Natalia tiene grabados a fuego muchos de los momentos que vivió durante el noviazgo que mantuvo entre 2012 y 2014. Relata con detalle conversaciones, reacciones, miradas… Pero por mucho que busque en su memoria es incapaz de encontrar algún recuerdo positivo. Pasados los días en los que empezaban a conocerse, la relación se convirtió para ella en un auténtico infierno en el que apenas había otra cosa que no fueran gritos, insultos, vejaciones, control, intimidación… Una violencia psicológica constante que la sumió en un mundo de sombras. Así lo reseñó 20Minutos.
“La primera bronca fue porque llevaba una minifalda y al cruzar las piernas se me vio un poco la ropa interior. Se puso rojo de la ira. La segunda, porque creyó que estaba coqueteando con un camarero”, cuenta Natalia sentada ante la barra de una cafetería de Madrid. En un día lluvioso y cargada con el paraguas, ha llegado con los nervios a flor de piel pero la esperanza en que hacer pública su historia ayude a otras víctimas la lleva a hablar con una determinación que apenas deja traslucir su nerviosismo. En el marco este jueves del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, su objetivo es que también se ponga el foco en un tipo de agresión mucho más sutil que la física, más complicada de detectar incluso por quienes la sufren e igualmente más difícil de explicar, de demostrar y, por lo tanto, de denunciar. Es lo que se conoce como luz de gas.
En ese contexto, una macroencuesta presentada el año pasado por el Ministerio de Igualdad da cierta idea de la magnitud de esta lacra: en España el 31,9% de las mujeres, es decir, más de 6,5 millones, ha sido víctima de ese tipo de abusos por parte de alguna pareja actual o pasada. Con datos de 2019, el sondeo contempla como violencia psicológica la emocional, la económica, el control y el miedo.
“Vives encorsetada las 24 horas, midiendo tus palabras, tus gestos, tu ropa… Siempre alerta para no hacerle enfadar, para que ni un mínimo descuido desate la tormenta. Tu cabeza no para ni un segundo. El agotamiento mental es brutal. Porque hasta cómo le hablaba yo a sus sobrinas era motivo de pelea. O si se me agrietaban los labios por el frío creía que le había sido infiel”, explica Natalia, ataviada con un vestido verde que deja ver sus rodillas, unas medias con dibujos alegres y botines de tacón. Las uñas, pintadas, y la cara, maquillada. Ha estado mucho tiempo siendo invisible y ya no quiere serlo más.
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