La imagen de una lujosa posada construida sobre un minúsculo islote de arena blanca que emerge del mar al oriente venezolano, circuló con frenesí por redes sociales a comienzos de 2022, hasta el punto de que fue adoptada como una evidencia más de que Venezuela “se arregló”, como sostiene el lema que cierto sector empresarial ha coincidido en impulsar con el gobierno de Nicolás Maduro.
La nueva instalación vino también a reforzar la percepción de que el turismo de lujo tiene una nueva meca en Venezuela. Construida en medio del Parque Nacional Mochima -un sistema de islas escoltadas por una franja montañosa que conecta a los estados Sucre y Anzóategui, que se extiende a casi 95.000 hectáreas y fue creado en 1973-, vino a sustituir en el lugar a las
ruinas de una casona que tenía por lo menos 15 años de abandono y que, en fotos viejas, exhibía sus columnas corroídas con las cabillas y los ladrillos al descubierto, las paredes pintadas de un antiguo blanco y el segundo piso sin techo.
Hoy se llama Posada Isla Piscina. Se hizo en tiempo récord, y su fachada high-end emula la tendencia en turismo de estructuras que busca armonizar lo natural y orgánico con el lujo. El emplazamiento, único e inimitable, preserva su exclusividad con tarifas que oscilan entre 400 y 700 dólares la noche, según indica un presupuesto solicitado. El pujante enclave, sin embargo, revela otra mezcla ya clásica del turismo VIP venezolano en tiempos del chavismo-madurismo: la construcción en áreas protegidas por la ley ambiental y una trama opaca sobre quiénes se benefician del negocio.
La marca comercial de la propiedad es Isla Piscina Posada & Boutique y funciona desde 2021, aunque “el proyecto llevó unos cinco años aproximadamente siendo procesado, hasta que se logró cumplir con todo el protocolo para su aprobación y creación”, dijo a Armando.info el arquitecto y productor creativo, Said Jihad El Jaouhari Yauhari, socio fundador de Astylar C.A., un estudio de arquitectura con sede en Lechería, estado Anzoátegui.