Al comienzo de la pasada semana en la ciudad fronteriza de Eagle Pass, Texas, miles de migrantes encontraban diferentes maneras de burlar el alambre de púas posicionado a orillas del Río Grande, el último obstáculo antes de entregarse a las autoridades fronterizas de EEUU.
Por vozdeamerica.com
Lanzarse al Río Grande y caminar luchando contra la corriente es el último trayecto de un viaje de semanas en el que miles de migrantes se aventuran hasta llegar a Eagle Pass, Texas en busca del sueño americano.
Nada los detiene. Tomados de la mano, asegurándose de que el caudal no sea más fuerte que ellos, grupos de migrantes llegan hasta el alambre de púas instalado por autoridades estatales para evitar el cruce ilegal, justo debajo de los puentes internacionales que conectan vehículos, peatones y trenes entre Piedras Negras, México y territorio estadounidense.
Entre las temperaturas que alcanzan hasta los 40 grados Celsius y el polvo que se levanta con cada paso, las personas encuentran alternativas para realizar el cruce de cuya naturaleza ilegal están conscientes.
“Es fuerte pero es el momento que estábamos esperando”, dijo Sergio, un hombre venezolano que ayudó a colocar cobijas y prendas de ropa sobre el alambre hasta que logró poner su pie por encima y lo aplastó para abrir paso a quienes venían detrás.
Durante la última semana de septiembre más de 1.200 migrantes llegaban hasta el alambre de púas y una y otra vez, decidían pasar por encima o por debajo para ingresar al área donde oficiales de la Patrulla Fronteriza los observaban e instruían a caminar hacia otra área.
El apuro del cruce no da tiempo para presentaciones, los migrantes observan a los reporteros congregados mientras siguen rápido su camino unos metros hacia donde se encuentran los guardias de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) que los procesarán.
“Saque la cédula”, escuché que un migrante decía a su esposa, casi como si el inminente arresto al que se enfrentaban fuera un proceso legal anticipado en su esperanza de entrar a EEUU.
El único centro de procesamiento de migrantes en Eagle Pass, con capacidad para 1.000 personas, estaba hasta la pasada semana con unas 5.000 personas en su interior, según cifras oficiales.
Mientras tanto, la escena se repite en casos como el de una familia conformada por cuatro niños, una mujer embarazada y el padre. Estos aseguraron a la VOA que cruzaron a través del alambre de púas luego de haber fallado en su intento de usar la aplicación CBP One para presentarse en el puerto de entrada.
“Tenía la cita el martes a las 5 de la tarde y llegamos un poco tarde… nos dijeron que habíamos perdido la cita”, dijo el hombre.
Seguir al grupo hasta llegar al destino
Aunque en este punto fronterizo el aumento en cruces irregulares ha aumentado dramáticamente, migrantes no logran responder a la razón por la que decidieron la ciudad de Eagle Pass como su punto de entrada.
Al ser cuestionados por la VOA, muchos migrantes aseguraron que estaban “siguiendo el grupo” pues “todos veníamos en fila”, hasta que llegaron a la frontera.
Otros, son interceptados por bandas criminales antes de alcanzar el cruce. Es el caso de Juan, un venezolano que aseguró a la VOA segundos después de cruzar que acababa de ser liberado de un secuestro de cinco días.
“Me soltaron ahorita porque no tenía nada con qué pagar. Yo tengo un primo aquí (en EEUU) y me dijo que me entregara”, aseguró.
Otros aseguraron que llevaban unos 22 a 25 días viajando, y -a la carrera para entregarse a las autoridades estadounidenses después de cruzar la alambrada-, gritaban a los reporteros que estábamos allí que estaban «huyendo de la violencia».
En uno de los grupos más grandes, cuya entrada pudimos captar el pasado martes, era de más de un centenar de personas. Entre ellos venían desde adultos mayores hasta bebés de apenas dos meses de nacidos.
Celso Rondón Rodríguez, de 17 años, su madre y sus tíos estaban en ese grupo. El joven narró que llevaban tres meses viajando desde Venezuela, de donde salieron porque “el salario no alcazaba para comer”.
Poco después de terminar sus estudios secundarios, Rondón Rodríguez y su familia decidieron viajar a EEUU. Contó que en el camino tuvieron que trabajar en cada país de tránsito para conseguir dinero: “Vendiendo chupetas y caramelos… dormíamos en la calle”.
Al llegar a México, contó, “nos trataban mal… nos robaron toda la plata”. Ahora, el joven aseguró que su único sueño era “tener un buen futuro aquí (en EEUU)”. Aunque no conocen a nadie en el país “han escuchado” que en Chicago “se consigue trabajo fácil” y ese era su destino.
Poco antes de despedirnos a mis espaldas cruzó una mujer llorando, a la que apenas se le entendía que la corriente del río se acababa de llevar todas las cosas con las que había viajado. En su equipaje traía zapatos, ropa y alguna merienda que había conseguido en el camino.
“No es fácil pero ya estoy aquí… estamos aquí”, dijo antes de seguir caminando hacia la inminente entrega a las autoridades fronterizas.