Pedro Benítez (ALN).- La entrevista que le hizo la periodista Celina Carquez al rector del Consejo Nacional Electoral (CNE) Juan Carlos Delpino aparte de la polvareda que levantó (cuyas consecuencias políticas todavía están por verse) ha vuelto a poner sobre la mesa una interrogante que la oposición venezolana se hizo por mucho tiempo: ¿Cuestionar la actuación de Poder Electoral espanta a tus propios votantes?
Era un dilema, no menor, que por años contribuyó a la división dentro del campo democrático. Probablemente fue EL tema que más diatriba provocó. Desde que por allá en los años 2003-2004, cuando comenzaron a recogerse firmas para activar el Referéndum Revocatorio (siendo Jorge Rodríguez vicepresidente del árbitro electoral) y se puso en evidencia la parcialidad del CNE a favor de los intereses del oficialismo, los sectores antichavistas opuestos a toda participación electoral se dedicaron a exhibir cada abuso y arbitrariedad (acompañado, por cierto, de sus correspondientes bulos) como demostración de que en Venezuela “las elecciones son un fraude”. Antecedente de “dictadura no sale con votos”.
Pese a que todas la encuestas indicaban que la mayoría de los electores se inclinaban por la continuidad del presidente en ejercicio (favorecido por el auge en los ingresos petroleros y el impacto publicitario de la Misión Barrios Adentro), el pésimo manejo que la entonces dirección política opositora le dio a los resultados de aquella consulta (agosto 2004), alegando fraude sin nunca poderlo demostrar, contribuyó a persuadir a millones de potenciales votantes opositores de la inutilidad del voto y con ello favoreció la casi caída y mesa limpia que protagonizó la coalición chavista en las elecciones regionales de ese mismo año. De ahí a la no participación en las parlamentarias de 2005 fue solo un paso.
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De aquel desastre se empezó a salir en 2006 cuando Manuel Rosales, Teodoro Petkoff y Julio Borges comenzaron a predicar (en contra de la corriente) el retorno a la vía electoral. Sin embargo, y entre otras dificultades, se toparon con la evidente falta de imparcialidad del CNE, que le permitía al ex comandante/presidente hacer uso y abuso de todos los recursos públicos en su afán reeleccionista de manera abierta y descarada. Una actitud que llevaba agua al molino del abstencionismo militante y perjudicaba la participación comicial. Esto, obviamente, favorecía al chavismo, que consciente de ello alimentaba esa contradicción fundamental en las filas de sus adversarios. La actitud del primer grupo consistió en intentar ignorar el problema. Pero el elefante (la parcialidad del CNE) se empeñaba en permanecer en la habitación.
Cambios en la campaña
Este inconveniente pareció resolverse de cara a la elección presidencial de abril de 2013. En una frenética carrera contra el tiempo y todo el Petroestado en contra, el comando de campaña del entonces candidato de la MUD, Henrique Capriles, optó por tener una actitud muy distinta a la tenida en la campaña presidencial del año anterior; así fue como en esa oportunidad tomó el toro por los cuernos cuestionando abiertamente la inclinación de las instituciones públicas, TSJ y CNE principalmente, a favor del aspirante oficialista, Nicolás Maduro.
En un ambiente emocional marcado por el fallecimiento del anterior jefe del Estado y con un predominio aplastante de los medios de comunicación a favor del candidato oficial, el aspirante opositor arrancaba en su segundo intento con 25 puntos porcentuales abajo en las encuestas. Pero, contrario a lo que se había temido en otras elecciones, cuestionar al CNE no perjudicó en lo absoluto la movilización del elector opositor. Esa fue la elección presidencial más ajustada en Venezuela desde 1968. El oficialismo perdió en seis meses más de 600 mil votos, mientras Capriles incrementó su votación en 770 mil.
Con 7.3 millones de sufragios la tarjeta de la MUD fue la más votada en la historia del país y superó los 6.1 millones del PSUV. Fue la suma aportada por los otros 13 partidos lo que permitió a Maduro remontar la diferencia. Además, la candidatura opositora ganó en 7 estados: Zulia y Miranda, los más poblados; Táchira, Mérida y Lara en Occidente; Anzoátegui, Bolívar y Nueva Esparta en Oriente. Fue el mejor resultado para cualquier candidato no chavista desde 1998.
Cuestionamientos al CNE
¿Cuestionar la parcialidad del CNE fue la causa de ese resultado? Por supuesto que no. El acelerado deterioro de la situación económica con la devaluación del bolívar en febrero, así como la agresiva campaña opositora contribuyeron a un resultado que se percibió en ese momento como inesperado.
Para decirlo todo, recordemos también que esa fue la primera elección presidencial en Venezuela desde 1897 en la que un candidato no reconoció el resultado anunciado por la autoridad electoral respectiva. Capriles cuestionó el boletín emitido por el CNE la noche electoral y reclamó un recuento total de los votos. Eso tendría otras consecuencias políticas, pero en lo que aquí respecta fue una clara demostración de que cuestionar al árbitro no incidió en la movilización de los votantes. Apelar a la inteligencia del elector fue lo mas sabio que se pudo hacer en aquellas circunstancias, admitiendo que el sol no se puede tapar con un dedo: en el país las elecciones no son libres, ni justas ni transparentes, pero, pese a eso, lo más efectivo que se podía hacer a fin de combatir el autoritarismo era derrotarlo en las urnas de votación.
Dos años después se repitió la misma táctica con mejores resultados. El Polo Patriótico, la alianza gubernamental, perdió casi dos millones de votos con respecto a la elección presidencial de abril de 2013, mientras que los partidos opositores, que se presentaron en estos comicios sólo con los símbolos de la MUD, vieron crecer su votación en 400 mil sufragios con respecto a 2013 para superar por poco los 7.7 millones. Su mejor votación jamás alcanzada.
Las declaraciones del rector Delpino
Lamentablemente la dirección política opositora volvería a caer (o se dejó arrastrar) una vez más por la estéril ofensiva abstencionista que la llevó a la desmovilización. Pero ese es tema para otro día. La cuestión que queremos destacar aquí es que hoy, nuevamente, la estrategia abierta y encubierta del oficialismo pretende reinstalar el tema, y no falta quien sospeche de las verdaderas intenciones que podrían esconderse detrás de la citada declaración del rector Delpino.
No obstante, si la leemos con detenimiento, él allí afirma lo que los conocedores de la materia han advertido por muchos años: “No tengo dudas de que el CNE no va a birlar ni un solo voto ciudadano. Será un proceso limpio (…) De manera que en el área técnica no tengo ninguna duda sobre el sistema automatizado”. Lo que él cuestiona es el manejo político que de la dirección colegiada del organismo hace su presidente Elvis Amoroso. Algo bastante evidente para el observador externo, aunque Delpino nos aporta nuevos elementos de las tensiones internas y evidencia que, comparada, la gestión de la fallecida presidenta Tibisay Lucena queda mejor parada.
De modo que no; los procesos electorales previos, y este en particular, nos indican que cuestionar el manejo político que la mayoría oficialista hace del CNE no promueve en lo más mínimo la abstención. Por el contrario, que la crítica venga de parte de uno de sus rectores es una sana advertencia y ratifica que, si la oposición se organiza para votar y cuidar los votos en las mesas, tal como se está haciendo, tiene la elección asegurada.
Venezuela se dirige a un momento crítico e inédito en este cuarto de siglo de hegemonía (roja/rojita); un país movilizado que va a derrotar por primera vez al chavismo (des) gobernante en una elección presidencial, de manera clara e inapelable.
Y lo va hacer con sus mismas reglas, pasando por encima de funcionarios que violan tanto la Constitución, como la normativa electoral vigente. Las señales del cambio vienen de las propias oficinas del CNE.
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