En Venezuela, las mujeres han deben duplicar sus esfuerzos para ser consideradas en el terreno de juego.
Como cada miércoles, María Paola Rojas se prepara para otro día de entrenamiento en el equipo de fútbol de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, donde se desempeña como delantera. La grama se ha vuelto resbalosa, después de un aguacero de media hora en la capital venezolana. Por eso, Rojas ejecuta sus movimientos con dificultad. Sin embargo, el habitual ejercicio de pisar la cancha era una quimera en 2006, cuando supo que su destino era marcar goles, como los que vio ejecutar durante la final de la Copa del Mundo que se jugó en Alemania.
Ese día – rememora Rojas-su rostro estaba pintado con los colores de la bandera de Italia, que alcanzó el tetracampeonato, al imponerse a Francia en penales.
“Le dije a mi mamá que quería entrenar fútbol, pero para ella ese era un deporte de niños”, cuenta Rojas, de 22 años. “Me decían que por qué no probaba con ballet o con voleibol, pero a mí me gustaba el fútbol”. Fue al entrar a la universidad cuando pudo inscribirse formalmente en una oncena, gracias a una beca que cubre sus estudios de Comunicación Social por destacarse en el deporte. «Cuando yo era pequeña, si jugabas fútbol era sinónimo directo de que eras masculina, de que nada más te gustaba andar con los niños”, relata Rojas.
Un prejuicio con el que han tenido que lidiar tanto ella como el resto de sus compañeras en el terreno y cientos de niñas que desean estar detrás de un balón.
«Cuando yo empecé a jugar, por ejemplo, en mi colegio siempre eran los hombres en el recreo jugando fútbol y las niñas en cualquier otro lado. Era la única niña que siempre jugaba fútbol”, dice a la Voz de América Isabella Avello, quien ocupa la posición de central en el mismo conjunto que Rojas.
Y aunque ambas admiten que, a diferencia de una década atrás, hoy las mujeres tienen más oportunidades de formar un equipo de fútbol, advierten que no solo les basta con demostrar su valor y resistencia durante 90 minutos.
«Ellos (los hombres) pueden dar un 80 por ciento, pero tú tienes que dar el 110%. Se dice que los hombres tienen más fuerza… Entonces, tengo que dar un 110 por ciento más, tengo que esforzarme más para poder estar al mismo nivel, para que me consideren igual que ellos, para que no me vean como una debilidad», apunta Avello.
En Venezuela, el fútbol femenino comenzó a participar en torneos internacionales en 1991. Algunas de las hazañas más recordadas son las dos veces (2013 y 2016) en que la selección Sub-17 se coronó en el primer lugar del Campeonato Femenino Sudamericano, lo que abrió puertas a otras generaciones.
“La selección femenina ha dado muchísimas alegrías al país y han permitido que muchas de las niñas que están comenzando hoy tengan esa oportunidad de jugar. Cuando yo empecé no existían torneos femeninos”, expresa Rosmary Paredes, futbolista amateur de 27 años.
Sin embargo, son pocas las jóvenes futbolistas en Venezuela que pueden hacer del balompié una carrera.
«No es mentira que aquí para jugar profesional no te mantienes. Trabajar acá y decir: mira, yo voy a jugar fútbol profesional y voy a ganar lo que pueden ganar en el Barcelona, en el PSG, en el Chelsea, o incluso – acá en América- en el Boca Juniors, es mentira. Tú no vas a poder vivir de eso, por lo menos no en Venezuela», acota Paredes.
Eso lo ha experimentado ya Irlanda Santoro, quien, a sus 18 años, ha participado en competencias internacionales vistiendo la camiseta de un equipo local.
«El salario siempre va a ser insuficiente. Nunca va a ser igual al de los hombres. El pago es ausente. De decirte que yo jugué profesional el año pasado y de participar en una Copa Libertadores no recibí ni un dólar», contó Santoro a VOA.
Fuente: VOA