El significado de dictadura no es tan claro como parece. El concepto tiene zonas grises. Lo que está claro es que no admite el pensamiento libre
Hace un tiempo el informe Democracy Index (Índice de democracia), publicado por Economist Intelligence Unit (la Unidad de Inteligencia de The Economist) sorprendió al informar que más de 2000 millones de personas viven sometidas por un régimen autoritario. En más de 55 países, el ciudadano está imposibilitado de ejercer derechos, sujeto al poder de un partido, o a la voluntad única de una persona que dirige a capricho.
El significado de dictadura no es tan claro como parece. El concepto tiene matices y zonas grises. Lo que está claro es la negación de la democracia, el desgobierno y la anarquía. La supresión de derechos humanos y la subordinación ciudadana a la voluntad despótica e injusta. También la ausencia de separación de poderes y el control artero de los medios de comunicación.
Está la estructura militarista en el ejercicio del poder y el culto a la personalidad del líder. No hay dictadura sin dictador.
Por la historia dejaron impresa su huella autoritaria Julio César, Robespierre, Napoleón, Mussolini, Franco, Stalin, Hitler, Husein, Gadafi, entre muchos otros. Cada uno impuso su estilo de arbitrariedades, abusos, violaciones y atrocidades. En fin, de crímenes de lesa humanidad.
El ser humano es libre de pensar como quiera y parezca. Pero cuando ingresa a una sociedad que impone limitaciones a esa libertad, lo hace con pleno albedrío de renunciar voluntariamente a determinados derechos en función del objetivo superior de esa comunidad. Es el caso, por ejemplo, del que decide sacrificar su libertad de acción, como sucede con quienes integran instituciones que demandan obediencia jerárquica.
En las fuerzas militares la subordinación es clave para el cumplimiento de sus funciones en defensa de la colectividad. Mal funcionaría un ejército si cada oficial tuviera que convencer a subalternos sobre la observancia de cada orden. Por eso el nivel de responsabilidad al dar y cumplir órdenes, aumenta con cada rango. Un general no puede ordenar solo por serlo. Su experiencia, estudios, conocimientos le permiten tener una visión más amplia de aquellos a los que comanda, cada uno de los integrantes de la llamada “línea de mando”.
En la religión la obediencia no es parte de una estrategia de acción, sino un acto de humildad, de cesión personal del individuo que se dedica al servicio de Dios y, como muestra de su voluntad, acepta el mandato del superior.
Pero el pensamiento sigue siendo libre. El teniente puede estar en desacuerdo con la orden del mayor, así como el sacerdote con el mandato del obispo. No obstante, surge un problema cuando la discrepancia emerge de un mandato que va contra las convicciones del individuo.
Ser militar, sacerdote, policía, bombero no es acto de fuerza. Un padre no puede imponer el ingreso de su hijo en una orden religiosa o convento. El sacerdote que no ejerce a cabalidad su trabajo de guía moral, comete actos lascivos y pederastia, debe ser juzgado, sancionado y echado de la Iglesia. El militar desobediente debe ser retirado de la institución militar.
Más allá, ningún jefe puede ordenar eventos que vayan contra leyes y conciencias, ni tampoco tolerar violaciones a los derechos humanos por parte de sus superiores.
Cuando un subalterno acepta cumplir una orden inmoral e ilegal, no puede alegar obediencia a su favor. Se convierte en cómplice.
Quienes privan de libertad sin cumplimiento de los requisitos legales, torturan y asesinan, son culpables, encubridores de los que ordenaron delinquir, y, cometen delito que se agrava por proceder de un funcionario que jura cumplir y hacer cumplir la ley. Además, se instituye de inmediato una colaboración criminal.
En Venezuela de estos últimos años, son delitos que se cometen casi a diario; apuntan al cerebro reptil, despiadado, para convertir a jueces y fiscales en incondicionales que solo dicen sí al tirano. Y convierten las injusticias en sentencias o silencios criminales. Hoy más de 250 venezolanos son víctimas de quienes deben defender sus derechos.
Pensar libre y como quiera es libertad. La censura de medios, redes sociales, testimonios y pareceres, es delito anticonstitucional y antihumano. La dictadura, cualquiera sea su orientación, lo es porque no tolera la libertad de pensar. El absolutismo autoritario tiene lo que una democracia jamás se permitiría: presos y exiliados por sus ideas, torturados por pensar diferente, víctimas de la aplicación de la justicia a conveniencia.
Pero, hay factores que favorecen la dictadura. Obediencia y sumisión ciegas a una autoridad es posible únicamente cuando el ciudadano renuncia a la crítica, al libre pensamiento, a la independencia. Y, debilitado por el temor, inseguridad e impotencia, busca apoyo y salvación del mismo modo que un niño ingenuo confía en el padre y lo envuelve en un aura de mitología creyendo en sus promesas. La posición del dictador, en su borrachera de poder, sería inconcebible sin el apoyo de sus subordinados.
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