Venezolanos cruzan el río Táchira hacia Colombia. Foto ACNUR / Vicente Tremeau
Dedico este texto a Héctor Jiménez, paraguanero, cocinero en una hacienda del Arauca. Y a todos mis paisanos en la tierra del Gabo
Dejar el país, la familia, la casa entrañable, los amigos, los lugares nuestros. Aquello que por cotidiano nos ofrece identidad y seguridad. El no sentirnos extraños, pisatarios de la tierra de otros.
El fenómeno de la emigración siempre estuvo presente en Falcón. La constante de un sistema económico precario obligó desde siempre a la búsqueda de alternativas para el sustento.
Huyeron los falconianos en 1912 de Píritu o de Paraguaná tratando de escapar del hambre; se fueron muchos a la península tras las bondades de la vida petrolera en la década de 1950; se desplazaron gentes de los pueblos serranos al Zulia o a las barriadas de Coro en los años sesenta para evitar los abusos de militares y guerrilleros…
Pero también, por su posición geográfica, la región coriana fue desde antiguo zona de acogida. Los que no tenemos un abuelo congo o mandinga, tenemos uno trinitario o curazoleño. Los que no tenemos un abuelo de Tenerife, lo tenemos de Oranjestad.
Hoy andamos desperdigados por el mundo. La situación económica y política reciente ha obligado a millones de venezolanos a emigrar en masa. Asunto que se da por primera vez en la historia del país.
Un reportaje de la revista Elite de 1970 titula “¡Una verdadera invasión!”, y muestra las trochas por donde miles de colombianos pasaban a Venezuela buscando una mejor vida. El reportaje, firmado por Humberto Peñaranda, denuncia con alarma como «nuevos barrios de colombianos se fundan en Zulia, Táchira, Mérida, Apure, Barinas y Amazonas». También se pronunciaba el periodista contra la presencia de «música, banderas y textos escolares colombianos en Zulia y Barinas». Así como señalaba el negocio de cedulación falsa establecido en Cúcuta y Maicao (Elite, 20 de febrero de 1970, pp. 16–19).
Como cantara Rubén Blades: «Voy pasando la frontera, pa’ salvarme en Venezuela». Era entonces este un país rico. El de todas las oportunidades para los emigrantes. Pero no todo era arcadia en el país del petróleo.
Una nota del diario coriano La Mañana de marzo de 1969 señala que la Dirección General de Policía había detenido a Manuel Peña Morelo, Luis Alberto González e Ilario Barrios Meléndez, colombianos indocumentados que habrían llegado al estado Falcón para trabajar en faenas agrícolas en la zona de Avaria y Bariro, y posteriormente resolvieron viajar a zonas urbanas.
El periódico indicaba que desde hacía algún tiempo las autoridades estaban alertas ante los múltiples casos de «infiltración de colombianos que penetran ilegalmente al país y luego, en realidad, vienen a crear problemas sociales y laborales, ya que son explotados por los propietarios de las grandes haciendas”. (La Mañana, Coro, 26 de marzo de 1969, p. última)
La desconfianza, la explotación, el abuso, el terrible maltrato se imponía en aquella relación.
Aunque también hubo casos de integración a nuestras comunidades y de asentamiento de individuos y familias. Un tema importante y pendiente para los historiadores de la región.
Para febrero de 1969 se señalaba con alarma que 20 colombianos indocumentados habían sido detenidos en los alrededores de Dabajuro, 126 kilómetros al oeste de Coro. Las Fuerzas Armadas de Cooperación habían apresado a 20 hombres acusados de permanecer ilegalmente en el país. Los hombres trabajaban en haciendas del Distrito Buchivacoa, en especial en la zona de Avaria o en Bariro.
Los colombianos penetraban clandestinamente al país por la frontera y se ofrecían al servicio como peones en las haciendas agropecuarias del estado Falcón donde devengaban salarios sumamente bajos pero, que al cambiarlos en pesos colombianos, «resulta para ellos una suma considerable. Los ‘braceros’ llegan por la vía Falcón-Zulia posiblemente traídos por elementos que se dedican a ese tráfico. Al parecer existe un negocio de tráfico de hombres a los cuales les cobran altísimas sumas para trasladarlos desde la frontera hasta la zona de trabajo burlando naturalmente la vigilancia policial y de las autoridades de Extranjería.” (La Mañana, Coro, 27 de febrero de 1969. p. última.)
Indica la nota que era frecuente el que se detuviera a grupos de trabajadores colombianos en alcabalas móviles de la región y hasta en la misma ciudad de Coro.
50 años, medio siglo después, la historia cambió, y ahora somos nosotros los mendigos y los parias, los que andamos por el mundo rogando por un trabajo, por una oportunidad para vivir dignamente y mantener a nuestras familias. La relación de agravios a venezolanos en el resto de los países de América Latina es un inventario doloroso y triste. Igual que en los años de prosperidad del país, no se puede generalizar y también ha habido gestos de generosidad inmensa, solidaridad y humanidad.
Ojalá aprendamos de tanta calamidad, de tanta necesidad, de tanta tristeza. Son tiempos de aprender, de reflexionar sobre lo que somos y lo que hemos sido. A nadie que le hubieran vaticinado esta suerte hace unos veinte años la hubiera creído. Pero los pueblos aprenden si tienen un liderazgo que los sepa orientar y esa es parte de la gran desolación de esta hora, del inmenso tamaño de nuestra soledad.
* Historiador. Profesor Universidad de los Andes, Mérida.
24-9-2021
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