Con la cabeza gacha y la mirada hundida en el piso de tierra panameña después de atravesar la selva del Darién, Víctor Rodríguez y Yiliberth Marín deciden si deberían hacer una llamada. ¿Cómo marcar el teléfono que levantarán en Bogotá y pronunciar las palabras: ‘Madre: perdimos a Ruth en medio de la selva?’ ¿Cómo explicar que sigue desaparecida y que con ella se fue también Mailon, el perro con el que migraban? Llevan un día preguntándose si será mejor avanzar en silencio mientras la encuentran. Tienen demasiado dolor para aventurar una respuesta.
Es una mañana de finales de mayo en la comunidad de Bajo Chiquito, el primer poblado al que llegan miles de migrantes después de salir de la selva densa que separa a Colombia de Panamá. Están agotados, magullados, caminan lento, pero necesitan hablar, desahogarse. Muchos cuentan de la chica con un mechón de pelo azul y su perrito, a los que arrastró el río. Dicen que ella se lanzó a rescatarlo y la creciente los arrastró a ambos. Comparten el dolor y también el alivio de saber que no fueron ellos. Pero tienen la certeza absoluta de que pudieron serlo. De esa selva, lo sorprendente es salir con vida.
En un rincón del pueblo, bajo un parasol raído de color azul, Víctor, el esposo de Ruth y Yiliberth, su hermano, recuerdan el momento en que el río se creció y truncó su sueño de encontrar una vida mejor, ese instante sobre las 4 de la tarde en que la corriente se llevó a Ruth Marín, que no soltaba a su perro Shitzu. Los tres salieron desde Colombia el 19 de mayo con la ilusión de una mejor vida. Ella, de 35 años y nacida en Caldas, vendió una ferretería que tenía en Bogotá, y se lanzaron a la ruta que han hecho 377.000 personas en los últimos 12 meses. En las últimas fotos que publicó en redes, se la veía con trenzas, en una lancha y con su infaltable perrito.