Los extintos Fidel Castro y Hugo Chávez. Foto en elojodigital.com
Nuestra tragedia no tiene más dolientes que nosotros, los propios venezolanos. Para los demás, lo nuestro no es más que una carga, un problema sin resolver, un relato cansón que les toca escuchar una y otra vez de boca de cada uno de los millones de venezolanos que estamos regados por el mundo entero, particularmente en Latinoamérica. Es probable que algunos hasta piensen que somos seis millones de exagerados, que sencillamente salimos del país en plan de turismo y que quienes lo hicieron caminando, solo querían admirar mejor el paisaje.
Frente a las pocas lecciones que parece haber dejado la destrucción de Venezuela en nuestra región, no veo otra explicación: no nos creen o simplemente Latinoamérica tiene vocación suicida. El caso de Perú, el segundo país del mundo con mayor número de migrantes venezolanos, es fiel reflejo de ello. Aproximadamente un millón de connacionales viven allí.
Con ellos también migraron sus historias, retratos de un país que antes de la llegada del chavismo al poder era receptor de migrantes y productor de petróleo y que hoy, veintidós años después, los exporta por millones y solo produce miseria.
¿Puede existir un testimonio más poderoso que ese? Personalmente, no lo creo. Aun así, los peruanos decidieron que la mejor solución para resolver los problemas de su país era votar por un comunista. Y no, esta vez no se trata nuevamente del cuento del coco, un recurso del cual se ha usado y abusado de campaña en campaña electoral. Pedro Castillo y su agrupación política son marxistas leninistas y no lo digo yo, lo dice el propio programa ideológico de Perú Libre cuando afirman textualmente que “decirse de izquierda cuando no nos reconocernos marxistas, leninistas o mariateguistas, es simplemente obrar en favor de la derecha con decoro de la más alta hipocresía”.
La inminente caída en desgracia del Perú la vivo con mucha tristeza, no solo por los miles venezolanos que deben sentirse de nuevo viviendo la misma pesadilla, sino por los millones de peruanos que serán las únicas víctimas de su venganza contra la clase política, las instituciones republicanas y en definitiva, contra la democracia peruana.
Paradójicamente, para quienes apostaron al comunismo para castigar a los ricos, los acomodados serán quienes menos sufran la destrucción de Perú, pues mientras los empresarios y las clases pudientes serán las primeras en trasladar sus capitales y bienes a otro país cuando el Perú se vuelva invivible, el peruano promedio vivirá la tragedia adentro; al menos que decida huir caminando a Colombia, Chile, Brasil o Ecuador.
Perú es también la nación que recibió a mis abuelos maternos cuando escapaban de otro sistema totalitario, el nazismo, así que este artículo está lejos de representar un acto de soberbia propio del “se los dije”. A los venezolanos también nos ganó la arrogancia y el resentimiento, cuando en 1998 la mayoría del país decidió ignorar a quienes siempre vieron en Hugo Chávez un títere de Fidel Castro y lo llevaron en hombros a Miraflores. Ese día se fregó Venezuela y con nosotros, aun sin saberlo, el resto de Latinoamérica.
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