Venezuela seguirá siendo la misma el lunes, 22 de noviembre. Lo seguirá siendo mientras la oposición no desarrolle una nueva estrategia
Este artículo será breve, porque de verdad no hay mucho de qué hablar. Venezuela llegó a las puertas de unas elecciones, si así se les puede llamar, que una vez más han concentrado la atención de la política nacional (excusen la rima no intencional), muy a pesar de la mínima probabilidad de que cambien sustancialmente nuestro drama.
Algunos han llamado tenazmente a la participación, como una forma de “defender o ganar espacios”. Otros la han condenado, aduciendo que “legitima al régimen”. En un tercer grupo, en el cual me incluyo, hemos visto todo con indiferencia.
Al incluirme no hablo como periodista o politólogo. Por supuesto que desde esa identidad no puedo abstraerme del evento político dominante en mi país hoy. Esta mismísima columna ha dado fe de ello, pues la he usado en los últimos meses para expresar mis observaciones a propósito de cuanto punto de interés relacionado con las elecciones detecte.
Mi indiferencia es más bien como ciudadano. Como uno más del montón en una colectividad nacional preocupada por el presente y el futuro del país, y que guía sus acciones pensando en qué puede contribuir más con el bien común.
Así pues, como ciudadano indiferente a las elecciones, voy a emitir un último exhorto a mis conciudadanos: hagan lo que quieran. Voten o absténganse. Al tomar cualquiera de las dos vías, no estarán haciendo una contribución enorme a la resolución de la crisis, pero tampoco un gran daño.
Los argumentos tanto de los fanáticos del voto como los de la abstención están errados.
Voy a recapitular un poco las observaciones sobre el proceso previamente referidas. Al sufragar por candidatos ajenos a la elite gobernante, usted estará impulsando la candidatura de alguien que, de ganar, tendrá un margen de maniobra muy limitado. Gobernadores y alcaldes que en todo caso solo podrán dedicarse a labores administrativas como la recolección de desechos y el mantenimiento al alumbrado público. Y eso si el chavismo se abstiene de intervenirles hasta esas funciones con “protectores”, “el poder popular”, etc.
De lo que pueden olvidarse es de que gobernaciones y alcaldías sean espacios funcionales para la causa democrática. De que desafíen al régimen en sus objetivos hegemónicos. Eso es algo que ha sido criminalizado de facto en Venezuela al menos desde 2013, con un notable agravamiento a partir de 2017 (no en balde dos años de protestas masivas contra el chavismo, amparadas por gobernadores y alcaldes opositores, muchos de los cuales terminaron exiliados o presos).
Considerando estas mínimas expectativas, mal pueden los entusiastas del voto recriminar a quien desee abstenerse. Pero lo contrario también es cierto. Es válido creer, aunque no haya certeza de ello, que una autoridad regional o local ajena al chavismo mejorará aunque sea un poco la calidad de vida en el espacio habitado por un votante cualquiera. Nadie puede reprochar tal cosa.
Para bien o para mal, las potencias extranjeras democráticas han aceptado que estas elecciones van a ocurrir y que la mayoría de la dirigencia opositora participará. Entretanto, no han reducido la presión sobre el régimen. Están a la expectativa, a ver qué pasa y si vale la pena reconsiderar su política hacia Venezuela.
Así que ha quedado desacreditado el planteamiento de que votar en estas elecciones le lava la cara al horror venezolano ante el mundo.
Es ridículo pensar que a mayor abstención, mayor aliento a una salida de fuerza a la crisis venezolana que el resto del mundo se ha cansado de aclarar que no está interesado en acometer. Mientras, los venezolanos que exigen dicha salida como la única posible no han hecho nada efectivo para que sea siquiera considerada por los entes con el poder suficiente para llevarla a cabo. Solo se lamentan en redes sociales, culpan a otros por un fracaso y satanizan la mera posibilidad de cualquier alternativa. Verlos pontificar como si ellos hubieran tenido más éxito que otras facciones opositoras ya da risa. Sobre todo si lo hacen desde la comodidad del extranjero y atacando a paisanos que decidieron quedarse y solo aspiran a vivir un poco mejor.
En conclusión, y como ya dije, hagan lo que quieran. Lo más probable es que Venezuela seguirá siendo la misma el lunes, 22 de noviembre. Lo seguirá siendo mientras la oposición no desarrolle una nueva estrategia.
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