El régimen olvidó que al arrogarse ese triunfo deportivo en Tokio de la nada, se quedaría sin argumentos. Una tentativa propagandística que desveló su cinismo sin límites
Sin lugar a dudas, el país que brilló en los Juegos Olímpicos de Tokio simboliza otra Venezuela. Por una parte, está la genuina alegría por la actuación de los atletas; por otro, un régimen que equivocadamente se vanagloria, como quien gana indulgencia con escapulario ajeno, de haber sido representado por una delegación cuya participación puede calificarse como la mejor en unas olimpiadas.
Porque una mirada a fondo de la situación deportiva nacional revela gruesas vicisitudes ante una competencia de alcance mundial. Las cuatro medallas más el diploma olímpico de la delegación venezolana, conformada por 43 deportistas, se lograron a pesar de la falta de apoyo institucional, no gracias a ella. El brillo de estas contrasta fuertemente con las carencias y problemas que tuvieron los atletas que estamparon el mayor esfuerzo a sus disciplinas. Y que si bien no todos lograron clasificar como medallistas olímpicos, sus desempeños son dignos de exaltar, dada las incidencias de sus entrenamientos, particularmente.
Es esta la razón que motiva estas líneas. No podemos dejar de criticar justificadamente el alarde propagandístico adelantado por la suspicaz maquinaria del régimen opresor. Como si fuera su hechura, como si Yulimar hubiese entrenado en nuestros estadios destartalados o recibido algún aporte para perfeccionar su técnica. Y con total descaro y cinismo, el régimen presumió que el triunfo olímpico venezolano era de su total autoría política y responsabilidad social.
No pueden ser escondidas las dificultades que vivieron los destacados atletas para lograr escalar en sus lista de aspiraciones y sueños deportivos. Debe decirse que más de la mitad de la delegación olímpica venezolana no obtuvo del régimen el respaldo necesario que implicaba el entrenamiento y recursos económicos para su subsistencia. Tuvieron que engrosar las filas de quienes optaron por marcharse del país. Solo así lograrían el triunfo en los Juegos de Tokio 2020.
El solo hecho de haber clasificado para asistir a Tokio en calidad de representante de Venezuela, comprende méritos que no cabrían en una simple “hoja de vida”. Aunque lo propio que vale destacar es que literalmente fueron representantes de otra Venezuela que fue asfixiada por el maltrato conferido por el régimen. No de la Venezuela del desarrollo, del crecimiento, del bienestar. Ni de la Venezuela embadurnada por la desdicha que ha propagado el socialismo del siglo XXI. No de la Venezuela carente de la infraestructura que pudo brindarle el mejor soporte a cualquier deportista que haya buscado concretar sus sueños olímpicos.
El deporte es arte y técnica. Pero también es una de las probidades más excelsas del alma. Es audacia, disciplina, constancia, energía y paciencia. Y tales virtudes requieren del patrocinio mediante el cual el Estado venezolano se obliga a asumir el deporte como política de educación y de salud pública. Así lo establece el artículo 111 de la Constitución, que garantizaría “(…) la atención integral a todos los deportistas, sin discriminación alguna, Así como el apoyo al deporte de alta competencia (…)”.
Pero la realidad habla a contrario. Y eso se evidencia al observar, por ejemplo, que en los últimos siete años no se han dado juegos nacionales de ninguna índole.
No hay razón para que el régimen, en su arrogancia y cinismo, pretenda encharcar la alegría de todo un país que bien celebró las victorias o logros de cada uno de los 43 deportistas.
A pesar de que solo 4 obtuvieron la anhelada presea, otros seis destacados atletas consiguieron diplomas olímpicos. No obstante los restantes 33 deportistas lograron situarse entre los primeros en sus disciplinas. A nivel mundial. Y solo eso representa un triunfo tanto personal, como nacional. Pues entrar en el ranking olímpico no es cualquier cosa.
Y de la satisfacción que representó que cada uno de los 43 deportistas le imprimieran alma corazón y vida a sus esfuerzos, se contagió la Venezuela libertaria cada vez que el triunfo era alcanzado por los atletas venezolanos. El régimen olvidó que al arrogarse ese triunfo deportivo de la nada, se quedaría sin argumentos. Una tentativa propagandística que desveló su cinismo sin límites y total pedantería.
Cada deportista que portó el nombre de Venezuela en su pecho, expuso toda su espiritualidad encaminándola hasta el límite. Incluso, más allá. Pero en verdad, el país que resplandeció en Tokio, no fue la Venezuela deformada tal como la convirtió la opresión del actual régimen. Una Venezuela de luto. De dolor. La Venezuela bajo dictadura.
Por eso cabe afirmar que el país que deslumbró en Tokio, es otro. Es la Venezuela de los sueños de cada deportista. Por deducción lógica, podría decirse que el país que brilló en Tokio, es otra Venezuela.
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