito, no dejes que me olviden”, dio media vuelta y desapareció entre la gente. Obviamente me desperté llorando, pues hacía mucho tiempo que no soñaba con mi abuelo y es por eso que les estoy contando una de las tantas historias de Mi Loco, que de vez en cuando les iré relatando.
Hoy, más de 15 años después de su muerte a los noventa y tantos años, Mi Loco, el hombre que no quería morir, se salió con la suya porque sigue vive en cada una de las historias que recuerdo. Y que ahora ustedes irán conociendo.
Y tú, ¿tuviste un abuelo como Mi Loco?
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