En cuanto a infraestructura, las calles de Caracas en nada se parecen a lo que se apreciaba en los años 2017 o 2020, cuando la crisis económica dejaba una huella visible, pero no la imagen actual: espacios públicos sin alumbrado, vías deterioradas y una escena deprimente acompañada de basura por doquier.
En medio de esa basura hurgan a diario algunas personas en busca de alimento, un fenómeno que hacía tiempo los venezolanos no veían. Hoy, aunque Caracas se ufana de ser una ciudad “más próspera” y con signos de recuperación, se observa de nuevo gente en la calle buscando en los desperdicios y hasta esperando las sobras de panaderías o almuerzos solidarios en iglesias.
A cualquier hora del día se puede observar a niños y adultos destapando bolsas en la calle, sobre todo en el municipio Libertador donde la recolección de desperdicios si bien es constante, no ocurre como en Chacao o Baruta, municipios en los que las autoridades evitan la concentración de la basura y de personas buscando en ella, especialmente porque en estos sitios se concentran los restaurantes más lujosos de la ciudad.
Los principales locales y cadenas de comida evitan que las personas busquen en sus desperdicios, pero, hay panaderías o locales pequeños que entregan diariamente algo de comida a los más necesitados.
A las afueras de Caracas, el dueño de una panadería le narró a EL TIEMPO cómo por las noches llegan al menos 20 personas (pueden ser más) esperando los panes que quedaron del día.
“En el transcurso del día llegan personas pidiendo, las anotamos y al final de la tarde lo que va sobrando se lo vamos dando”, cuenta el dueño que prefirió mantener el anonimato, pues los organismos de seguridad siguen con detalle estas prácticas para evitar que se masifiquen.
A veces en esta panadería hacen “convenios” con otros establecimientos cercanos, juntan comida y preparan cenas.
“Lleva algo de comida en esa basura”, esta es una de las frases que suelen repetir quienes están en los basureros esperando tener “suerte” para conseguir alimentos en buen estado.
En el centro de Caracas varias pastelerias y panaderías esperan al final de la tarde y lo que no se vende, lo regalan. “Preferimos dar lo que queda, siempre vienen muchachitos de 12, 13 o 14 años, descalzos, a pedirnos algo. Si ese día sobra, se les da”, narró una empleada, pidiendo el anonimato por temor a sanciones gubernamentales.
José, un padre de familia, dice que “de vez en cuando” sale con su hijo a ver si encuentran algo. Le dio vergüenza que lo vieran entre los desperdicios y solo comentó que no tiene una profesión ni un trabajo fijo. “Solía pintar casas, pero ya de eso no sale mucho trabajo”, dijo.
Aunque los anaqueles están llenos y en el recuerdo quedan esos estantes vacíos de los años 2014 y 2015, el poder adquisitivo sigue en picada y la inflación repuntando.
Los cálculos del Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) arrojaron que para mayo la inflación fue de 7,6 por ciento, la inflación interanual 458 por ciento y la inflación acumulada 84,9 por ciento.
Todos los días en la iglesia católica San Miguel Arcángel, en la zona popular de El Cementerio, en la capital venezolana, los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, reparten almuerzos a unas 120 personas.
La mayoría son adultos mayores, dice el padre Wilfredo Corniel, párroco de la iglesia. “Siempre preparamos 300 comidas porque aunque vienen 120 o 150 personas, siempre se les da para que lleven a sus casas”, relató el sacerdote, quien a través de donaciones logra preparar las comidas.
Según la última Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de la Universidad Católica Andrés Bello, el 2022 cerró con una pobreza de 81,5 por ciento de la población, lo que se traducía en que a 8 de cada 10 venezolanos se les dificultaba adquirir la canasta básica de alimentos.
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El salario mínimo oficial en Venezuela es de 5 dólares mensuales, con algunas bonificaciones del Estado puede llegar a 40 dólares, pero la canasta de alimentos supera los 400 dólares.