El vértigo impacta los sentidos cuando la altura domina la escena. Pero para los comensales de Altum, el exclusivo restaurante que viene a imponer otra moda de extravagancia y lujo en Venezuela, la aventura es tener la ciudad a los pies.
Rozar las nubes a 50 metros del piso en una ciudad que está a unos 900 metros sobre el nivel del mar ofrece una panorámica digna de Instagram. Y eso que al valle de Caracas lo rodea un cinturón de miseria, no siempre fotogénico, que se pierde por el sur, este y oeste. Porque resulta evidente que la desigualdad desde lo alto se percibe de manera diferente y que la metrópolis todavía aloja una burbuja de recuperación y optimismo, siempre ante la incertidumbre de si va a estallar.
Para quien lo quiera disfrutar y pueda pagar: en Altum, en un terreno de la sexta avenida, entre tercera y quinta transversales de la urbanización Altamira, en el noreste de Caracas, hay seis horarios para el ascenso, o seis turnos de servicio, todos los días de la semana. La experiencia, de altura, dura una hora y 20 minutos, diseñada para 25 comensales como máximo, ubicados en el borde externo de la estructura, reclinados en sus sillas, mientras que dos bartender, un chef principal, dos auxiliares de cocina, y un DJ y animador están en el punto medio del área. A todos se les ofrece barra abierta, música en vivo y un menú gourmet internacional a cuatro tiempos que inicia con un abrebocas, al que le siguen la entrada, el plato principal al grill y el postre.
La novedad, entonces aún sin abrir al público y en etapa de prueba, llamó la atención de muchos medios venezolanos. Su propietario dio la cara en una virtual gira de prensa, una campaña abrumadora que buscaba disipar cualquier duda sobre la legitimidad del negocio o la seguridad de su propuesta, más afín al parque de atracciones. Parecía que el ruido y, tal vez, otra vez, la altura, impedirían distinguir las disputas más terrenales que se cernían sobre el emprendimiento.