En los llanos venezolanos, los búfalos se convirtieron en una oportunidad para cientos de familias desde 2015, cuando las precariedades económicas comenzaron a sentirse con más fuerza.
“La gente que tardaba seis meses para poder vender un becerro y recuperar la inversión, se dio cuenta de que si ordeñaban una búfala hoy, mañana vendían el queso y pasado mañana tenían la plata para el sustento”, explica Rodrigo Agudo, presidente del Instituto Venezolano de la leche y la carne (Invelecar).
Fue así como, según Agudo, los trabajadores agropecuarios comenzaron a cambiar sus animales por ganado bufalino.
Un 97 % de los búfalos del mundo están en Asia, de acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En América se concentra apenas 1 % del rebaño, pero Venezuela es – junto a Brasil- el país con mayor número de estos ejemplares en el continente, con unos 3 millones de individuos, según datos oficiales.
El crecimiento ha sido vertiginoso, pues en 2010 apenas se contabilizaban unos 500.000 búfalos en la nación petrolera.
El búfalo fue introducido en Venezuela hace unos 90 años, destaca un documento de la Universidad de Los Andes. Ese estudio destaca que “no fue hasta la década de los 70 cuando comienza su relevancia como especie de interés zootécnico en la producción de proteína animal”.
Animados por la rentabilidad y por la fácil adaptación del rebaño al trópico, unos 30 mil ganaderos en Venezuela trabajan con este animal, según la Asociación de Criadores de Búfalos.
“Nosotros estamos en sabanas inundables, en la zona centro sur del estado Cojedes. Esas tierras se inundan cada cierta parte del año en invierno; y el búfalo no se atrasa, no se enferma y sigue engordando”, detalla David Molinos, fundador de la hacienda El Pilar, en el centro del país.
Y aunque la carne del búfalo no tiene mayor popularidad entre los paladares venezolanos, es la leche su principal atractivo. Por eso, desde 1995, Molinos y su familia fabrican diferentes variedades de quesos de búfala: manchego, pecorino, mozzarella, entre otros.
“Para un litro de queso llanero, se tienen que utilizar -aproximadamente- 8 litros de leche de vaca. En el caso de la búfala, con buen rendimiento del lechero, podemos tener ese mismo queso con cinco litros”, agrega Molinos.
No en vano, esa misma ventaja que da recuperar la inversión económica con facilidad, trae también una consecuencia que preocupa al gremio: la producción de quesos sin controles sanitarios.
“Lo que tienen es que apoyar a ese ganadero artesano con buenas prácticas de ordeño, con buenas prácticas de manufactura para sacar un queso inocuo”, advierte Agudo.
Los criadores de búfalo del país también desarrollan un plan de mejoramiento genético con miras a seguir multiplicando el rendimiento de esta especie.