William Wladimir Cumbajín Bautista, conocido como “el asesino de los matorrales”, fue uno de los sanguinarios delincuentes más temidos de Quito, en Ecuador. Convencía a sus víctimas con regalos y ofertas, las conducía hasta arbustos y allí las violaba, torturaba, estrangulaba y mutilaba sus genitales.
Por La Razón
Cumbajín inició su trayectoria criminal a los 32 años. En su infancia, sufrió múltiples abusos que recibió de su madre, la cual era parapléjica, drogadicta y alcohólico durante su infancia. Él llegó a tener una leve parálisis física fruto de aquellos sucesos. Fue abandonado y obligado a vivir en las calles, mendigando y vendiendo flores y dulces en las plazas. Dormía en portales y edificios diferentes cada día y esa vida tan dura fue lo que le llevó a las drogas, la violencia, el alcohol y otros delitos ocasionales. Hasta cuatro veces pasó por la cárcel antes de cometer alguno de sus asesinatos.
Su primer homicidio tuvo lugar en 2002, aunque no sería detenido hasta mediados de 2003. Tiempo suficiente para cometer un total de nueve terribles asesinatos. Meses de desasosiego que hacía que las mujeres no pudieran salir con tranquilidad por los barrios de Quito. Sus víctimas favoritas: las vendedoras ambulantes o indigentes, y según los diagnósticos, preferiblemente si tenían problemas de salud o mentales y si fueran de baja estatura.
A todas ellas las llamaba “Blanca”, y las decía que tenían 27 años, pese a que ocho de las nueve eran mayores de edad, lo que hizo a las autoridades investigadores pensar que estaba obsesionada con alguna persona que tuviera esos rasgos. A todas las violó y las estranguló, las mutiló sus genitales atando sus piernas abiertas a los arbustos.
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