“Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, quién no recuerda la frase de Neil Armstrong al bajarse del Apolo 11 y pisar por primera vez suelo lunar. Desde que el hombre comenzó a ver las estrellas, empezó a surgir una fascinación por desentrañar los misterios del cosmos. En la década de los 60, la carrera espacial le dio un enorme significado a nuestras capacidades como especie de entender que se puede superar cualquier límite, y hoy la misión es la misma: Ser universales.
Después de 50 años, la NASA se alista para regresar a la Luna con Artemis I y el ingeniero venezolano Carlos Tomás Mata se encuentra entre los genios que usan sus conocimientos para trascender allá donde hace varios lustros nadie imaginó. Contó a La Patilla todos los detalles sobre los avances de la operación espacial y qué representa para él esta importante labor. La espera está a punto de terminar y tienes un boleto para conocer su inspiradora historia. ¿Listo para despegar?
Carlos Tomás Mata creció en Cumaná y comenzó sus estudios en la Universidad Simón Bolívar donde se graduó como ingeniero electricista. Trabajó durante un año en Caracas, exploró y se preparó, aunque admitió que la formación fue más teórica. La práctica real de su oficio, lo esperaban en otro destino. Decidió darle otro giro a su vida, cambió la dirección de su nave y hace casi 30 años emprendió una nueva expedición hacia Estados Unidos para especializarse con un postgrado. Más adelante, quedó hipnotizado con todo el aprendizaje y decidió continuar en tierra norteamericana.
“Había tenido la suerte de ir a Estados Unidos, me gustaba mucho. En el área técnica había tenido la dicha de conocer la Universidad de la Florida. Me parecía una institución muy admirable y era un sueño de muchacho. En aquel entonces era simplemente lo que pensaba que quería ser (…) Me gustó bastante lo que estábamos haciendo y teníamos mucho trabajo en el laboratorio. Llevamos a cabo una investigación y los profesores me pidieron que me quedara para hacer un doctorado y fue lo que hice. Entonces, me quedé y terminé. Hice la maestría y el doctorado en la Universidad de la Florida en Gainesville”, relató.
Y su preparación en Venezuela, no solo le abrió las puertas a él, sino a varias amistades. “Cuando estuve trabajando ahí en la universidad, los profesores me preguntaron: ‘Carlos, ¿tendrás amigos con tu misma formación que quieran venirse para acá?’. Y terminaron viniéndose algunos de ellos durante mi estadía en ese laboratorio. Tres de ellos eran de la Simón Bolívar”.
Pero todo cambió en el momento que una visita lo hizo tomar un rumbo sideral. “Cuando estaba trabajando en el laboratorio de las descargas atmosféricas de los rayos en la Universidad de la Florida, llegó un grupo del Centro Espacial. Estaban probando unos equipos y haciendo unos experimentos y los ayudé. Ellos se sintieron muy agradecidos por mi apoyo y me preguntaron si quería ir a ver un despegue de un cohete en el Centro Espacial. Y cómo le dices que no a esas cosas, ¿verdad?”.
Curioso y ávido por presenciar lo que unos pocos pueden, se adentró con un grupo selecto de compañeros al lugar donde despegan los sueños, y una llama se encendió.
“Hay ciertas cosas que uno hace en la vida que te quedan grabadas, que te marcan y las recuerdas por siempre. Esa fue una de esas experiencias y recuerdo el momento en que estaba viendo el despegue, me dije: ‘Tengo que venir de alguna manera u otra. Tengo que venir a trabajar para acá’. En ese preciso instante, ya casi estaba terminando el doctorado. Fue donde se me ocurrió la idea y decidí buscar trabajo en el Centro Espacial”, detalló.
Carlos nunca imaginó que llegaría tan lejos, su sueño latía cada vez más y se dedicó sin descanso para materializarlo. Su esfuerzo comenzó a dar frutos, pues le dieron la buena noticia de que recibieron sus papeles y querían entrevistarlo para formar parte del equipo del Centro Espacial. “Me escogieron para llevar a cabo unos experimentos que había que hacer en el transbordador para tratar de resolver un problema que tenía en aquel entonces. Los resultados de estos experimentos podrían tener consecuencias buenas, como no tan buenas. Las consecuencias buenas eran que iban a prolongar la vida del transbordador espacial y seguir con las misiones. Las consecuencias no muy buenas eran que iban a cancelar el programa. Fue sumamente interesante lo que hicimos aquella vez”.
Asimismo, el venezolano compartió su honor por ser él el encargado de liderar los experimentos y a su vez, una experiencia increíble operar el aparato que le daría los resultados que tanto esperaban. El proceso era todo un reto, pero nunca tuvo miedo de intentarlo. Gracias a sus aportes, el venezolano obtuvo el mayor reconocimiento que otorga la agencia estadounidense: La Medalla de la NASA al Servicio Público Distinguido.
“Como un año después de haber concluido ese trabajo recuerdo que estaba en el aeropuerto de Orlando porque iba para una conferencia y estando ahí me llamó uno de mis supervisores y dijo: ‘Mira Carlos, imagino que no te has enterado todavía’. De verdad que me asusté cuando me llamó porque prácticamente no hablaba con él. ‘¿Es que no te has enterado del reconocimiento que te hicieron ahí?’. El susto se me pasó y me emocioné un poco. Le respondí: ‘De verdad no tengo idea de qué me estás hablando’. ‘Te acaban de dar el reconocimiento más alto que la NASA otorga a cualquier individuo’. Si te pones a ver este es un grupo muy selecto de personas”, recordó.
Su nombre en el galardón aparece junto a un selecto grupo de ilustrados como Charles Hard Townes, Carl Sagan, Riccardo Giacconi o Neil deGrasse Tyson, quienes de alguna manera han contribuido con la exploración del universo.
“La primera persona que le dieron esa medalla es considerado el padre de la navegacion inercial, lo que hizo posible que Apolo aterrizara en la Luna.. Ocurrió a finales de los 60. Entonces, significó un orgullo inmenso. Nunca he hecho ningún tipo de trabajo buscando algún reconocimiento. Lo he hecho porque es mi trabajo. Pero haber recibido ese reconocimiento en particular, significó muchísimo para mí. Valoré más las cosas que hacía y las realizaba con mucha más dedicación. Le tengo un agradecimiento inmenso al Centro Espacial”, agregó.
Luego de eso, Carlos continuó con sus sueños, decidió emprender y establecer su propia compañía. “Más o menos en el año 2015 se me metió esta cosa que se le mete a uno y comienza a pensar que a lo mejor si sales y haces las cosas por ti mismo, serán más interesantes. Y de verdad que sí, he tenido bastante suerte”.
Este venezolano ahora ha tenido el privilegio de trabajar con otras compañías comerciales, no solamente en el área aeroespacial como Blue Origin o SpaceX, sino también Northrop Grumman y Lockheed Martin. “De verdad que tenemos unos clientes que son excelentes. Pero también fuera del área espacial, todo lo que tiene que ver con plantas químicas, plantas de generación eléctrica. Ahora estamos comenzando a trabajar con el sector de Oil & Gas, que creo que ha sufrido bastante por las descargas atmosféricas a través de muchos años. Vamos a ver si podemos ayudarlos allí”.
Añadió que el trabajo nunca mermará ni se detendrá mientras ocurran descargas eléctricas constantemente. “Estoy en Florida, que es el estado con mayor incidencia de rayos en Estados Unidos. Esa es mi especialización, las descargas atmosféricas. Entonces, gracias a eso, mientras haya un rayo, creo que vamos a tener trabajo”.
Pero la meta de Carlos en la actualidad, es poder ver el programa Artemis cumplir con los objetivos planteados; su aporte es esencial para el éxito de la misión que busca llevar nuevamente al hombre a la Luna. Su contribucion con el programa de Artemis I comenzo en el 2007 cuando diseño el sistema de proteccion de descargas atmosfericas de la plataforma de lanzamiento del programa, ahora cancelado, Exploration. Sin embargo, ese fue el punto de partida para el proyecto que está hoy en boca de todos.
“Formé parte del diseño de la plataforma de lanzamiento de donde despega ahora Artemis y donde van a despegar las futuras misiones del programa de Artemis”, explicó.
“También tuve la suerte y el honor de diseñar todo lo que era el sistema de instrumentación de descargas atmosféricas, no solamente de la plataforma de lanzamiento, sino del vehiculo tambien, las que estan en el mobil launcher, en la torre del movil launcher, y en la vehiculo Orion. Ahí tenemos instrumentación para monitorear las cargas atmosféricas que también diseñamos nosotros. Artemis no llega a la plataforma de lanzamiento sin pasar por muchos otros lugares”, manifestó.
Y no acabó ahí, porque Carlos también estuvo involucrado en el Core Stage, que es el vehículo principal. “Ya había pasado por Stennis Space Center donde se prueban los motores y ahí también estuvimos nosotros envueltos, proveyendo protección al vehículo y ayudando a la NASA a concluir las pruebas en ese Centro Espacial. Así que hemos formado parte de muchas de las facetas del diseño de este vehículo hasta que llegara a la plataforma de lanzamiento. Actualmente, cada vez que el vehículo está en la plataforma también estamos colaborando, proveyendo servicios de monitoreo, ayudándolos a descifrar qué es lo que pasa con las descargas afuera y ahí con el vehículo en la plataforma de lanzamiento”.
Poner la misión en órbita, representa para Carlos y todo su equipo un honor. “He hecho muchísimas cosas aquí que ni en mi más remota imaginación se me pasaron por la cabeza. Pero esta zona es realmente increíble. Nosotros ahora mismo no sabemos a dónde nos va a llevar estos pasos que estamos tomando. No sabemos dónde vamos a estar en cinco, en diez, en quince años. Pero te puedo asegurar que en cada uno de esos años que vengan, me voy a sentir más orgulloso de toda la participación que he tenido en este programa”.
“Hace muchos años, fui a ver una presentación que estaba haciendo el director del programa del transbordador y en aquel entonces me acuerdo que él puso una presentación en la pantalla de unos vikingos. Él decía que nosotros éramos los ‘vikingos del espacio’. Pienso sinceramente que el programa Apolo de la NASA, corrió una suerte increíble porque había muchas cosas que no se sabían en aquel momento y hay mucha gente que dice que ellos dieron un brinco en el futuro. Hicieron los viajes que tenían que hacer y regresaron al pasado. Ahora hay una gran cantidad de conocimiento que nos ha permitido estar donde estamos y hace el programa de exploración del espacio mucho más sencillo, que ya de por sí bastante complejo”, aseguró.
El próximo lanzamiento del cohete Artemis I supone grandes desafíos, así como constantes cambios y Carlos es un erudito que lo anticipa muy bien. “Nosotros comenzamos a diseñar cosas que deben estar listas en diez años. Sabiendo que hay muchísimas otras que, número uno, no conocemos. Número dos, no vamos a tener conocimiento. Número tres, las pocas de las que tenemos en el camino, asumiendo que podamos aprender en el trayecto cambian”.
La experiencia le ha permitido evolucionar y aprender a tomar decisiones, siempre con la certeza de que sus diseños pueden presentar resultados imprevistos que alterarían significativamente el proceso de desarrollo. “Cuando comenzamos a diseñar la plataforma de lanzamiento, el sistema de protección de rayos por la plataforma 39B, estábamos trabajando con una familia de vehículos que no se parecen en nada al SLS y sabíamos que eso era una posibilidad, teníamos que tratar de diseñar”, resaltó.
Mata es un ingeniero admirable, comprometido, audaz y noble. Por sus pensamientos nunca se cruzó la idea de alcanzar el éxito que ha cosechado hasta el momento. Sin embargo, es consciente de que no es el mismo joven temeroso que transitaba el pueblo de Cumaná. Ahora, sus conocimientos son sólidos y se proyecta con nuevas hazañas en la profesión que le apasiona.
“El Carlos que estaba entrenando evoluciono muchisimo. Era un muchacho que estaba sumamente asustado y nervioso porque salía de su casa donde se había criado en Cumaná, tenía todos sus amigos, conocía la zona de arriba a abajo y llegó a Caracas, a Sartenejas, donde frecuentaba con dos o tres personas que también venían de Cumaná y era como le decían allá en la Simón Bolívar, un nuevo. Era un ambiente muy intimidante en aquel entonces. Lo que me preocupaba era poder hacer lo que debía en la universidad. Y no sabía que lograría las cosas que he hecho y las que haré también, porque no he terminado todavía”.
Formar parte de un equipo multidisciplinario es un gran compromiso que Carlos asume con orgullo. Cada paso que ha dado será el legado que sellará el futuro de todos aquellos que luchan por cumplir sus sueños. Está hecho de experiencias y la clara enseñanza de motivación para los venezolanos es que luchen por alcanzar sus metas, con la esperanza de que los logros serán sorprendentes.
“Hace 8 años regresé a Cumaná. Papá estaba enfermo y fuimos a la misa. Antes de terminarla, la muchacha que tocaba el piano en el coro le pidió un permiso al padre para traer a alguien al altar que quería presentarle a la comunidad y era una gran cantidad de niños que estaban preparándose para tomar la primera comunión. Me dijo: ‘Carlos, ellos no te conocen y me gustaría que le dijeras unas palabras’. Eso me agarró fuera de base por completo. Les dije: ‘Hace unos 25 años estaba sentado en el mismo lugar que ustedes y nunca me hubiera pasado por la mente que iba a lograr lo que he conseguido hasta el día de hoy. Mi mensaje es que tienen que soñar y en grande. No de lo que creen que pueden ser, sino lo que quieren hacer. Porque cuando usted sueña en grande, puede llegar muchísimo más lejos. Aunque no cumplan sus objetivos, estarán más cerca si lo intentan”.
Aunque el futuro es incierto, Carlos aspira a poder expandir su área de trabajo a otras industrias para enfrentar las dificultades que se presentan por las descargas atmosféricas. “Es una ley que no tiene regulación donde se han metido una gran cantidad de compañías y gente que vende cualquier tipo de aparato prometiendo que funciona y que hace milagros”.
Acotó que seguir envuelto en su área de especialización y en el programa espacial es parte de lo que le gustaría continuar para ayudar tanto como sea posible. Y para este cumanés, sus raíces lo son todo y recuerda con cariño un pedacito de su rincón oriental, curiosamente, a través del gusto.
“Extraño muchísimo, no solamente la reina pepiada, las arepas. Las naiboas que vendían en la carretera de Cumaná, Puerto de la Cruz, son una de las cosas más sabrosas que yo he probado en mi vida, y eso si tengo decenas de años sin probar (…) Las cachapas que vendían también, los lebranches que vendía por allá en Boca de Uchire, hasta el cochino frito. Son recuerdos muy lindos y el paladar mío tiene una memoria mejor que la que tiene mi cerebro. Esas cosas las recuerdo de verdad como si fueran ayer”, puntualizó.