Para que vuelva la fe en el voto, hay que alentarla con una estrategia que incluya el voto, pero no se limite al mismo. ¿Dará la oposición ese gran paso?
Las elecciones regionales y municipales del domingo pasado fueron un cierre apropiado para la campaña comicial de 2021, otro de tantos capítulos en la historia de nuestra decadencia nacional. Finalmente, y a pesar de todos los pretendidos diagnósticos de una mejora en las condiciones, la jornada estuvo plagada de las mismas trapisondas de costumbre: puntos rojos, centros de votación que permanecieron abiertos por encima de lo debido, violencia contra opositores, etc.
Tal vez previendo lo que se venía, y considerando las expectativas mínimas de beneficios discutidas previamente en esta columna, la inmensa mayoría de los electores prefirió no acudir a las urnas. Como ha ocurrido en todas las elecciones a partir de 2018, la abstención fue enorme.
Un lugar común de los políticos en las secuelas de elecciones es “El país ha hablado” o “El país ha enviado un claro mensaje”. Curiosa claridad, ya que las interpretaciones del mensaje terminan siendo muchas, por lo general a conveniencia del exégeta y, si el resultado no le es favorable, con poca o nula mea culpa.
Yo diría que el mensaje mayoritario no está en ninguno de los rectángulos del tarjetón. Está paradójicamente en el silencio. En la omisión del sufragio. La abstención expresa la abulia colectiva del venezolano para con los asuntos públicos. Es lo que he llamado la “despolitización» de las masas.
Los ciudadanos están profundamente descontentos con la crisis política, económica y social, consideran que el régimen es el gran responsable, quieren un cambio político… Pero no ven que la dirigencia opositora sea capaz de lograrlo. Así que se frustran y prefieren replegarse a sus actividades privadas, entre la huida o la adaptación a una realidad que detestan, pero cuya transformación para bien es vista por los momentos como imposible.
La despolitización de esta gigantesca base opositora (la considero opositora no porque milite en equis partido sino por el sencillo hecho de que se opone al statu quo chavista) va de la mano con la desorientación de la dirigencia disidente. Lo vimos en 2018, luego de que la MUD demostrara en el fiasco de las regionales del año anterior que sus destrezas se limitan a la movilización electoral. Una vez que los últimos vestigios de competitividad comicial fueron eliminados, y de que se impusiera como regla tácita que la ocupación de espacios como gobernaciones y alcaldías por políticos ajenos al PSUV estaría condicionada a que los mismos no sean usados como hervideros de oposición activa, los talentos de la MUD que tanto sirvieron para conquistar la Asamblea Nacional en 2015 se volvieron inútiles en la causa por la restauración de la democracia. De todo eso se dieron cuenta los ciudadanos. No en balde 2018 fue uno de los años de mayor desmovilización opositora.
Viendo el camino electoral bloqueado, la MUD optó por métodos divorciados del juego en el que el chavismo es jugador y árbitro a la vez. Esto fue el ascenso de Juan Guaidó, seguido por una rápida recuperación de la fe masiva en la dirigencia. Pero cuando esta estrategia también se estancó, la decepción y el hastío regresaron.
Pasaron así dos años más, al cabo de los cuales la MUD admitió que su plan rebelde no estaba yendo a ninguna parte. Pero en vez de redoblar esfuerzos en el desarrollo de un plan nuevo, volvieron a una vía electoral que seguía obstruida. Y lo hicieron sin una estrategia de movilización que trascienda el mero acto de votar. Sin decirles a los ciudadanos qué hacer aparte de ir a los centros de votación.
Como era de esperarse, este giro de 180 grados, luego de un trienio asegurando que no se podía acudir a las urnas hasta tanto no se rescate el sentido del voto, generó confusión y no mucho entusiasmo. Pero, volviendo a la falta de mea culpa en la interpretación de “El país ha hablado”, no vemos, entre los defensores del votar como sea, un reconocimiento de que este mensaje no cala en la ciudadanía. Pienso por ejemplo en Henrique Capriles, quien a pesar de las cifras negó expresamente que “la abstención fue la gran ganadora”.
Pero no ocurre solo entre dirigentes. Por mis interacciones propias, puedo decir que algunos de los ciudadanos comunes que siguen con mayor devoción a la MUD están en la misma onda. Triste ironía: recuerdo que estas personas en 2018 cuestionaron con furia a Henri Falcón por sus argumentos de que hay que votar en toda circunstancia; ahora están usando los mismos alegatos del exgobernador de Lara, palabras más, palabras menos.
Están en negación. Por tomar prestada la terminología psicológica del Modelo de Kübler-Ross sobre las etapas del duelo, se niegan a creer que ha muerto la fe del ciudadano en el voto para dejar atrás la tragedia venezolana.
Sé que esto suena sombrío, así que quiero cerrar con tono más optimista. Aunque he dicho que la fe en el voto “murió», debe entenderse que es solo una metáfora para describir un “luto” mal llevado. Una pésima forma de lidiar con la pérdida de algo que se valora. Pero como aspecto de la mente o, si se quiere, del alma, en el dualismo cartesiano la fe es en realidad inmortal. Se le puede hacer mucho daño, al punto de que se retire y no se muestre por ninguna parte. Pero siempre puede volver. Solo que para que eso ocurra, en el caso de la fe en el voto, en esta Venezuela hay que alentarla con una estrategia que incluya el voto, pero no se limite al mismo. ¿Dará la oposición ese gran paso, luego de cerrar el modelo luctuoso con la etapa final, la aceptación, o se quedará negando la realidad?
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