Quien no vive la crisis humana que padece Venezuela en propia carne, poco podrá comprender el amargo destierro que ha tenido la esperanza en el corazón de cada venezolano. Es así, que cuando viajo en metro -espacio que refleja la indiferencia de quienes gobiernan y quienes en apariencia se oponen- se puede escuchar la rabia, la tristeza y la impotencia de una ciudadanía, en la que se supone reside la soberanía del poder.
La catarsis ya no es necesaria en la tierra que vio nacer a Francisco de Miranda. Pareciera que el ejemplo de su gesta o la herencia de su obra intelectual, poco importa al momento de una obligatoria cita de su acción política. Y así como se ignora a Miranda con el desenfado propio de quienes se escudan en la emergencia que exige soluciones pragmáticas, también se desconoce la historia más reciente, inclinando nuevamente la balanza hacia el reciclaje de errores ya cometidos.
Hoy estamos presenciando la nueva versión de una película cuyo final hemos visto en no pocas oportunidades. Por ello se hace necesaria una profunda reflexión, en quienes hoy llevan a sus espaldas la responsabilidad histórica de conducir adecuadamente los esfuerzos para desplazar del poder a los arquitectos del desastre político, económico y social del país, y finalmente transformar positivamente a la nación que todos merecemos.
He dicho en incontables ocaciones que no debemos esperar que el gobierno facilite la vía electoral, es todo lo contrario, el gobierno dinamitará toda iniciativa democrática que busque legitimar y unificar al liderazgo de oposición. Esto se debe fundamentalmente a que los representantes de las diversas mafias de extracción de oro, coltán y otros minerales, sumados a los grupos irregulares que viven del narcotráfico, secuestros, extorsión y de otros tantos negocios que subyacen al interés de “la plata fácil”, presionarán para evitar a cualquier costo, la posibilidad de tener condiciones mínimas de competencia, ya que recibirían una somanta histórica de votos por parte de esa Venezuela que aborrece los antivalores, a sus representantes enquistados al poder central y a las consecuencias de sus operaciones de corrupción.
Frente a este contexto, surge inevitablemente la pregunta del ciudadano ¿Es posible que logremos derrotar al madurísimo?, la respuesta es, sí. Pero para ello debe comprenderse con suficiente claridad, que los eventos electorales son escenarios en donde el autoritarismo está consciente que podría ser derrotado (…) Si y solo si, quienes nos oponemos, logremos construir una coalición electoral con espíritu de contribución recíproca para la lucha, desarrollando una línea discursiva poderosa que genere conciencia colectiva en la importancia del rol ciudadano dentro de las luchas sociales, es decir, no debe percibirse que la lucha es solo atribuible al sector político, sino que el actor principal, es el ciudadano.
Sumado a ello, la actuación del liderazgo opositor debe inscribirse en una agenda de desprendimiento de intereses, lo que implica un gran nivel de madurez que impulse con fuerza una coalición político-electoral alrededor de una figura libre de proscripciones por parte de la agenda antidemocrática del autoritarismo; y que a su vez, se acompañe del verbo unificador de los principales liderazgos opositores, promoviendo la construcción de un gran Pacto por la Reconstrucción de Venezuela en donde el respeto, la ética, la solidaridad y el espíritu de cuerpo sean la punta de lanza de la acción, sin apartarse de la iniciativa de elección primaria, independientemente de los obstáculos que el enemigo vaya colocando. Este conjunto de acciones, con sus respectivos niveles de organización y disciplina social, traerá como consecuencia una disposición ciudadana a invocar el fenómeno de movilización en la participación, acompañamiento y defensa de la voluntad colectiva. Todo espacio útil que fortalezca el criterio de unificación debe ser abordado.
No es un dato menor saber que Miranda libró batallas en cuatro ejércitos, y que sus mayores logros fueron en el campo de la diplomacia, siempre anteponiendo lo humano sobre las armas. Su meta principal era la libertad absoluta y la alternabilidad de poder en Venezuela. Invocar su sabiduría en estos momentos infaustos que vive nuestra patria es entender que “El tamaño de nuestro éxito será del tamaño de nuestro esfuerzo”