Hay doctrinas, como la presunción revolucionaria, que continúan hostigando al mundo actual
Pareciera que el pasado sigue inoculando el pensamiento de quienes, en su afán por prolongar arriesgadas emociones, han continuado fingiendo la gloria y la heroicidad política redentora de pretensiones que sedujeron multitudes. Hechos que trastocaron la dinámica política vivida durante las postrimerías del siglo XX. Sucesos que alentaron la creencia de estar viviéndose un tiempo de emancipación. Un tiempo en que se creyó haber dado con la fórmula ideológica que permitiría la transformación y revolución del mundo político, social y económico.
Sin embargo, nada así en verdad estaba sucediendo. Todo era producto de la inocencia política que la juventud debió purgar. Todo, por pensar que los herejes eran otros. Que eran quienes actuaban en contrario respecto de ideas de transformación que, paradójicamente, motivaron revoluciones populares. Revoluciones emergentes que creyeron que sus acciones construirían un mundo mejor. Incluso, el siglo XIX también sirvió de teatro de dichas presunciones.
Pero las realidades esgrimieron otras causas que terminaron reivindicando obtusas razones políticas. Ortodoxos criterios de represión que asfixiaron aires de libertad, de derechos humanos y garantías civiles. En consecuencia, buena parte del siglo XX fue escenario de una larga historia de opresión y decadencia política en importantes ciudades del mundo de cuyas repercusiones no escapó América Latina. En principio llegó a creerse que tales hechos acabarían con un pasado atiborrado de iniquidades.
Se pensó que el estudio de tan violentos eventos sucedidos allende los mares, serían lecciones que evitarían que aquellos errores fueran replicados en Latinoamérica. Las expectativas que ante las realidades surgían, hacían creer que habrían de corresponderse con los cambios pregonados. Y por consiguiente, comenzaron a pronunciarse por doquier.
Las universidades, los centros del debate político, se convirtieron en lugares de análisis y organización política. La palestra pública fue escenario básico para ensayar ideales que se confundían con ilusiones diferidas. Pretendieron hacerse ver como fórmulas de alguna extraña magia política.
¿Tiempos de oscurantismo?
Así pasaron varias décadas del siglo XX. Hasta que su final reveló la incongruencia que se desató en medio de la cultura de sociedades que solo comprendieron y reconocieron lo que sus necesidades más inmediatas reclamaban. Así que cuando esa visión estructurada en los cambios imaginados copó el fragor de las realidades, el inconsciente perturbado de los desquiciados líderes políticos se hizo evidente. Y así manifestó todo lo que sus apetencias guardaban.
La institucionalidad política que hasta ese momento había impresionado el panorama político con interesantes propuestas de cambio, comenzó a desmoronarse. Actos estos animados por las narrativas borrascosas de dirigentes políticos que alcanzaron el poder mediante groseras manipulaciones y gruesos engaños.
Pareciera que las convicciones inalterables siguen causando estragos. Sobre todo, donde han apuntalado sus pervertidos propósitos. Ahora dichas intensiones son provocadas por ideales que rozan con el resentimiento y odio que dieron forma al politiquero forajido que se ha empeñado en alcanzar el status de “ciudadano decente y reconocido”.
A pesar de los esfuerzos que todavía procuran hacerse a fin de revertir las crisis que han deformado la visión de desarrollo afianzada por la pluma de estudiosos filósofos y políticos. Aun así, sigue habiendo convicciones ideológicas (desfiguradas) que no han terminado de borrarse. Se piensan todavía “vigentes”.
Y aunque se han formulado ideologías sociales, económicas y políticas capaces de marcar el fin de un pasado contrariado, se tienen aún doctrinas que continúan hostigando al mundo actual. Episodios que bien recoge la historia contemporánea para ilustración y lección de nuevas generaciones a fin de evitar se repitan tales felonías. Es decir, sigue habiendo patéticos dogmas que intentan sustituir “progreso” por “retroceso”. Son cuales oscuras convicciones que no terminan de irse.
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