La informalidad es el común denominador de la economía venezolana, con prácticas que se han naturalizado tras décadas de descontrol y desinterés por parte de Gobiernos que han permitido —y en ocasiones promovido— la proliferación de negocios al margen de las normas.
Los buhoneros forman parte de la cultura caraqueña. Sitios icónicos de la ciudad, como el bulevar de Sabana Grande o las calles de La Hoyada, han tenido siempre la presencia de vendedores ambulantes con sus sábanas desplegadas.
A pesar de que esta práctica se hizo tendencia hace décadas y nunca se contuvo, dejando a Venezuela con altos niveles de informalidad durante muchos años, la crisis económica que inició en 2014 provocó que el producto interno bruto (PIB) se redujera 80%, lo que provocó una masiva pérdida del poder adquisitivo de los ciudadanos y arrasó con la clase media venezolana, que quedó sumergida en la pobreza con salarios de hambre.
Este auge de la informalidad, que creció especialmente entre 2020 y 2021 por un efecto combinado entre la crisis y la pandemia, generó también nuevas formas de buhonería.
En algunos casos, las sábanas o tapetes pasaron a ser butacas; las puertas y maletas de un vehículo hacen las veces de estantes. Ahora esa clase media que tenía ingresos suficientes como para comprar vehículos de concesionario hace 10 años, se ve en la obligación de usarlos para vender en la calle, entregando su suerte a lo que pueda comerciar cada día.