Para Juan Vicente González, Falcón pasó de ser un cobarde a “un factor primordial de orden y cohesión”. ¿Por qué la cabriola del mordaz autor del siglo XIX?
Todos sabemos de la vehemencia de Juan Vicente González en las luchas políticas del siglo XIX, gracias a las cuales se ganó el prestigio de ser, seguramente sin disputa, el más implacable martillo de los liberales. A partir de 1841, su pluma fue la más constante y venenosa en el apoyo de los llamados godos y en el ataque de las nacientes y preocupantes fuerzas de la oposición, cada vez más respaldadas por los sectores populares. El partido que enarbola entonces la bandera amarilla bajo la jefatura de Antonio Leocadio Guzmán lo encuentra como su adversario más tenaz, capaz de exagerar y aun de mentir en la custodia del régimen llamado conservador. Un periódico fundamental de las batallas políticas de entonces, Cicerón a Catilina, panfleto incendiario que circula entre 1845 y 1846, se debe a su exclusiva autoría y compendia los excesos de opinión contra los movimientos del “populacho” que atormentaban a los círculos de autoridad controlados por los generales Páez y Soublette.
Por consiguiente, nadie se sorprende por el texto que escribe contra Juan Crisóstomo Falcón en los albores de la Guerra Federal. Estaba dentro su tradición de godo de uña en el rabo. Es un extenso escrito que circula en las entregas 41 y 43 de El Heraldo, entre el 20 y el 27 de agosto de 1859, con el objeto de desacreditar a quien se perfilaba como líder de los revolucionarios. Parte de una descripción general del personaje y después lo ataca mediante la referencia a hechos concretos.
Veamos cómo lo pinta en sentido panorámico:
De corazón inconstante y veleidoso, fácil para ofrecer cuanto se le exige, fácil para olvidarlo, nadie cuenta con su palabra. Simpatiza con los pendencieros a quienes protege y de quienes se rodea, mientras aleja con cuidado a quienes le importunan por sus virtudes y saber, y hasta los burla y escarnece».
Después refuerza la caracterización con datos específicos, de los cuales veremos ahora un trío. Este es el primero:
Pasó en San Felipe una larga temporada como negociante de café, pero tuvo que abandonar este lugar por una causa criminal que se le siguió por el ataque alevoso contra un sujeto respetable de aquel pueblo. Los oficios de su padre, que voló desde Coro para intervenir en el juicio, lo salvaron del castigo que merecía».
Recordemos el segundo fragmento:
Continuó en el campo, en la hacienda de su padre, en íntimas relaciones con la esclavitud y el peonaje, en el ocio el día, en pendencias y escándalos la noche, amenazando la parroquia de Cabure, cantón San Luis, que era progresista. A esa partida de hombres apellidó ‘los cabureros en campaña’. Continuó así sosteniendo el poder arbitrario que dominaba aquella provincia hasta el 24 de enero de 1848″.
El último se detiene en un hecho de armas en el cual destacó por su cobardía y su crueldad, de acuerdo con la versión del empecinado adversario. Estamos en 1854, cuando se levanta en armas en Coro el valeroso general Juan Garcés, figura célebre de la comarca a quien debe enfrentar el joven Juan Crisóstomo. Según la crónica de González:
Este hombre valeroso fue herido mortalmente por haberse arrojado tres veces en medio del ejército de Falcón que, disfrazado y trémulo, se guardaba entre un cuadro de soldados, distante de la línea de acción. Herido el Héroe de Coro, se dirigió a la playa del mar, lanzó al agua sus armas y quedó agonizante. En el suelo fue desnudado, se le cubrió de heridas y arrastrado con una soga de un pie y del brazo que hacía temblar a Falcón, se le llevó a su presencia. Ni un soldado de Garcés murió en el fuego, pero todos los rendidos fueron asesinados y premiados los asesinos por recomendaciones de Falcón. Para sí pidió la confiscación y adjudicación de una casa del general Garcés en pago de sus sueldos».
González hace el trabajo en el cual ha destacado y por el que lo celebran los “oligarcas”. Falcón es el sujeto menos recomendable de la época debido a los defectos de su carácter y a los episodios de irresponsabilidad, lenidad y crueldad que ha protagonizado. Es lo que se colige de la versión del famoso “Tragalibros”. Si los lectores de la época respetan al autor, deben preocuparse o escandalizarse por el sujeto que dirigirá huestes enemigas. Aunque quizá también se tranquilicen, debido a que le atribuye un defecto susceptible de producir sosiego en el campo rival: la cobardía. En todo caso, ahora solo conviene recordar que el autor cumple el rol debido a cuya práctica se hizo célebre en la historia patria. Pero, y ahora nos aproximamos al lado curioso y poco conocido de esos anales, también se deben sorprender los lectores de entonces y de ahora por un cambio inesperado de opinión, por una insólita cabriola.
En 1864 crecen los ataques contra Facón, ya presidente y mariscal. Se duda de sus cualidades de gobernante y surgen reacciones de líderes federales que pretende echarlo del poder. De pronto, sin que nadie lo pudiera imaginar, en el número 46 de El Nacional circula un escrito titulado El General Falcón y sus calumniadores, firmado por Juan Vicente González. El autor había sido una de las plumas más tenaces del gobierno constitucional durante la reciente guerra, lanzando dardos contra los excesos del oscuro pueblo “feberal” en los combates y en el asolamiento de las poblaciones. Hablaba de la necesidad de no cesar en el combate de la barbarie. Solo se retiró de las trincheras de la imprenta debido al disgusto que le ocasionó la dictadura del anciano Páez, y ahora, sorpresivamente, vuelve para hablar de su antiguo rival en los siguientes términos:
Todos contribuyeron sin duda al triunfo de la revolución federal, los soldados sobre todo, hijos heroicos del pueblo, que lucharon infatigables y siguieron llenos de fe la enseña de sus jefes. Ningún caudillo pelea y vence solo. Consiste su gloria en agrupar intereses y sentimientos y hacer de ellos un ramillete, un cuerpo; consiste en unir, y para esto, distinguir los sentimientos capaces de unión y capaces de ser un principio de gobierno, animándolos, fortificándolos, haciendo prevalecer las causas de cohesión sobre las de división y mutilamiento. La gloria del General Falcón es haberse convertido en centro necesario de acción, haber dominado rivalidades ariscas e impetuosas, haber uncido al carro de la revolución aspiraciones indómitas, haber servir al triunfo los Bruzuales, los Arismendis, los Vásquez… Cuando se examinan de cerca estos elementos, que él aprovechó durante cinco años de cruda guerra, conócese el método superior del que les dio un programa, los mantuvo en una senda, evitó sus pendencias, los forzó a secundar sus planes aun a despecho de ellos, supo conservar el primer puesto, sin que nadie osase disputárselo, y enfrentó la envidia y aun la insolencia».
¿Habla del mismo personaje a quien descreditó en 1859? ¿Se refiere al mismo pueblo soliviantado y destructor contra el cual escribió páginas incendiarias que pueden leerse en los impresos de la época? Falcón es ahora un factor primordial de orden y cohesión. Ha saltado de la oscuridad del ayer a la brillantez de la actualidad, de promotor de la anarquía a regulador del orden constructivo. La chusma del pasado se ha convertido en “hijo heroico” de una revolución en la cual no advierte defectos. Una investigación atenta desvelará los motivos de una metamorfosis tan elocuente, que ahora dejamos para curiosidad del lector de nuestros días.