La Constitución, en su artículo 4, dice “La República Bolivariana de Venezuela es un Estado Federal descentralizado…”. No tenemos que hacer esfuerzo alguno para demostrar que eso es una de las muchas letras muertas de nuestra carta magna.
En Venezuela, en lo económico, lo único descentralizado son las multas y los timbres fiscales. Todo lo demás va a un gran “pote” que junto al impuesto sobre la renta y el impuesto al valor agregado y otros cuantos forman el presupuesto de la Nación.
La palabra “descentralizada” aparece once veces en la Constitución, pero ese mandato se hace trizas con uno de sus más candorosos (o venenosos) artículos, el artículo 167. Allí se puede leer que el presupuesto de los Estados lo forma el llamado situado Constitucional. “el situado es una partida equivalente a un máximo del veinte por ciento del total de los ingresos…”. Esto lo que quiere decir es que el 80 por ciento se queda en la administración central y solo el 20 por ciento se reparte entre los 24 Estados o sea que tocamos a menos del uno por ciento para cada entidad.
Esta especie de mamadera de gallo Constitucional que arranca diciendo que somos descentralizados pero los cobres se manejan centralizados es, a nuestro entender, el principal obstáculo para llevar a cabo un genuino proceso de empoderamiento regional.
Como muchos conocen la descentralización debe ser, política, administrativa y fiscal. Con la política hemos avanzado algo y ya, desde 1989, elegimos gobernadores, alcaldes y cuerpos legislativos regionales mediante el voto directo de los ciudadanos. Falta la descentralización de los otros poderes, pero bueno, aquí hay algo que mostrar.
La descentralización administrativa tuvo un buen intento casi en simultáneo con la elección de gobernadores y se trasfirieron a las regiones asuntos tales como los puertos y aeropuertos, la educación básica, la atención de salud primaria, los deportes, los asuntos indígenas y la red de carreteras entre otros. Con sus lógicos enredos iniciales el proceso empezó a dar sus frutos y las mejoras no se hicieron esperar. Lamentablemente el asunto duró pocos años pues con la llegada de Chávez al poder y su agenda oculta de control central marxista, todo el avance en la autonomía regional se revirtió.
En donde no tenemos algo que mostrar es en la descentralización fiscal pues los asuntos de dinero y presupuestos han sido y son manejados por el gobierno nacional y, tal como se mencionó, se reparten a las regiones unos montos llamados “situados” con lo que las regiones hoy de vaina sobreviven.
Algunos ven la descentralización como un capricho de los Estados para no estar mendigando recursos en Caracas, pero en realidad, también son muchas las cosas que se potencian y, entre ellas, la estabilidad de la democracia.
La cercanía del ciudadano con su alcalde y sus autoridades municipales facilitan la gobernabilidad, pero si la solución a los problemas depende de que un desconocido funcionario central le asigne algún dinero sobrante a un municipio que ni sabe dónde está, se pierde toda la fortaleza de la respuesta oportuna y los alcaldes pasan a ser simples monigotes sin poder.
La democracia es un buen sistema de gobierno, pero es muy frágil cuando la brecha entre los recursos que se necesitan y los que se tienen es grande. Por allí se cuelan los populistas pues la pobreza aparece y no deja de crecer. La descentralización va en contra de esto. Si la mayor parte de los impuestos que se generan en las regiones se quedan en las regiones, la respuesta y autoridad de los gobiernos locales existe y se comprueba en las acciones oportunas.
Por otra parte, las regiones empiezan a comprobar que cuanto mayor sea la actividad económica de cada municipio, mejor es la calidad de vida de los ciudadanos. Así se establece una relación directa entre mi esfuerzo como municipio y ciudadano con los resultados, muy distinto a la forma actual que tenemos donde, aunque se instale una fábrica nueva en mi municipio, los impuestos se van para Caracas.
Durante décadas Venezuela ha sido un régimen presidencialista y de autoridad concentrada. Cambiar eso no es fácil pues a los que gustan del poder y de los grandotes y jugosos contratos nacionales esto les parece muy mal. La descentralización disminuye la burocracia capitalina de una manera notoria y solo quedarían algunas funciones de relaciones internacionales y las de coordinación entre los estados.
Está comprobado que existe una clara relación entre la mejora del PIB y la intensidad de la descentralización y con ello el “gap” entre lo que se produce y lo que se necesita, al mantenerse bajo, es un afianzador directo al sistema de libertad y de democracia. Cuando salgamos de los malandros rojos actuales, que no se nos olvide que la descentralización es la mejor forma para evitar que repitamos esta absurda pesadilla comunista representada por Chávez, Maduro y sus cancerberos.
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