“Lo sentimos mucho, no podemos recibirlos”, dice un cartel escrito a mano en la puerta del albergue ‘Pro Amore Dei’, en una zona de calles empinadas en Tijuana. “No hay espacio”. El aviso podría estar colgado en la entrada de cualquiera de los más de 20 centros de acogida para migrantes de la ciudad. Tijuana, una población fronteriza acostumbrada a los foráneos, es también un lugar lleno de albergues. En estos días, sin embargo, el espacio ya no alcanza.
Por DW.com
Según cifras oficiales, el gobierno de México ha recibido más de 120.000 solicitudes de refugio este año, una cifra récord, mientras que las autoridades habían identificado hasta octubre a más de 228.000 personas transitando de forma irregular por su territorio. La mayoría de migrantes que recorren el país rumbo a Estados Unidos proceden de Centroamérica y el Caribe.
Algunos de ellos han acabado en albergues como este en Tijuana, en el estado fronterizo de Baja California. Sin perspectivas y sin recursos, aunque afortunados, pese a todo, por haber conseguido llegar con vida hasta las mismas puertas de Estados Unidos tras recorrer un camino plagado de amenazas. “Cuando uno sale de su país viene sufriendo. Durmiendo en el monte. Algunos días comiendo, algunos días aguantando el hambre”, dice María del Carmen Garza, una hondureña de 49 años que entró a México en marzo de 2021, según cuenta, viajando en un camión repleto de gente.
Ahora espero por una segunda oportunidad para llegar a Estados Unidos. El primer intento, que realizó por Tamaulipas, en la costa este mexicana, salió mal y las autoridades migratorias estadounidenses la retornaron a México. María del Carmen Garza salió de Honduras huyendo de la desolación y la pobreza que dejaron los huracanes Eta e Iota en 2020.
Huir de la violencia
Otras mujeres, como Sandra Zuñiga, escapan además de la violencia. “El motivo por el que salí de mi país fue una amenaza de pandilla”, dice esta salvadoreña de 37 años. “Vengo con mi hijo. Nos amenazaron de muerte y aún estamos acá. Yo ya tengo siete meses acá, esperando a ver si me dan permiso para pasar a Estados Unidos. O asilo”. dice.
La violencia es una constante en la historia de muchos migrantes. A Tijuana, una de las principales puertas de entrada a Estados Unidos, llegan también desplazados internos huyendo de las bandas criminales en el mismo México. “Vengo de sufrir un atentado contra mi familia”, cuenta Julio Arteaga, que ya estuvo siete años en Estados Unidos y que volvió a su Michoacán natal a poner un negocio, hasta que empezó a ser extorsionado. Tras negarse tuvo que huir para salvar la vida.
De Michoacán también es Rafaela Saavedra, de 37 años, que escapó con sus cinco hijas después del asesinato de su suegro y la desaparición de su pareja. Los cárteles de la droga, cuenta, se disputan violentamente las plazas en esa región. “Es imposible regresar a nuestro lugar de origen”, lamenta. Saavedra espera, en el albergue ‘Pro Amore Dei’, una respuesta a su solicitud de asilo.
“Hemos visto un incremento de personas que buscan protección internacional, personas refugiadas, que han estado movilizándose en movimientos mixtos, junto a personas migrantes. Es un flujo que se incrementa año tras año, mes tras mes”, dice a DW Dagmara Mejía, jefa de la oficina de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Baja California. Mejía cree que el constante incremento en el flujo migratorio de la última década continuará acentuándose. “No vemos por qué pararía, teniendo en cuenta que las razones que generan la movilización de las personas siguen en pie, por la situación de Venezuela, de Nicaragua, de Haití”, señala.
Regreso del programa ‘Quédate en México’
A Tijuana llegan cada vez más desplazados internos, constata también José María García Lara, que dirige desde hace una década otro de los albergues de la ciudad, ‘Movimiento Juventud 2000’, donde da cobijo a más de 100 personas. García Lara espera que la situación se agrave en las próximas semanas con la reactivación del controvertido programa “Quédate en México”, implementado por primera vez en 2019 por la administración de Donald Trump.
Fila frente al pase fronterizo San Ysidro, entre México y Estados Unidos.
La base del programa es un acuerdo bilateral que permite a Estados Unidos devolver a México a migrantes que hayan cruzado la frontera desde ahí, mientras se resuelve su solicitud de asilo en procesos que pueden durar meses. El programa fue suspendido por Joe Biden tras su llegada al poder, pero la Casa Blanca lo ha retomado a comienzos de diciembre de 2021 por orden judicial. Como hizo entonces con Trump, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se ha comprometido a recibir y atender a los deportados por motivos humanitarios.
Peligros en la frontera
La experiencia previa con el programa, sin embargo, preocupa a García Lara. “Los que recibimos a todas esas comunidades en 2019 fuimos los albergues”, dice. Y muchas de esas personas que se quedan sin una plaza en los centros de acogida son especialmente vulnerables. “En las zonas fronterizas de nuestro país la realidad es que mucha gente que llega, que no conoce la zona, está muy expuesta a problemas de inseguridad y de abusos”, agrega.
“Lo que advertimos es que estas personas estaban viviendo en condiciones muy precarias y estaban siendo víctimas de una serie de delitos”, lo secunda Soraya Vásquez, subdirectora de la ONG ‘Al otro lado’. “Hay documentados más de mil casos de extorsiones, por ejemplo. También vimos muchos casos de secuestros”, lamenta.
Vásquez también ve un nuevo incremento en la llegada de migrantes, por las duras crisis en los países centroamericanos y los devastadores efectos de la pandemia. En las últimas semanas han vuelto a salir caravanas desde Tapachula, la ciudad del sur de México donde las autoridades intentan contener a los migrantes procedentes de Centroamérica y otras regiones del continente. Recientemente el gobierno también está reubicando a personas en otras ciudades del país, para aliviar la crisis migratoria en Tapachula.
Muchos, sin embargo, ya han conseguido llegar y asentarse en Tijuana, aunque los albergues estén llenos. En El Chaparral, un conocido campamento de migrantes ubicado muy cerca del pase fronterizo estadounidense de San Ysidro, viven en condiciones precarias cientos de migrantes que esperan a su oportunidad de cruzar la frontera. “En cualquier momento vamos a estar en Estados Unidos”, dice esperanzado Jeber Urbina, hondureño de 25 años.